Capítulo Cuatro

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Miraba la foto tamaño poster de Catherine Grant-Danvers, (Solo Danvers para molestar a mi madre) Cat, que me sonreía. Justo a mí. Te lo juro, los ojos de su foto me seguían adonde quiera que me moviera. Estaba en un atril, junto a la foto de mi padre. Reconocí la foto de mi padre como la que le habían tomado para la Cámara de Comercio de Minneapolis cuando él y Cat ganaron el inservible premio que él le había comprado. La foto de Cat era de Glamour Shots. Ya sabes de que tipo: ojos vidriosos, con uñas largas y pelo arreglado.

-... verdaderamente encontraron la felicidad en sus últimos años. - No sabía si poner los ojos en blanco o reírme. Dadas las circunstancias, no hice ninguna de las dos cosas.

Lena había desaparecido un día después de que Nia abandonara el país. Asumía que todavía estaba contrariada por nuestras constantes riñas y había decidido evitar el asunto mientras yo fuera Noviarella. Y en realidad, me alegraba un poco del respiro. Quería amar a la chica, no fantasear con clavarle una estaca. Y echaba de menos cuando hacíamos el amor. Nuestro... todo. Lamentaba tanto como me aliviaba que se hubiese ido. No hay ni que mencionar que era demasiado orgullosa como para llamarla al móvil y contarle lo que les había ocurrido a mi padre y su esposa. Eso habría sido como pedirle ayuda. Volvería por su propia cuenta, sin que le llamara, la muy boba. Cualquier día de estos. En cualquier minuto.

No había ninguna ventana en la habitación, lo que era lamentable dado que Minnesota estaba disfrutando de un glorioso día de verano, la clase de día que te hace olvidar del todo el invierno. Grandes y mullidas nubes esponjosas y un hermoso cielo azul, más adecuado para un picnic que para un funeral. Era algo raro. ¿Si la ocasión demandaba un entierro doble, no debería también demandar nubes tormentosas? El día que yo había muerto había estado nublado y escupiendo nieve. Además había sido despedida. Y mi fiesta de cumpleaños se había cancelado. Todo había sido apropiadamente desastrozo.

-.... una auténtica tragedia que nosotros, simples mortales, no podemos comprender. - Al menos el sacerdote había acertado en algo. No sólo no podía comprenderlo, no podía sacudirme la sensación de que era una broma pesada y enfermiza. De que Cat estaba utilizando un funeral falso como excusa para irrumpir en mi casa y robarme los zapatos. Otra vez. De que mi padre estaba en el ajo, riéndose por lo bien que nos la había pegado. No muerto en un estúpido accidente de coche sin sentido. Papá había pisado el acelerador en vez del freno y se había empotrado en la parte trasera de un camión de basura aparcado. Fuerza inamovible contra objeto indestructible. Finis para Papá y Cat. Clarke, una pseudo hombre¿mujer?lobo, se había desvanecido con su compañera, Lexa... errr..., el día después de que se marchara Lena.

No me había sorprendido. Aunque Clarke no podía convertirse en lobo con la luna llena (lo que la había puesto en ridículo ante su manada, y finalmente la había conducido hasta nosotros), todavía era una mujer lobo (ya, en serio, ¿es hombre o mujer lobo?) de crianza y nacimiento, y había una necesidad natural en el hombrelobo de vagar. Se había estado quejando de agudos dolores de cabeza antes de marcharse (a cambio de los cuales podía ver el futuro, pero este no siempre estaba claro, y las visiones no eran en realidad bienvenidas). Había estado, si es que eso era posible, más gruñona de lo habitual, mientras cerraba completamente la boca sobre lo que podría estar molestándola realmente. Lexa era la única que podía con ella cuando estaba así. A propósito de Lexa, a Snapper, el antiguo rey vampiro, al que Lena y yo matamos, le gustaba matar de hambre a los vampiros recién alzados. Y cuando ocurría eso, se convertían en demonios. Peor que demonios... animales que se arrastraban a cuatro patas y nunca se duchaban ni nada. Eran como rabiosos pit bulls carnívoros. Doscientas libras de pit bull carnívoro. Waverly, Lena y Nia habían insistido en que les clavara una estaca a todos ellos. Yo me había negado. Eran víctimas y no podían evitar su impío anhelo de carne humana. Y me había reivindicado, creo. Al beber mi sangre (¡yurrgh!) o la sangre de mi hermana (mejor, pero todavía asqueroso), Lexa había recuperado su humanidad. Incluso mejor, se había vuelto capaz de enamorarse de Clarke. Así que Lexa parecía estar bien ahora. Pero yo no sabía lo bastante sobre Demonios, o vampiros (mierda, solo había sido vampiro desde hacía poco más de un año) para intentar otro experimento, así que una vampiro leal muy mona llamada Alice se ocupaba de los demás Demonios, y Clarke y Lexa se mantenían la una a la otra lejos de mis faldas. Quizás algún día, pronto, pidiera a Waverly que dejara que otro Demonio le chupara la sangre, pero este no era definitivamente el momento. Todos los coches que pasaban por la calle (¡estúpida audición vampírica!) me estaban distrayendo del insípido servicio predicado por un hombre que estaba claro que nunca había conocido a mi padre y su segunda esposa. Una vez más me golpeó el hecho de que, sin importar lo podrido que hubiera sido lo ocurrido, sin importar los impactantes eventos que se sucedieran, la vida (y la muerte) seguían. La gente todavía conducía e iba a trabajar. Conducían hacía el cine. Conducían hacía el médico, aeropuertos, escuelas. Con suerte ninguno de ellos confundiría el acelerador con el freno. Ahogué un estornudo ante el perfume abrumador de demasiadas flores (¿crisantemos?, ugh! Sin mencionar que Cat los odiaba), el fluido embalsamador (de una de las habitaciones de atrás, no de Papá y Cat) y demasiado aftershave. Nadie más iba a decirlo, así que lo haría yo: ser vampiro no es tan divertido como pueda parecer. Aunque eran las siete de la tarde, llevaba gafas de sol por múltiples razones. Una, porque las luces, oscurecidas como estaban, me hacían llorar los ojos. Dos, si cruzaba la mirada con un hombre soltero, o uno infelizmente casado, probablemente este empezaría a babear sobre mí hasta que le despachara. Estúpido mojo vampírico. Lo más molesto de todo era que uno de mis pocos parientes sanguíneos (tenía tres: mi madre, mi abuelo enfermo, y mi hermana), Waverly, no estaba allí tampoco. No había conocido a mi padre en absoluto, solo recientemente había conocido a su madre biológica, Cat (el diablo había poseído a Cat lo suficiente como para quedarse embarazada y después decidir que el parto era peor que el infierno), así que estaba demasiado ocupada con los detalles logísticos del velatorio y los arreglos del entierro. Cathie la fantasma también había desaparecido. Solo un rato, me dijo nerviosamente. No al cielo, o adonde quiera que se desvanezcan los espíritus. En toda su vida nunca había montado en avión, nunca había abandonado el estado de Minnesota. Así que había decidido ver mundo. ¿Y por qué no? No era como si necesitara pasaporte. Y sabía que sería bienvenida cuando quisiera volver.

Vampira e IntranquilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora