Capítulo 24

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El frío calaba por la piel desnuda de mis dedos congelados, casi agarrotados. Apoyo mi cabeza en el hombro de Darien, y pongo mi mano sobre la suya con el fin de calentar mi piel.

Estábamos ambos helados, sin embargo, parecía que a ninguno le importaba con el único fin de quedarnos observando el cielo nocturno y todos sus esplendores, las estrellas que de vez en cuando pasaba alguna fugaz y ambos cerrábamos los ojos a la vez pidiendo cada uno un deseo. Mi deseo cada vez que una recorría el cielo era "no morir" pero, era un deseo tonto y sin duda el universo no me lo podía cumplir, porque ya había planeado mi muerte, algún día de estos, en algún momento sin que yo me lo espere.

Aparte de las estrellas, las constelaciones iluminaban la oscuridad del firmamento, y de vez en cuando, en el horizonte, podíamos observar con claridad las luces del norte bailando para nosotros.

Llevábamos varias horas ahí sentados, Cosmo ya se había quedado dormido sobre la nieve, y mi novio —que bien suena decir eso— le había puesto unas de sus chaquetas encima para abrigarlo, como si fuera una manta.

Darien comienza a tararear, no sé la canción, pero la tararea con ánimo, sonriente. Me acurruco más contra su cuerpo, sintiendo su calor corporal calentar mi fría piel.

—¿Qué tarareas, guitarrista? —le pregunto.

—Moonlight de xxxtentation —responde y me da un suave beso en la frente.

Asiento con la cabeza y sigo mirando a la luna, esta noche esta en cuarto menguante, así que se ve preciosa.

Rodea con su brazo mi hombro y me acerca más a él.

—Dentro de un par de días es el concierto de Midnight, y te quiero proponer algo —empieza a hablarme.

—¿Qué quieres proponerme? —frunzo el ceño con curiosidad.

—Canta conmigo —termina por decir—, en la canción final, la última que compuse, canta conmigo.

—Darien —suspiro—, yo no soy cantante, no se me da bien cantar.

—Bonita, recuerda la primera y última vez que te subí a cantar al escenario, todos se volvieron locos, todos nos aplaudieron, todos te adoraron.

—A mi nadie me adora.

—Yo si, Ariadna. No sabes cuanto te adoro.

—Eres un cursi.

—Desde que te conozco, y no me avergüenza admitirlo.

—Estas loco —reí.

—Puede que si.

Sonreí un poco más y me acerqué más a él, apoyando mi cabeza en su cuello y oliendo su colonia. Solía odiar casi todas las colonias masculinas, pero esta y la de Calvin Klein —que también le había olido alguna que otra vez— eran las únicas que soportaba, y me gustaba como olían.

—Me gusta tu colonia —le digo aspirando su aroma.

—A mi me gustas tú —acaricia mi pelo con suavidad mientras me habla. Sus palabras hacen que respire con agitación.

—¿Tienes que recordarme todos los días que te gusto? —pregunto.

—No está mal demostrarle cariño a tu novia a diario, es una forma de constancia.

—¿Hoy te he recordado yo que me gustas? —cuestiono sonriéndole.

—No me lo has recordado.

—Pues te lo recuerdo ahora. Me gustas, guitarrista.

—Tú también me gustas, ángel. Mucho.

Nos quedamos mirando a los ojos durante lo que me parece un siglo, besa mi frente mientras juega con mi cabello haciendo pequeños rulos en el.

Somos constelaciones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora