Capítulo Díez

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Abrí los ojos para ver un anillo de caras a mí alrededor. Ya que ninguna de ellas eran las caras que tan desesperadamente deseaba ver, respondí del modo habitual, chillando.

-¡ah!

-Creo que será mejor que te llevemos a un hospital -dijo una rubia de pelo ondulado en la que no me había fijado antes. Ya que sus manos olían a pólvora, y podía oler el cuero de su cartuchera (gran idea darme cuenta ahora), me hacía una idea de a quién debía agradecer mi perforado corazón-. ¿Puedes andar?

-Creo que debería quedarse quieta. ¿Como vamos a explicar esto? Estamos a mil quinientas millas de casa. No sé como de simpáticos serán los lugareños.

-Bueno, creo que...

-¡Yo creo que será mejor, psicópatas, que salgan cagando leches de mi casa! - Después escupí sangre en una fina nube que todos ellos olisquearon. Nauseabundo, aunque extrañamente mono. Concéntrate, Kara. Intenté sentarme pero, extrañamente, todos ellos tenían las manos sobre mi pecho, incluso la niña. Me los sacudí (gentilmente, por el bien de la niña) y me senté.

-Owwww, mi corazón. -Me palmeé furtivamente las tetas-. ¡Y mi pulmón! Malditos cabrones, irrumpen aquí, atacan a la anfitriona, ¿y después le disparan delante de una niña?

-No soy una niña -dijo la niña, parpadeando con sus ojos con tonos dorados hacia mí. Me recordó a una pequeña lechuza muy mona, y me mordí el labio para no sonreírle-. Soy la próxima líder de la Manada. -Extendió una mano pequeña y regordeta-. Mi nombre es Lara.

-Encantada de conocerte, tesoro. Buen apretón de manos. Ahora lárgate y llévate a tus guardias psicóticos contigo.

-No creo que debas levantarte -se preocupó el idiota de la Alianza de Boda.

-No estabas tan preocupado por mi salud hace cinco minutos -exclamé-. Y no creo que debas mantener tus manos sobre mí ni medio segundo más. -Me erguí sobre mis inestables pies. La habitación se tambaleó, después se estabilizó.

Afortunadamente me había alimentado hacía un par de días... otra ventaja de ser la reina. Todos los vampiros tenían que alimentarse a diario. Excepto yo. Me había merendado a un indigente de camino a casa, después le había levantado (literalmente), corrido las once manzanas hasta el hospital más cercano (en tres minutos) y le había dejado en Urgencias en busca de algunas mantas, tiernos cuidados y comida caliente. Fuera como fuera, el querido borracho me había ayudado más de lo que nunca llegaría a saber. Oí tres clicks cuando las balas se abrieron paso fuera de mi cuerpo y cayeron al suelo de madera. Las ignoré (¡debía ser martes!), pero los otros cinco miraron fijamente a las balas informes, después a mí, y otra vez a las balas.

-¡Fuera, fuera, fuera! -reiteré, ya que todos parecían lentos. O duros de oído. O ambas cosas.

-¿Tregua? -preguntó CAB, sonriendo cautelosamente. Oooh, una sonrisa genial. Ignoré la punzada que provocó en mis regiones inferiores y cacareé.

-¡Ah, no! Ahora que sus diminutos cerebros han procesado el hecho de que soy bastante invulnerable y no pueden golpearme... ni dispararme... ni someterme, todos quieren una Tregua Para Charlar. Bueno, pues que los jodan. - Recordé a la niña -Bueno, a ti no.

-Solo queríamos hablar. -Uno de ellos tuvo la increíble audacia de empezar, pero lo corté en seco de inmediato.

-Apestan hablando sin puñetazos. -Escuché atentamente, pero no llegaba ni un solo sonido de la habitación de Baby Jerry. Gracias a Dios. Había dormido a lo largo de toda la pelea... ¡y los disparos! O había gateado hasta el tobogán de la ropa sucia. Fuera como fuera, había estado tan silencioso como un bebé ratón-. Lo digo en serio, imbéciles... uh, arrogantes intrusos. No quieren ver mi lado malo.

Vampira e IntranquilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora