CAPÍTULO VII

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Todo ocurrió demasiado rápido.

Soltando una maldición por lo bajo, Tita se volvió de inmediato hacia la persona de quien creyó provenía el grito, al mismo tiempo que haciendo a un lado sus planes por esperar hasta recibir un ataque, dejó que su telepatía se expandiera entre ellos para percibir si había alguien más; por su parte, la postura de Pedro Infante se volvió todavía más alerta, mientras que su gruñido escaló en sonido al mostrar sus afilados dientes.

La respuesta llegó desde todos los ángulos y sentidos. En el aspecto físico, todas las luces apuntaban a un lado del grupo, enfocando directamente hacia un oso que estaba, si a lo sumo, a dos metros de ellos mirándola directamente como si fuera la única allí; dado que la distancia que los separaba no era exactamente demasiada, y que la bestia en cuestión era un gigante que bien podría ser un mutante víctima de radioactividad, estaba segura que con solo mover su pata la podría partir en dos, o cuatro si usaba todas las garras.

Luego en el ámbito mental, dónde al intentar cambiar su telepatía (ya que no necesitaba encontrar algo que estaba ufanamente visible) por telequinesis para levantar un escudo, se impactó contra un muro de acero que incluso la hizo retroceder, confirmando su sospecha de que no trataba con un mero animal (tenía sus dudas, pero no creía que un oso normal fuera así, es decir, si eran grandes los había visto en museos, pero él era ENORME con mayúsculas).

Finalmente en el aspecto espiritual, la oscuridad que se había estado arrastrando a su alrededor y parecía ser el mismo pelaje de su adversario, rasgó a través de su alma en una forma demasiado superficial para ser herida, pero lo suficientemente notoria para ser irritante.

Eso eran los tres aspectos que representaban a aquellos quienes podían ser mensajeros de la muerte; y que solo ellos eran capaces de separar a voluntad para traspasar de un plano a otro guiando a las almas que perdían los cuerpos, además de permitirles acceder a sus habilidades psíquicas, psiónicas o quinéticas, lo que les hacía mucho más sencillo distinguir y enfrentar a quienes no eran humanos.

Entonces, en un parpadeo, cuando el segundero en las manecillas del reloj avanzó otra vez, la bestia alargó la pata, hizo un gruñido bajo que podía ser la cacofonía de una pesadilla y... desapareció como si nunca hubiera estado allí en primer lugar.

Fue muy similar a un acto de magia. Ahora lo ves, ahora no lo ves.

El aliento contenido de lo que pudieron ser los mejores gritos en la historia fue el único sonido que se quedó prendado en el ambiente, ligado a un sentimiento de confusión que se mezclaba con incredulidad en un cóctel embriagantemente desorientador. Los testigos parpadearon, exhalaron, parpadearon, miraron a su alrededor, volvieron a parpadear como si con eso su vista se aclarara, movieron los labios en un intentó vago por ya fuera hablar o tomar aire, otro parpadeo, y finalmente soltaron los músculos que estaban fuertemente contenidos tanto por la impresión como el terror momentáneo.

E igual que pasó con ellos, la naturaleza que los rodeaba empezó a tomar su ritmo in cresendo con los sonidos de la vida que albergaba, borrando completamente los rastros del depredador que instantes atrás había dominado el espacio. Claro que eso solo Tita y Pedro Infante lo habían percibido, mientras que para el resto era solo parte del contexto.

-Eso...-. Una de los turistas alcanzó su voz, aunque todavía era baja, temblorosa, forzada en el mejor de los casos. -O... ¿Oso?-. Tartamudeó, pero su iniciativa hablaba de valor. -Era...-. Formuló mal la oración, incapaz de comprender lo que ocurría todavía. -Lo...-. Negó. -Ustedes...-. Aluzó hacia ningún lugar en particular. -¿Vieron? ¿Si? ¿No?-. Dudó con el ceño fruncido de nuevo girando su luz a todo y nada a la vez, seguramente esperando proyectar a la criatura...

EL OASIS DE LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora