CAPÍTULO XXI

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Tita hizo una especie de lloriqueo, todavía sin abrir los ojos, cuando la consciencia se instaló por completo en su ser. No estaba segura de que hora era, pero por el cansancio que sentía incluso en su forma espiritual, y la programación en sus horarios normales, apostaría que no pasaron más de tres desde que se fue a dormir. Un asco.

En el instante en que el ritmo de su respiración cambió, Pedro Infante, que había estado acostado esperando pacientemente por su dueña, de inmediato se puso de pie y empezó a lamer su cara para apresurarla a que se levantara; para él, siendo tan joven además de fuerte, la actividad física que realizaron, así como las desveladas, no representaban ningún problema. Quería su paseo matutino, y si bien ella podía ser un muro de concreto cuando alguien intentaba obligarla a hacer algo en contra de su voluntad, era una masita lista para dar la forma que quisieran ante aquellos que tenían un lugar en su corazón; considerando que esa bola de pelos negro era su adoración, inmediatamente se levantó.

Igual que cuando llegó, la tormenta eléctrica seguía activa en el exterior, mientras que en el interior la oficina estaba vacía, aunque rápidamente notó la diferencia en lo que había arriba del escritorio, así que asumió que Santos había estado allí mientras dormía, no es que le preocupara o, para el caso, le importara; él no se atrevería a tocarla sin su consentimiento, en cuanto a un ataque por parte de otra criatura, mientras estuviera dentro del plano de las almas los riesgos de ser lastimada venían solo por su voluntad.

En un estado en el que seguramente parecía más muerta que el resto de las almas que habitaban el lugar, se arrastró haciendo estiramientos que esperaba repercutieran en su estructura ósea, hasta el candy bar para servirse un café; sin embargo, en ese momento, por más que amara con locura aquellos manjares, sus papilas gustativas requerían algo más inclinado al lado salado.

Con eso en mente tomó su celular para confirmar que efectivamente estaba a un par de minutos para dar las 6am, lo que significaba que tenía un buen tiempo hasta su cita con Ángel; así que, considerando la situación, encontró el lugar perfecto para tomar un desayuno apropiado, permitirle a Pedro Infante una caminata divertida, y claro, avanzar en sus tareas.

Fue solo cuestión de pensarlo, incluso el ambiente del territorio se modificó despejando completamente las gigantescas nubes acorde al estado de su ánimo, dejando al descubierto un cielo celeste vertiginoso e infinito; y contrario a su gobernante o cualquier otro que tuviera acceso al sitio, ella no tuvo la necesidad de bajar para utilizar una de las puertas, ni siquiera salir de la oficina; un respiro luego de su idea ya se encontraba en el plano físico, en un lugar que como Muzquiz, también era considerado pueblo mágico de México: Catemaco.

Como era verano, el día ya había llegado concediendo unas tonalidades casi místicas en su hermosa laguna, acentuado por el dominio de la naturaleza en el entorno. Pedro Infante dio un ladrido por la emoción mientras avanzaba en una especie de brinquitos a la orilla del agua, adelantándola unos cuantos metros para luego regresar a su lado y repetir otra vez, llamando la atención de quienes los observaban, con su pelo negro brillante y esos ojos amarillos que le daban un aspecto lobuno.

Debido a la hora todavía no había mucha gente caminando por el malecón, solo unos cuantos que educadamente le daban los buenos días a lo que Tita respondía con la misma cortesía.

El lugar era famoso por ser tierra de brujas, pero eso ciertamente no quitaba la amabilidad de sus habitantes que estaban acostumbrados al turismo que atraían; lo sabía bien porque había estado allí varias veces, y como alguien capaz de percibir el mundo espiritual, reconocía que era un territorio donde varias entidades de distintas índoles y panteones se superponían.

Dioses, Vírgenes, Santos... eso sin contar aquellos que estaban en el punto medio, ese lugar donde la magia tenía una expresión más radiante. Moverse en estos rumbos descuidadamente era un suicidio en la sociedad sobrenatural, pero sus padres y Xólotl fueron muy estrictos siempre con sus modales; así que se mantuvo tranquila disfrutando de su recorrido, de las memelas que se desayunó saboreándose bocado a bocado con su buen café lechero, y de la michelada con camarones que a pesar de la hora tuvo que degustar para que se le reiniciara la vida.

EL OASIS DE LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora