CAPÍTULO XII

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Tita ni siquiera parpadeó cuando una lanza de fuego pasó peligrosamente cerca de su rostro, dejando una incómoda sensación de calor sobre su piel; sin embargo, si miró de reojo hacia Xólotl, quién también la veía e hizo una mueca frunciendo un poco los labios, a lo que ella respondió encogiéndose de hombros.

Tres proyectiles más se acercaron antes de que Pájarina se interpusiera en su camino batiendo las alas desplegando una corriente de aire lo suficientemente poderosa para desviarlos; desafortunadamente, las llamas utilizaron esto a su favor absorbiendo el oxígeno, fusionándose así en un torbellino del cual emergió una impresionante mantarraya, que surfeó el fuego como olas en el mar mientras este se desbocaba al resto de la bodega desde el techo.

El canto de la ninfa se escuchó a través del crepitar, cuando siguiendo la estela del espíritu planeó hacia arriba perdiéndose completamente en las incandescentes flamas; pero apenas lo hizo, diminutos chispazos de electricidad parpadearon cual estrellas por todo el espacio, extinguiendo en su totalidad el incendio como si jamás hubiera existido.

Esta vez la reacción del Dios fue más seria al notar al espíritu de fuego, por lo que en un susurro tajante pronunció la palabra bruja, dejando que esta se deslizara hasta el oído de Tita y Ángel como una advertencia, quienes actuaron ajustando sus planes casi como si se hubieran coordinado antes.

Podían haber recibido el permiso de la Diosa para entrar en lo que se consideraba sus dominios, pero esto había sido más que nada porque venía otro Dios; la sociedad había cambiado bastante en los últimos siglos respecto a sus religiones o cultos, el mundo espiritual era mucho más grade de lo que se creía y no estrictamente conocido aun cuando las evidencias estaban a simple vista. Si, existían brujas que también eran mensajeras de la muerte, aunque no por eso conocían a los dioses de su región, sino que caminaban solo a donde sus creencias le llevaban; o estaban aquellos que no sabían nada del plano de las almas, debían ser cuidadosos en cómo se mostraban.

-Ve...-. Respondió ella en una orden hacia Pedro Infante que se mantenía sentado a su lado a pesar del caos

Por su parte, su sobrino que avanzaba esquivando flechas llameantes para alcanzar a su adversario, se detuvo frente a estas a escasos milímetros del impacto, y usando electroquinesis igual que había hecho su ave, sin tocarlas directamente las envolvió a todas en su poder, controlándolas con un movimiento fluido de sus manos para que siguieran su estela, mientras este giraba un ángulo de 90° para arrojarlas contra una pared, a la par que se inclinaba permitiendo así que le fuera más sencillo al calupoh brincarlo para aterrizar sorpresivamente sobre el atacante, llevándoselo consigo hasta el suelo y colocarle su peligrosa mandíbula en el cuello con un gruñido que erizaba la piel.

Se trataba de una mujer. Era pequeña dado las proporciones que se reflejaban en comparación con el perro, que, a pesar de ser un espécimen grande, era como una sombra gigantesca posado sobre ella; quizás apenas superaba el metro cincuenta. La pobre solo pudo jadear por el impacto que le cortó la respiración, sumado al miedo que pateó sobre sus instintos al ver semejante bestia a punto de devorarla. El amarillo de sus ojos era cegador en comparación con la oscuridad de su pelaje, sin embargo, el blanco de sus colmillos estaba segura le provocaría pesadillas si lograba sobrevivir.

Al darse cuenta del peligro en que estaba su contratista, el espíritu ignoró la batalla que tenía con la ninfa para ir en su ayuda, pero el ave reaccionó haciendo embistes más rápidos y potentes para mantenerlo ocupado; era impresionante ver como pequeños relámpagos se despedían de su cuerpo con cada aleteo. De la misma forma, su dueño se levantó con el ceño fruncido, miró primero hacia su tía para ver que estuviera en una pieza pues estaba allí como su guardaespaldas; después expandió su campo telepático en busca de más intrusos.

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