Capítulo Quince

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Algún estúpido enfermero no me había conectado (¿por qué, oh, por qué mi mojo vampírico no funcionaba por teléfono?), así que desobedecí a Nia (hey, era esa clase de semana), salté a uno de los Volkswagen de Lena (mi Ford estaba en el taller... necesitaba un nuevo arranque), y estuve en el Minneapolis General en quince minutos. (¿Una de las bendiciones de ser un no-muerto? Nunca volverás a soportar la hora punta).

Bueno, a las diez de la noche hacía mucho que habría pasado la hora de visitas, estaba jodidamente claro. Ni siquiera cuando estaba viva me habría importado. Porque yo, Kara Danvers, era... ¡ex-modelo! La clave para que no te echen a patadas de una zona restringida es caminar enérgicamente y aparentar tener todo el derecho a estar allí. (Aprendí esto en mi primera semana como modelo... de hecho, así conseguí pases de escenario para varios conciertos). Ser alta ayudaba también. Y guapa. Mira, nunca ha sido un secreto el hecho de que fui genéticamente bendecida. Ignorar las susodichas bendiciones sería como si una gran pintora tirara sus pinceles. O como si Imra no utilizara su dinero solo porque lo había heredado de su despreciable padre. ¿Por qué hacer la vida más dura no utilizando lo que tienes? Sea como fuere, estaba recorriendo el pasillo hacia la habitación de Imra, habiendo tenido que pasar por recepción hacia el ascensor, pasar de largo varios puestos de enfermeras y estaba aproximadamente a nueve metros de la meta.

-Perdone. La hora de visitas ha terminado. - Me giré y sonreí.

Vigilante de las Horas de Visita me devolvió la sonrisa. Mi sonrisa se amplió cuando noté la falta de alianza en el dedo del enfermero. Era mono además... alrededor de los veinticinco, pelo rizado, negro y corto, piel oscura inmaculada del color del café caro. Grandes y bonitos ojos oscuros, con el blanco casi brillante de salud. Olía a algodón de azúcar y patatas fritas. ¡Dos de mis comidas favoritas! Nos estábamos sonriendo el uno al otro como dos idiotas, cuando recordé que tenía una misión, y él recordó lo mismo.

-Escuche, siento ser aguafiestas, pero la hora de visitas terminó hace rato. Pero si quiere dejar su número de teléfono, podría llamarla cuando volvamos a aceptar visitas. - Me reí ante su audacia. T. Starr, R.N., se leía en su tarjeta.

-Estoy a punto de casarme en unos días, T. Starr -repliqué-. Pero esa es la oferta más tentadora que he recibido en toda la semana.

-¡Imbéciles! -dijo, haciendo crujir los dedos-. Supongo que mi horóscopo estaba equivocado esta mañana.

-Prueba con la tira cómica -le aconsejé. Entonces me quité las gafas de sol. Parpadeé dolorosamente ante los fluorescentes, después atrapé su mirada y dije-: Tengo privilegios especiales, T. Starr.

-Si.

-Puedo ir y venir sin importar lo tarde que sea.

-Si, claro que puede.

-Se lo dirás a la enfermera al cargo, ¿verdad?

-Yo soy el enfermero al cargo. - Al fin, un respiro.

-Bueno, haz correr la voz, T. Starr. Kara Danvers. Privilegios de visita ilimitados.

-Si, puede ir y venir siempre que quiera, todo el mundo lo sabe.

-Y que tengas una noche muy agradable.

-¿Y el número de teléfono? -le oí preguntar tristemente, y reí con disimulo. Incluso profundamente envuelto en el hechizo de mi siniestro mojo, todavía intentaba ligar. T. Starr iba a llegar lejos.

Abrí la puerta de la habitación de Imra, ignorando el suave suspiro de las bisagras hidráulicas (o lo que fuera que rechinara en las grandes puertas como esta), y entré justo a tiempo para oír a algún pomposo idiota decir:

Vampira e IntranquilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora