Caminamos por las dunas de arena blanca de Nuevo México, mientras observamos el atardecer ponerse en el fondo, los tonos anaranjados, rosáceos y amarillentos cubren el cielo y se mezclan logrando que no se distinga un solo color.
Pelotita se retuerce en las blanquecinas arenas, feliz y entusiasmado.
Observo a Ariadna, quien mira hacia el horizonte con tranquilidad, disfrutando de las vistas, del cielo de colores pastel, del clima algo acalorado, simplemente disfrutando de la vida.
Hay cosas maravillosas en este mundo, sobre todo, pequeñas cosas que sin darnos cuenta verlas nos hace sonreír. En mi caso, los amaneceres, el arte, los paisajes bonitos, y de joven las auroras boreales. Iba todas las noches con mi hermano a verlas cuando éramos niños, ver esos destellos de colores impresionantes, moviéndose con destreza por todo el cielo, sobre nosotros... Tenía la sensación de que no había nada más perfecto en este mundo. Alaska tiene las mejores Auroras boreales que existen.
Nos quedamos ahí hasta que se oscurece el ambiente, la luna y la oscuridad se posa sobre nosotros y simplemente nos tumbamos observando al universo mostrándonos su esplendor.
—Las estrellas esta noche se ven hermosas, ¿verdad? —me pregunta Ariadna.
—Si. Se ven hermosas —respondo sin dejar de mirarla.
Se ven hermosas, sí. Sin embargo, no tanto como ella. Todo en ella, desde su cabello hasta las puntas de sus pies, desde su malhumor hasta sus pequeñas sonrisas por cosas que para los demás pueden —y suelen— ser insignificantes.
Le gusta la noche, las constelaciones, la mitología, las estrellas, los atardeceres... le gustan las pequeñas cosas simples y le encanta leer, sobre todo los libros de romance.
—¿Cuál es tu favorita?
Tú —pienso—, ahora mismo la única estrella que me gusta eres tú.
—La que estoy mirando ahora mismo —termino por responderle sin dejar de observarla.
—¿Cuál es? —gira su vista hacia mí y me mira con curiosidad.
Niego con la cabeza y termino por decirle; —Esa —señalo a la que más se parece a ella, la más brillante del firmamento.
—¿La más brillante?
—La más brillante.
—Es preciosa —afirma.
—Lo es. Es perfecta.
Nos quedamos observando durante unos segundos, entonces, se acerca a mi rostro y me da un suave beso en los labios. Le sigo el beso al mismo ritmo, acariciando su rostro, saboreando el sabor de sus labios con gozo.
Cosmo corretea entre nosotros y parece que se siente celoso de que este besando a su madre, pues comienza a gruñirme.
—Creo que no le gusta que me beses —dice ojos simples riendo—. Esta celoso.
—¿Ah sí?
—Si —acaricia a Cosmo y parece que se calma un poco.
—Pues que se aguante —acerco su rostro al mío y vuelvo a besarla con más intensidad.
Pelotita vuelve a gruñirme, definitivamente es un toxico sin remedio. Pero no me importaría ni siquiera que me mordiera con tal de seguir besándola. Si besarla fuera un pecado, yo me iría al infierno una y otra vez, sin siquiera pensarlo. No me importaría con tal de saborear sus dulces labios.
Cuando terminamos de besarnos, miramos de nuevo al cielo, y me fijo en una constelación en específico.
—¿Qué constelación es esa? —le pregunto señalando a la constelación que si mi cerebro no me falla tiene forma de oso.
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Somos constelaciones
RomanceUn viaje por Estados Unidos hasta Alaska y una apuesta, enamorase en un mes. Graphic be Abril Vause [BORRADOR]