Capítulo final

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—No pude salvarnos — Atlantis, Seafret —

Darién

Le di un beso lento a Ariadna. Un beso de reconciliación, de esos en los que pides perdón sin siquiera hablar.

Frágil pero fuerte, así era mi novia, frágil, por un lado, pues tenía las heridas abiertas, pero fuerte, porque seguía luchando día a día para curarse esas heridas.

Todas las personas en algún momento de la vida terminamos por rompernos del todo. Derrumbarnos es parte de nuestra propia historia, nos destruimos de alguna forma para sanar siendo una persona mejor para nosotros mismos y para los demás. Sin embargo, romperse no significa que vamos a morir, pues aún nos queda mucho por luchar.

Ya se lo dije a Ariadna una vez, de eso se trata la vida, de luchar y vencer, luchar una y otra vez contra las batallas, aunque pierdas algunas, luchar hasta vencer la guerra. La guerra contra nosotros mismos. Contra el mundo.

Cuando anocheció del todo, dejé a Ariadna en la habitación de invitados de mi casa y fui a pasear mientras la luna se escondía tras una gran nube.

Llegué al cementerio, después de un par de minutos a pie. Buscando, encontré la tumba del padre de Ariadna.

Narrador testigo

Darién se sentó al lado de la tumba, algo cohibido pues estaba delante de donde estaba enterrado el difunto padre de su novia. Encendió su Malboro, su marca preferida de tabaco, y mientras observaba la tumba pensó en que decir.

—Me llamo Darién —dijo en primer lugar mientras observaba el cielo nocturno repleto de estrellas.

Respiró profundamente, tomando el valor para decir lo que iba a continuación, las cuatro siguientes palabras.

—El novio de Ariadna —suspiró—. Quiero pedirle permiso para estar con ella hasta que mi último aliento se consuma. Se que sonará cursi o loco, pero quiero a su hija, como no había querido a ninguna mujer antes. Ella me hace feliz. Ella me hace sonreír, reír, disfrutar aún más de la vida. Algunos dirían que es guapa, yo la describiría como; preciosa. Tanto por fuera como por dentro. Si tuviera que describirla, tanto por el físico como por el interior sería algo así; su pelo es sedoso y brillante, castaño claro que con cuando la luz del sol lo ilumina se ve con tonos rubios. Piel clara, cual muñeca de porcelana. Y no hablemos de sus ojos señor, no hablemos de ellos porque entonces nos pasamos aquí toda la noche, pero, para describirlos con brevedad, son grandes y brillantes, con tonos miel rodeando su orbe, los más preciosos que he admirado.

Se dio la vuelta cuando sintió algo detrás de él, al mirar, vio una sombra, pero supuso que sería su imaginación. Notó un escalofrío en su espalda, el cual lo hizo tragar saliva con nerviosismo.

Cuando Darién estaba con Ariadna, con su chica, con su novia o como queráis llamarla, se sentía diferente al resto de días, en los que se sentía solo e incomprendido, triste y desanimado. Mirarla, era como mirar a la luna, su luz le deslumbraba, pero su belleza le hacía seguir mirándola sin detenerse un solo instante.

En resumen, se seguía seguro y escuchado cuando estaba con ella.

—Se que no soy el mejor chico, tengo mis tormentas y mis defectos, pero la quiero a cada instante, a cada respiración y la siento en cada uno de mis latidos. La quiero con sus virtudes, con sus tormentas y sus calmas.

Respiro con profundidad sintiendo el aire fresco entrando por su garganta, apagó el cigarro en la nieve antes de volver a hablar; — ¿Me deja tener a su hija por el resto de mi vida?

De un momento a otro, la luna sale de su escondite por un instante y un rayo de luz ilumina fuertemente el rostro de Darién. Como si fuera una señal. Una respuesta.

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