CAPÍTULO XXIII

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Tita contuvo el aliento como si su vida dependiera de ello, mientras se las ingeniaba para retroceder un paso; en su estado no iban a colapsar, pero atravesar entes así era igual que ingerir petróleo, nauseabundo y venenoso. Él por su parte, primero dirigió la mirada a las huellas frescas de sangre en el suelo; el color, el olor, la textura, cualquiera podía darse cuenta de que estaban frescas; después se enfocó en el espacio justo donde estaba parada, seguramente sintiéndola.

Fue como si el universo se contrajera entre ambos, todo a su alrededor dejó de ser importante excepto la criatura que tenía frente a ella; porque cada una de las posibles razones que la llevaron hasta ese lugar, a ese preciso momento de tiempo, de pronto tenían una nueva variable que desplegaba en otra oleada de infinitas direcciones sus pensamientos.

Quién era, que estaba haciendo allí, el ladrón, un cómplice, un cazador, el dueño del edificio, alguien de paseo, tenía asuntos pendientes ajenos... podía seguir llenando aquella lista, su cerebro entretenido en descifrar las causalidades de su encuentro; sin embargo, cuando sus labios se curvaron en una burla de su fallido intento por esconderse, sus instintos de sobrevivencia tomaron el control.

Dos, tres pasos hacia atrás, la guardia alta y los sentidos afilados; no estaba sola y todavía tenía que completar su misión, o al menos, hacer que el viaje valiera la pena. Entonces un ruido desvió su atención. Pudo verlo de frente, el niño que perseguía antes había tirado una silla queriendo atrapar lo que sea que tuviera ahora entre sus manitas, cerradas fuertemente contra el pecho, de donde un fragmento en un rojo tan profundo como la sangre se vislumbraba a través de sus dedos.

El ente sobrenatural que bloqueaba su camino también giró sobre su hombro para encontrarlo, sin preocuparse por ella ya fuera subestimando su capacidad o sobreestimando su propia fuerza; al mismo tiempo, los ojos del pequeño los encontraron con una mueca desafiante que no encajaba en alguien de su edad, y el plumaje de Pájarina, que todavía volaba sobre él, se erizó en reacción natural hacia un depredador.

La mirada de un azul glacial se transformó en rubíes bajo el sol, mientras que su presencia oculta en una falsa calma floreció en caos despiadado.

No fue cuestión de lógica, el cuerpo de Tita se movió sin la necesidad de una orden; sus pies emprendieron la carrera en un impulso desesperado, y el grito de su voz le reveló sus propias intenciones.

-¡Protégelo!

El mandato hizo eco entre las ruinas sorprendiéndolos a todos, ella incluida. Hasta hacía unos segundos era quien perseguía, no sospechó que cambiara a un papel más heroico en tan poco tiempo, aunque lo tomó con convicción; sus corazonadas difícilmente erróneas.

El recién llegado levantó ambas manos, una tratando de alcanzarla, otra en dirección al niño. Tita usó cada gramo de habilidad para evadir el agarre sin reducir la velocidad, atravesar la pared en su estado espiritual abalanzándose contra el pequeño, quien distraído en ese segundo por el ataque que estaba a punto de recibir, ignoró su presencia.

Una onda de potente energía sacudió el cuarto donde se encontraban mandando a volar escombros, resquebrajando la estructura; Pájarina logró elevar una especie de escudo psíquico que desvió algo del impacto hacia el exterior, destrozando en el proceso la pared que daba a la calle.

Tita apenas se las había ingeniado para llegar al niño sin salir volando con la explosión, ya que tenía elementos físicos, espirituales y mentales; no importaba la forma que tuviera, el daño era una posibilidad. Sus manos se expandieron y cerraron atrapándolo en un abrazo que inclinó todo su cuerpo para cubrirlo de los proyectiles que pasaban peligrosamente a su alrededor; sin embargo, en cuanto lo toco se reveló lo que temía. Su intención era cambiar el estado del chico al plano astral, y descender a través del suelo al piso inferior poniendo distancia con su atacante.

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