CAÍTULO XI

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La invitación a cenar fue tan inesperada como natural.

El hecho de que un Dios solicitara a otro la autorización para entra a su territorio no era tan extraño como se podría creer, ya fuera por alianza, negocios, o mera amistad, estos solían moverse de un lugar a otro con una normalidad que pudiera descontrolar la mente de cualquier historiador o antropólogo. Sin embargo, dado la naturaleza precipitada de su petición lo que menos esperaban era ser recibidos tan cordialmente; lo que a su vez les dejaba sin el rechazo como opción... eso, y que Tita jamás, nunca, sin importar la situación, se negaba a ser partícipe de algo en lo que hubiera comida para degustar.

Claro que independientemente de la sorpresa, tampoco les resultaba tan mal el nuevo punto en su agenda del día, estar bien con el dueño de la casa que visitabas siempre era una excelente manera de conseguir lo que necesitabas, y dado el tiempo transcurrido en el incidente, además de que debían mantenerlo en secreto, si podían usar otros medios para investigar los alrededores haría su vida mucho más sencilla.

No, no pretendían causar problemas, aunque de nuevo, con lo extraño del caso, era mejor prevenir que lamentar; ese era también el motivo por el cual a pesar de que llevaban la misma ropa que vestían, la joyería que usaban cambió. La elegancia simple con que se habían presentado para hablar con el gobernante del territorio de las almas, donde francamente estaban más seguros que en cualquier otro sitio; fue sustituida por algo un poco más llamativo tanto por su hermosura como su valor.

Collares, anillos, aretes, brazaletes, tatuajes, incluso ornamentos para el cabello, así como la placa que portaba Pedro Infante, eran en realidad todos artefactos especiales con bendiciones, maldiciones, hechizos, pactos, y, porque claro que eran útiles, tecnología humana. Nada demasiado sobresaliente, la idea no era parecer un farol en medio del océano; solo lo necesario para hacer más fácil su investigación o para sacarlos de un apuro... lo que obviamente no pasaría... esperaban.

De esta forma los cinco salieron del territorio de Xólot, regresando al área común del plano de las almas, a una distancia de unos cuantos pasos hacia la sede central de este; cruzaron las puertas todavía desde el paralelo de México, y se acercaron hacia donde unas pantallas gigantes (como si estuvieran dentro de un aeropuerto normal) direccionaban a dónde debían dirigirse dependiendo del lugar al que pretendían llegar.

Si bien los mensajeros de la muerte podían acceder desde cualquier lugar desde el plano mortal, para salir de allí, más aún si era en otro lugar ubicado geográficamente lejos de su origen, debían utilizar las puertas a las cuales solo los encargados de fronteras tenían acceso; lo que servía para controlar no solo los traslados y las regiones a donde se dirigieran las almas con más orden, sino que especialmente para vigilar el uso correcto que daban a sus poderes los emisarios, quienes en caso de cometer ilícitos con estos, serían juzgados por ello.

Diez años atrás Tita había sido el último ejemplo de la aplicación de estas leyes, en medio de un escandaloso, letal, y sorpresivo juicio por más de una razón, encabezando la lista la muy pública declaración de amor de su gobernante, por lo que nadie esperaba que luego de eso lo permitiera; cual fuera el caso, la sentencia final suponía despojarla de su posición como mensajera, sellar sus poderes, y borrar su memoria, aunque no resultó como se esperaba.

La condena se aplicó, no se podía decir que no fue así, hubo demasiados testigos para ser negado; solo que no funcionó como debía, iniciando así con su reputación además del rumor de que fue la excepción porque era la amante de la muerte, cosa que Santos no pretendía desmentir en primera porque deseaba un día eso fuese una realidad, y en segunda porque el supuesto no era del todo equivocado cuando estaba seguro de que había sido el mismo territorio quien la protegió del castigo; de todos modos con el pasar de los años eso se volvió solo un susurro comparado con sus acciones, haciendo que poco o nada le importara al universo sus relaciones amorosas.

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