CAPÍTULO IV

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Veintinueve años atrás....

La tarde era tranquila y asfixiante. El color del cielo era una hermosa mezcla de naranja vibrante y rosa de fantasía que parecían el eco del calor que embriagaba el aire, mientras que el ambiente estaba plagado del sonido de las cigarras en un concierto imposible de evadir, que se metía bajo la piel y se adueñaba de los pensamientos; aunque para una niña que apenas había cumplido los tres años, lo idílico del panorama era irrelevante más allá de que era caliente.

Tita estaba sentada en el portal de su casa junto con algunas de sus muñecas, un hermoso juego de té, y varios dulces todavía en sus envolturas colocados estratégicamente en los platitos, mientras estaba concentrada ferozmente en pelar una naranja. No quería que sus juguetes se ensuciaran, así que debía ser cuidadosa, lo que francamente era complicado no solo por sus deditos miniatura y regordetes, sino por la falta de habilidad y fuerza; sin embargo, motivación le sobraba. El amor que profesaba a la comida aun a su tierna edad, era evidente tanto en sus mejillas como su barriguita; y esa jugosa, dulce y deliciosa naranja pronto estaría en su boca.

Una sonrisa de anticipación se extendió en sus labios, dándole un aspecto tiernamente travieso. Había algo en la comisura de sus labios que parecía gritar ocultaba un secreto.

- ¿Quieres que te ayude? -. Le preguntó su hermano mayor con risa en la voz, sentándose a su lado a la vez que pellizcaba sin lastimar sus cachetes

Ella lo miró, parpadeó; miró sus manos, parpadeó de nuevo; luego vio su preciado tesoro y finalmente hizo un puchero que delataba la lucha interna de sus pensamientos. Ante semejante secuencia Alonso soltó una carcajada, su hermanita jamás se andaba con juegos cuando se trataba de sus sagrados alimentos.

-Tengo las manos limpias...-. Aclaró enseñándole ambas. No estaba mintiendo. -Lo prometo...

- ¡Si! -. Contestó de inmediato entregándole la fruta. Iba a ser mucho más sencillo si él lo hacía en su lugar, además estaba tan acostumbrada a que le ayudaran, que realmente no meditó demasiado al respecto ahora que sabía tenía las manos limpias, justo como su madre siempre le decía debían estar para comer...

Solo que antes de que la tomara un auto se estacionó frente a la casa, cuando los pasajeros notaron su presencia la mujer que conducía saludó desde su lugar, a la par que un chico se asomaba desde el lado del copiloto llamando el nombre de Alonso.

- ¡Mamá! -. Gritó entonces el aludido. - ¡Ya llegaron por mí! -. Se puso de pie y sacudió dulcemente el cabello de la niña. -Lo siento peque, te traeré algo a cambio...-. Dijo empezando a caminar hacia el portón que custodiaba su casa...

Elena se asomó en ese momento por la puerta, e hizo un ademán para saludar a quienes esperaban por su hijo.

-¿Llevas tu dinero?-. Le preguntó en tono tranquilo, al verlo asentir, sonrió. -Diviértete y pórtate bien, llama si ocurre algo...

-Si. ¡Nos vemos más tarde!

El chico salió agitando la mano pero ya sin verlas, se subió al auto y se marchó. Tita observó todo el proceso con aire evaluativo, todavía usando sus manitas para terminar de quitar la cascara a la naranja; al notarla tan concentrada, su madre se agachó a su lado e hizo como que acomodó en su lugar una de las muñecas que la acompañaban.

El escenario estaba perfectamente montado gracias a sus otras dos hijas, que una hora antes se habían marchado también con sus amigas a una fiesta de cumpleaños, aunque todavía se tomado el tiempo para ayudar a la bebe a organizar su propia fiesta de té, y contribuyeron con más dulces como si no tuviera ya suficientes; lo bueno es que la niña no se obsesionaba comiéndolos todos a la vez, y si le daba una fruta sabía que la comería primero.

EL OASIS DE LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora