Capítulo Dieciocho

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No quería hacerlo. De hecho, podía pensar en un millón de cosas que preferiría hacer, incluido que me hicieran un empaste sin anestesia. Resistí tanto como pude. Bueno, resistí alrededor de diez minutos tras tener la idea. Pero esto podía ser considerado como "el principio".

Había sido más o menos en el tiempo en que Mike había comprendido que yo era un vampiro, y en el que habíamos marchado por todo su cerebro pisoteando con grandes botas negras. Pero Mike no era el único que había sido hechizado con el mojo vampírico y lo había superado, algo más tarde.

Una llamada de teléfono a Nia, que estaba en medio del proceso de intentar cruzar la frontera con Suiza, fue todo lo que se necesitó. Eso fue una sorpresa. No el que ella tuviera la información. Francamente, no sabía que Suiza estuviera para nada cerca de Francia.

-¿Eso no está como muy lejos por el norte? ¿Como por Groenlandia?

-¿Mi reina, cómo puedo servirte? -replicó Nia, que sonaba agotada.

-Necesito la dirección de Roy Harper. - Larga pausa. -¿Nia? Estúpidos móviles...

-¿Mi reina, de qué te servirá esa información? Ya que has prometido no salir de casa hasta que yo vuelva.

-Cada día es otra pinta de sangre de Lena, Nia, asumiendo que todavía esté viva. - Realmente pude sentir su mueca a través del teléfono-. La antigua ocupación de Roy era matar vampiros, y odia a Lena más que nadie a quien yo conozca. Vale la pena hacer una visita a la granja de su familia, ¿no crees? Otra pausa, esta corta. Después:

-Lleva a Waverly.

-Claro -mentí. Demonios. Me estaba volviendo buena en esto de escupir mentiras a través de los colmillos. Ya resarciría a Nia cuando estuviera de vuelta.

-Y por favor llámame en el minuto en que averigües algo -estaba diciendo Nia-. O si no averiguas nada. Es una excelente idea, Majestad. Desearía estar ahí para hacerlo en tu nombre.

-Tú ya tienes las manos ocupadas, solecito. Ahora dame la dirección, por favor.

-Te he enviado un mensaje de texto al móvil mientras hablábamos.

-Escurridiza y eficiente. Esa es mi chica.

-Majestad, es muy amable que finjas que estoy siendo de alguna ayuda.

-Basta ya -ordené-. No sirve de nada machacarte a ti misma. Tienes un trabajo importante que hacer, así que hazlo. ¿Quién podría haber predicho todo esto?

-Alguien -dijo- de mi edad con mi coeficiente intelectual.

-Quienquiera que se la llevará fue delante de mis narices. Toda esta mierda ha ocurrido delante de mí, y yo ni siquiera lo he notado. Pasara lo que pasara... bueno, esto va de mí, eso es todo. No tiene nada que ver contigo.

-Amable -replicó-, pero incierto. Ten cuidado, Majestad... Como te adoro.

-¿Qué?

-N... nada. ¡Torpe! - Cuando colgamos, me encontré a mí misma preguntándome por la misteriosa Nia.

¿Cómo se había convertido en vampiro? ¿Quién la había hecho, y por qué, y dónde estaban ahora? No tenía respuestas, solo su inamovible devoción. De hecho, la única persona que sabía algo era mi recientemente desaparecida prometida. ¿Cómo era que estas dos vampiros, que parecían preocuparse tanto por mí, guardaban tanto misterio sobre su pasado? Bueno, preguntármelo no me acercaría más a encontrar a Lena. Después de excavar un poco (siempre estaba perdiendo la maldita cosa), encontré mi móvil en el fondo de un viejo bolso Luis Vuitton que Imra me había comprado por mi veintiún cumpleaños. Contaba no solo con la dirección sino con instrucciones precisas (sabía que Nia se habría asegurado de poder seguir la pista a un Blade Warrior si era necesario), y me preparé para el largo paseo en coche hasta la granja de la familia Harper.

Los padres de Roy Harper vivían en un suburbio de St. Paul, pero últimamente él pasaba mucho tiempo en la granja de sus abuelos en Burlington, Dakota del Norte. Hice el trayecto de veinticuatro horas en nueve, principalmente porque no tenía que parar a comer o hacer pis, y porque tomé la interestatal noventa casi todo el camino. Me detuvieron tres veces, los tres agentes de carretera solteros y varones. No me pusieron ni una multa. Era la noche siguiente. Había tenido que conseguirme una habitación de motel antes de que saliera el sol, pero estaba en marcha de nuevo a las cinco de la tarde del día siguiente. Por grandes que fueran los campos de maíz de Minnesota a los que estaba acostumbrada; aquí afuera, cerca de la frontera canadiense, eran todos campos de trigo y ciénagas. Bastante monótono después de un rato. Al menos los campos de maíz tenían un color interesante. Aparqué en el camino de acceso de una milla de largo y apagué el motor (Había tomado el Ferrari negro brillante de Lena para esta escapada... con él los ciento cincuenta se sentían como noventa), mirando a la casa pulcra y grande de color crema con un poco de trepidación. No estaba ansiando lo que venía a continuación. Por una razón, era tarde... para los granjeros al menos. Las diez de la noche. Por otra más, Roy y yo no nos habíamos separado precisamente en buenos términos. Específicamente, había averiguado que nos habíamos estado colando en su cabeza y no se había sentido complacido en lo más mínimo. Expresó su disgusto disparándome. (Era sorprendente con cuanta frecuencia me ocurrían estas cosas). Después se había marchado furioso, y nunca más habíamos vuelto a verle. Lo que le convertían en un buen sospechoso de todas las cosas raras que estaban pasando. Avancé tropezando por el camino de grava, lamentando mi elección de calzado. Llevaba unos zapatos de medio tacón de aguja color lavanda que iban muy bien con mis pantalones cortos de lino color crema y la gabardina a juego (si, estábamos a ochenta grados fuera, pero yo sentía frío casi constantemente). Subí los bien iluminados escalones del porche, inhalando los olores típicos de una granja por el camino: abono, trigo, animales, rosales, el tubo de escape del coche de Lena. Había un trillón de mazorcas en el patio trasero... o al menos, eso es lo que parecía. Llame a la puerta del porche e instantáneamente me distraje cuando un Roy sin camisa contestó.

-¿Kara? -jadeó. El Chico Granjero estaba cachas. Demasiado joven para mí (todavía no tenía edad de beber), era guapo, bonitos hombros, pectorales marcados. Bronceado, realmente bronceado. Pelo oscuro con tintes claros de estar al sol todo el día. Olía a jabón y a saludable hombre joven. Su pelo estaba húmedo por una ducha reciente. -¿Qué estás haciendo aquí?

-¿Huh? - Sus ojos azules se endurecieron y miró de reojo detrás de mí, intentando ver más allá del porche, en el oscuro camino. -No has traído a nadie más contigo, ¿verdad?

-He venido sola.

-Bueno, no voy a invitarte a entrar. -Cruzó sus (musculosos y bronceados) brazos sobre su (ondulado y bronceado) pecho y me miró fijamente. Abrí la mosquitera y empujé para pasar junto a él.

-Cuentos de viejas -dije-. ¿Tienes algo de té helado?

Vampira e IntranquilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora