Había una vez una hermosa reina que era tan terrible por dentro como gloriosa por fuera. Era vana, malvada, fría y egoísta. Su mayor placer eran sus pendientes largos, cosas terribles de llevar que se balanceaban hasta más abajo de sus hombros. Cada piedra era tan grande como el pulgar de la reina, y se decía que más de mil hombres habían muerto extrayendo las piedras rojo sangre.
Tan engreída era esta reina, y tan grande su amor por sus pendientes, que lanzó una maldición sobre cualquiera que se atreviera a robárselos. Así que, naturalmente, la gente esperó hasta que la reina murió para hacerlo.
Los cuatro ladrones (a quienes en realidad no se les puede llamar ladrones de tumbas, ya que ninguno esperó hasta que la odiosa reina estuviera enterrada) acudieron a su cuerpo desprotegido y se sirvieron. El cuerpo estaba desprotegido a causa de la fiesta de celebración de los nuevos monarcas (la prima de la reina muerta, una mujer simple pero generosa; y su marido, un tímido sanador) que estaba en pleno apogeo, y nadie se preocupó especialmente de ocuparse de velar a la imbécil muerta.
El primero de los cuatro cayó muerto antes de poder montar su caballo. El segundo de los cuatro murió cuando su tienda se prendió fuego misteriosamente la noche siguiente. El tercero lo hizo en la costa, vendiendo los pendientes por una espléndida suma, y cayendo muerto prontamente de un ataque cerebral, lo que hoy en día se conoce como un aneurisma. Lo que ocurrió con el cuarto no se sabe.El hombre que compró los pendientes los tuvo en su tienda tres días y medio. Los vendió a un hombre de cierta riqueza y posición, justo antes de que su tienda fuera golpeada por cientos de rayos sucesivos, perdonándole la vida pero sacándole del negocio para siempre, y dejándole con una larga vida de terror a las luces intermitentes y los ruidos fuertes. El hombre de riqueza y posición era el criado de un príncipe europeo (la historia es vaga con respecto a cual). Entregó los pendientes a su amo, y una hora después, el príncipe ingirió una cantidad letal de carne en mal estado, junto con la mitad de uno de los pendientes, que más tarde fue extraído durante la autopsia.
Los pendientes finalmente llegaron a Londres, pero no hasta después de causar una serie de progresivos, extraños y horripilantes desastres a lo largo del camino, que incluyeron una plaga porcina, una plaga en los cultivos de tomates, una serie de nacimientos de potros con cinco patas, múltiples ahogamientos a varias millas de distancia de cualquier fuente natural de agua, y un mamífero viciosamente rápido al que nadie vio lo con la suficiente claridad como para describirlo bien. El día en que las joyas fueron expuestas en el Museo Británico en la Exhibición Retorno de Antigüedades Egipcias, el jefe de seguridad sufrió un ataque al corazón fatal, la chica de la tienda de regalos se quedó ciega, y tres guías turísticos fueron atacados por la disentería. Los pendientes permanecieron en el museo durante años. Más o menos. A los pendientes, al parecer, les disgustaba quedarse en un mismo lugar, y se sabía que los conservadores veían con malos ojos a las joyas. Aparecieron una vez en la exhibición Neandertal, dos veces en el lavabo de caballeros del segundo piso, seis veces en la tienda de regalos (para entonces la noticia de los pendientes "malditos" se había extendido y ningún empleado del museo, sin importar cuantas horas trabajara o cuanto le pagaran, se atrevía a tocarlos), y cuatro veces en la cafetería (donde un visitante incauto del museo casi se atragantó hasta morir con uno de ellos).
También se lanzaron a un tour en miniatura y no programado alrededor del mundo, desapareciendo para ser encontrados en no menos de ocho exhibiciones: Japón, Roma, Manila, Grecia, Las Américas, Britania, El Pacífico, y el Cercano Oriente. Todos los demás museos, conscientes de la historia de los artefactos, devolvían las joyas al Museo Británico rápidamente y sin comentarios. Finalmente el Museo Británico se supeditó a una nueva dirección (el último conservador se vio forzado a un retiro anticipado a causa de la misteriosa pérdida de los dedos y el sentido del olfato) quien, en un intento de ganar puntos con la Casa Windsor, entregó los pendientes como regalo a Diana, la Princesa de Gales. Algún tiempo después, llegaron a manos de un vampiro muy viejo y muy curioso que tuvo la idea de separar los pendientes en una serie de piedras más pequeñas y enviarlos a veinticinco direcciones diferentes del planeta.
Ya sabes, solo para ver que ocurría.
Una de las piedras acabó en Minnesota, justo a las puertas del siglo veintiuno. Nadie sabe la fecha exacta, porque los involucrados en los pormenores del envío simplemente no pudieron ser encontrados.
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Vampira e Intranquila
FanfictionLa Reina de los Vampiros ha vuelto. Esta vez inmersa en los preparativos de su boda con la arrebatadora Lena Luthor... que no para de quejarse por todo... Kara necesita un descanso, necesita que sus amigos dejen de agobiarla. Pero cuando deseó todo...