19. Sin camiseta, falda y casa sola. Mala combinación

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—Ho-Hola, Axel.

—Grace, me alegro de verte .—me regala esa sonrisa que solo pone en ciertas ocasiones, ya que es la amable y cariñosa, no la divertida y burlona—. ¿Quieres pasar?

—Claro .—os juro que lo intento, pero es que disimular mis nervios es lo más difícil que he hecho en mi vida.

Se aparta para dejarme espacio para que pueda entrar y, mientras él cierra, me tomo un tiempo para inspeccionar el vestíbulo en el que nos encontramos y cambiarme los zapatos. Enseguida, él aparece a mi lado y nos conduce escaleras arriba hasta lo que supongo que es su habitación. Vale, debería sugerir que nos quedemos en el salón para evitar algún tipo de situación incómoda. Debería. Pero no lo voy a hacer. 

Una vez entramos en la estancia, él camina (o hace lo que puede teniendo en cuenta su lesión) y se sienta en la cama. Yo continúo parada en mitad de la puerta sin saber qué hacer. A ver, no es muy normal estar a solas en la habitación del chico que te gusta. Él me mira con una ceja enarcada a la espera de que haga algo, pero no sé qué hacer.

—Puedes sentarte, no te voy a morder.

Me entra la risa floja típica de cuando se mezclan la vergüenza y los nervios y, gracias a esa distracción, mi mente no es capaz de filtrar lo que digo.

—¿Se supone que debería tener miedo de que me muerdas? 

Un brillo que no sé identificar cruza su mirada, y no soy capaz de decidir si eso me asusta o me gusta. 

—Siéntate.

Me debato entre hacerle caso o seguir inmóvil en mi sitio, pero me termino decantando por la primera opción. ¿Qué? Me gusta eso de que me manden. Todos tenemos nuestros fetiches.

Camino dudosa hasta la silla frente al escritorio y, antes de que pueda sentarme, Axel usa la muleta para mover la silla y evitar que me siente. Esta vez soy yo la que le mira con la ceja enarcada esperando una explicación. 

—Como te he dicho, no muerdo; así que puedes sentarte aquí .—palmea el espacio vacío a su lado en la cama y yo, tras tragar grueso unas cuantas veces, ocupo el lugar; solo que prefiero quedarme en la parte de los pies para estar frente a él.

Hace una mueca algo disconforme con mi decisión, pero no dice nada. Por fin, opto por suspirar y armarme de valor para hacer lo que he venido a hacer: contarle la información que hemos conseguido.

Tardo un rato en explicarle todo lo que ha sucedido en nuestro maravilloso día, incluido el momento en que Blair y yo hemos tenido que hacer de doncellas, que le saca una gran risa durante varios minutos. Mentiría si dijera que no me acabo uniendo a la diversión. Al terminar, percibo cómo su mirada permanece en cierta parte de mi cara que se mueve al hablar, cosa que me provoca un sonrojo casi instantáneo y una media sonrisa en él.

—Deja de hacer eso .—me quejo.

—¿Hacer qué?

—Mirarme de esa forma con esa puta sonrisa en la cara.

—¿Por qué? —¿este chico es tonto o se está haciendo el tonto? Creo que un poco de ambas.

—Porque me pones nerviosa.

—Tú me pones nervioso cada vez que te veo con los pantalones cortos del uniforme del equipo y no me quejo.

Dios. Este chico tiene una habilidad para decir cosas que ponen mi corazón a dar vueltas y quedarse tan tranquilo. Es que ni se inmuta.

Para mi suerte o mi desgracia, mi ego y mi increíblemente desarrollado humor parecen aliarse para hacerme pasar una mayor vergüenza que la del restaurante, pues lo siguiente que digo cava mi propia tumba.

Tan compatibles / Axel Blaze y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora