CAPÍTULO IXI

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***AVISO: al final pueden encontrar explicaciones de los Dioses y otros términos que pudieran resultar extraños ;) ***

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Tal y como había predicho, en el instante en que cruzó de un plano a otro Tita notó los estragos de la batalla en su cuerpo. El dolor de cabeza palpitó con fuerza al primer respiro, un gruñido de su estómago le recordó los pocos alimentos que había ingerido en todas esas horas, su garganta estaba más seca que un desierto, mientras que sus ojos empezaron a llorar debido a la sensibilidad a la luz... una risilla contenida la hizo bufar; si, tenía resaca, y ni siquiera una por exceso de tragos, esta era por la edad y la desvelada. FAN.TAS.TI.CO.

Por si eso no fuera suficiente, el desastre de la noche anterior seguía relativamente intacto en el interior de su casa. La ventana, las lámparas, el sofá que debía estar rasgado, los cuadros, las cosas que se rompieron habían sido restauradas por Xólotl, pero el caos que hizo al tratar de atrapar a los murciélagos persistía, haciéndola pensar que debía invitar a los Ajawab a limpiar como parte del pago por sus servicios, o al menos pedirles que enviaran a alguien para hacerlo de la misma forma en que manipularon a los animales.

Sin embargo, como prefería limpiar por su cuenta que permitirles la entrada, los Dioses podían ser muy sensibles a este tipo de comentarios; decidió que sus cinco minutos de ajuste a la realidad habían terminado y empezó a moverse.

Se fue por prioridades. Pedro Infante encabezaba la lista, así que dando brinquitos y esquivando los obstáculos logró finalmente llegar a la cocina para sacar el contenedor donde guardaba su alimento junto con el plato para servirle su porción diaria, y mientras estaba en eso, se preparó a sí misma un suero hidratante que rescato del botiquín de primeros auxilios que guardaba en una de las alacenas. Debido a que le gustaba cocinar, era más propensa a tener accidentes allí, por lo que era donde guardaba los medicamentos básicos.

Una vez que sintió que su lengua recuperó algo de humedad, y su perro seguía entretenido terminando de comer; se fue directo a la ducha. Habría preferido quedarse en la tina por lo menos unas tres horas, pero dada la situación, con quitarse la suciedad bastaría; en cuanto al atuendo que usaría para lo que estaba planeando, optó por lo más cómodo y funcional posible: jeans, una camiseta básica de algodón negro de manga corta, con un mapa de México bordado en flores; un pequeño bolso estilo cangurera; sus tenis para correr ya que podrían ser necesarios, y dejó su cabello suelto para que se secara por su cuenta en medio del veraniego calor infernal, solo tomando una liga para más adelante recogerlo y no parecer el rey león.

Como toque final, eligió de accesorio el anillo de una calavera a la cual le brotaban dos serpientes por la cuenca de un ojo y otra de la boca; el tallado era tan exquisito, que con el movimiento de su mano casi se percibía la vida que se ocultaba en ellas. No existía un artesano al cual atribuirle el maravilloso trabajo, era una bendición concedida por Coatlicue luego de que se arriesgara a ir de emisaria frente a la corte de su hija Coyolxauhqui para renovar el tratado de no agresión con su otro hijo Huitzilopochtli.

Ambos Dioses tenían una aversión en su contra que no necesitaban disimular, irónicamente eso era lo que le había situado como la mejor candidata para desempeñar el trabajo, puesto que ninguno confiaba en ella lo suficiente como para usarla en contra del otro, aunque no dudarían en cortarle la cabeza por su bien y ofrecerla en sacrificio a su madre.

Esa noche había sido tan fascinante como patinar en hielo, con sus modales en perfección dolorosa, palabras meditadas, movimientos sofocantemente calculados para la sobrevivencia, y particularmente su preferida, la vestimenta elegante; obviamente, la interpretación resultó audazmente aclamada por los críticos, y Xólotl había estado tan orgulloso que un pavorreal presumiendo sus plumas se veía sencillo a su lado.

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