CAPÍTULO XXII

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Hubo una especie de extraño silencio meditativo entre ellos una vez que llegaron a su destino. Habían estado esperando algo interesante debido a la apuesta, pero esto seguía siendo un tanto extraño. Tita miró hacia el edificio, luego de un lado a otro, de nuevo al edificio; y otra vez escaneó los alrededores con el mismo entusiasmo de un niño contemplando los juegos en un parque de diversiones.

El tráfico de fondo era una sinfonía caótica. El claxon de los autos, el rugido de sus motores; los murmullos de las voces por el hervidero de gente, el pedaleo de las bicicletas, música de quien sabe dónde... aunque el clima era agradable. Por increíble que pudiera parecerle, estaban en una zona totalmente poblada de la ciudad; el detalle inesperado.

La verdad fuese dicha estaba sorprendida. Tenía lógica si lo pensaba detenidamente ¿Quién en su sano juicio utilizaría un lugar a plena vista para esconder una incierta cantidad de almas? Un loco, un genio o alguien que fuera ambos, lo que Tita creía era la opción más acertada y peligrosa; aunque sentía un profundo desprecio por sus acciones, no negaría que estaba un tanto impresionada. Por supuesto, no era un tema que pondría por voluntad sobre la mesa.

-El sitio es famoso, tiene historia...-. Comentó Ángel mirando de ella a su celular. -Insurgentes 300. Cuenta con 17 pisos, pero se supone que los dos últimos son inhabitables, así que son los únicos solos...-. Hizo una mueca. -No apostaría por esto...-. Negó... -Pero tal vez allí fue donde ocurrió lo que nos buscamos...

En ese instante, unas personas que venían caminando se dirigían directamente hacia donde ellos se encontraban; así que el joven usó su mano para empujar a su tía y apartarse del camino. Fue un acto instintivo, era imposible que chocaran ya que estaban en su forma espiritual por eso no los habían visto; y aunque él lo sabía, no pudo evitar el movimiento.

Esto era una de las mayores desventajas que enfrentaban los mensajeros de la muerte. En un estado físico en el plano mortal, una herida espiritual no debería representar un gran peligro; o al revés, un ataque físico era todavía menos efectivo si se encontraban en su forma astral; no obstante, si su mente sucumbía a la presión de lo que sus sentidos captaban, cambiarían involuntariamente poniéndose a sí mismos en peligro.

En este caso, por ejemplo, chocar contra unas personas no era la gran cosa; pero si estuvieran en medio de la calle y fuese un carro el que se dirigía a ellos, regresar a su forma física porque su mente no podía controlar la idea de permitir que ese auto los atravesara, era solo un arrollamiento seguro.

Por eso es que el dominio de Tita sobre su existencia era tan admirado, no solo podía cambiar de un estado a otro tan fácil como respiraba, también convirtió esa desventaja en su mejor arma para las batallas.

-Si hubieran querido estar solos, desde el principio no lo habrían utilizado...-. Sonrió dando un vistazo sobre su hombro a las personas que pasaban. -Solo entremos y veamos que encontramos...-. El cosquilleo bajo su piel no se detenía...

-¿Quieres que haga un barrido psíquico? -.

-Con tantas personas preferiría que no...

-¿Cambiaremos o entraremos así?-. No era una pregunta mal hecha. Si había fantasmas en la zona, en su estado astral podían hablar con ellos, igual que en el plano mortal haría cualquier persona al tratarlos...

-Así evitaremos las cámaras...-. Aclaró ella, siempre consciente que su sobrino estaba aprendiendo a moverse en una verdadera misión. Que alguien te describiera aun haciéndolo detalladamente, jamás sería igual a que tuvieran un vídeo tuyo; al ser prácticamente fantasmas entrar al lugar a pesar del ojo público no representaba exactamente un problema

-Es verdad...-. Asintió cómodo. Le gustaba que su primer trabajo real fuera a su lado, lo del espionaje por su cuenta lo estaba volviendo loco, aunque suponía que eso era más por ser a ella a quien seguía; pero eso era otro asunto...

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