Capítulo Uno

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-Hay tres cosas mal en esa tarjeta -me dijo la Monarca de los vampiros-. Una, mi amor por ti no se parece para nada a "ondeantes olas trémulas de trigo de verano" Dos, mi amor por ti no tiene nada que ver con adorables y esponjosos conejitos de dibujos animados. Tres... -Y suspiró-. Los conejos no brillan.

Miré a la brillante tarjeta amarilla, reluciendo con sus centelleantes conejitos. Era la menos censurable del montón de dos docenas que había desparramado por toda nuestra cama. ¿Qué podía decir? Tenía razón en una cosa. En tres de ellas en realidad.

-Es solamente un ejemplo. ¿No irás a tener un jodido ataque al corazón y a morírteme, verdad?

-No tengo -masculló-, esa clase de buena suerte.

-Lo he oído. Yo solo digo que habrá mucha gente en la boda. - Ignoré el estremecimiento de Lena. -Pero también habrá gente que no podrá asistir. Ya sabes, por tener otros planes o estar muertos, o lo que sea. Entonces lo que haces es enviar un anuncio matrimonial para poner al tanto a toda la gente que no puede venir. De ese modo la gente sabrá que realmente lo hicimos. Es educado. -Me rasqué el cerebro en busca de la forma perfecta de describirlo para que mi reluctante novia subiera a bordo-. Es, ya sabes, civilizado.

-Es una forma voraz, grosera e inculta de asegurarse regalos.

-Es cierto -reconocí después de un minuto, sabiendo cual era mi posición en la Guerra de la Cortesía. Vamos, todos sabemos que tenía razón. ¿No tenía razón? ¿Cuál es el objetivo que se esconde tras todos esos anuncios de nacimientos, bodas y graduaciones? ¡Oye! Desempolva la vieja chequera, algo nuevo ha ocurrido en nuestra familia. También se acepta efectivo. -Pero aún así es un detalle. No alborotaste tanto con las invitaciones.

-Las invitaciones tienen una función lógica.

-Las invitaciones son raras. ni siquiera yo sabía que tu segundo nombre era Kieran ¿Por qué no sabía cual era tu segundo nombre?

-Nuestra comunidad me conoce como Lena Luthor, o señorita Luthor. No había necesidad de que supieran cual es mi segundo nombre

Me mordí la lengua por lo que parecía ser la centésima vez aquella noche... y solo eran las nueve. Con la boda apenas a tres semanas, Lena, mi cándida prometida, se volvía más quejica a cada hora que pasaba. Nunca le había gustado la idea de una boda formal con un pastor, damas de honor y un pastel de boda con glaseado Crisco de colores. Decía que como el Libro de los Muertos la proclamaba como mi consorte, ya estábamos casadas y lo estaríamos durante mil años. Punto final. Fin de la discusión. ¿Todo lo demás? Una pérdida de tiempo. Y de dinero. Está de más decir que ese era a sus ojos el mayor pecado que se podía cometer. Después de lo que parecían haber sido mil años (pero sólo había sido uno y medio) había obligado a Lena a declararme su amor, pedirme en matrimonio, regalarme un anillo y acceder a una ceremonia. Pero nunca prometió tomar su medicina sin patalear, e indudablemente nunca prometió casarse sin una pesada dosis de sarcasmo. Tenía dos elecciones. Podía rebajarme a la altura de sus maliciosos comentarios con unos cuantos de los míos, y podíamos terminar en una horrorosa gran pelea, otra vez. O, podía ignorar sus maliciosos comentarios y seguir con mi día, er, noche, y después de casadas, Lena sería mi juguetito otra vez. Además ahí estaba la luna de miel que anhelar: ¡Dos semanas en New York City, un lugar en el que nunca había estado! Había oído que NYC era un gran lugar para visitar, si tienes dinero. Lena tenía un montón de dinero a su nombre. Ew, lo que me recordaba...

-Por cierto, no adoptaré tu apellido. No es nada personal.

-¿Nada personal? Es mi apellido.

-Es por como fui criada.

-Tu madre adoptó el apellido de tu padre y, aun después de que él la abandonase por los coqueteos mortales de otra mujer, conservó su nombre. Ese es el motivo de que, a día de hoy, haya dos Señoras Danvers en la ciudad. Así que, no fue así como fuiste criada. - La fulminé con la mirada. Ella me fulminó con la suya, solo que la suya parecía más bien una burla. Ya que Lena parecía burlona aún estando inconsciente, era difícil de decir. Todo lo que sabía era que íbamos encaminadas a otra discusión y gracias a Dios que lo hacíamos en nuestro dormitorio, donde ninguno de los muchos moradores de la casa tenía posibilidad de molestarnos. O, peor aún, calificarnos (Winn le había dado a nuestra última pelea un 7,6. Comenzamos con un 8 basado solo en el volumen, pero nos había restado cuatro décimas partes de punto por falta de originalidad insultando). Vivíamos (y posiblemente lo haríamos durante los siguientes mil años, si Imra seguía al día con los pagos de su seguro de vivienda) en una gran mansión antigua en Summit Avenue en St. Paul. Lena, mi mejor amiga Imra, Winn, una pandilla de otras a las que estoy demasiado cansada como para enumerar ahora mismo y yo.

Vampira e IntranquilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora