CAPÍTULO VIII

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Una preciosa cacatúa ninfa entró planeando en la oficina hasta situarse al lado de Pedro Infante, quien reaccionó dándole una caricia en forma de un pequeño empujón con su cabeza, para luego rodar sobre sí mismo feliz de encontrarla. Tita miró la escena para luego enderezarse y dar la vuelta encarando al recién llegado.

Al verla girar para enfrentarlo, el dueño del ave que estaba recargado en el marco de la puerta con los brazos cruzados al pecho puso primero los ojos en blanco, luego le dio un guiño descarado con una curva altanera en sus labios antes de lanzarle un beso. Acciones tan deliberadas como naturales de su osado y juguetón modo de ser, un eco que hablaba de la relación que guardaban entre ellos.

Los labios de ella se expandieron de inmediato en una sonrisa sincera que dulcifico de forma asombrosa sus facciones, y le dio un brillo travieso a su mirada dejando al descubierto los sentimientos que la embargaron. Entonces su mano se extendió para señalarlo sin menor cortesía.

-Bebé...-. Lo llamó. -Eres un bebé aquí y en China; ayer, ahora y siempre...-. Sentenció completamente orgullosa

El chico arrugó la nariz a la par que avanzaba cortando la distancia que los separaba. No era demasiado alto, aunque si un par de centímetros más que ella llegando al 1.70m ; sin embargo, su figura delgada lo hacía parecer de una proporción mayor, y aunque estaba en esa etapa en que las partes no parecían pertenecer al mismo conjunto, los músculos que había logrado a base de un gran esfuerzo restauraban el equilibrio en un modo atlético que también imprimían eficacia en sus movimientos, aun cuando cada uno parecía ser una onda contenida de pura energía.

-Hola tía...-. Contestó chispeante, después de darle un beso en la mejilla y un abrazo

El mismo tono de piel en un canela dulce, la mirada de un rico café, su barbilla... no eran demasiado parecidos, pero si los veías juntos, como en ese momento, era obvio que compartían un lazo por la familiaridad con que se trataban.

Todo en él hablaba de inteligencia, luz, fuerza y dinamismo; su sonrisa, su mirada, su voz; incluso su ropa, una explosión de colores naranja fosforescentes con oscuros, que reflejaban el mismo estilo de su webtoon favorito, del cual traía un dibujo en la playera. Eran ciclistas como él, cuando los descubrió se había vuelto loco por ellos; ahora hasta tenía el mismo corte de cabello que el protagonista, aunque sus rizos lo hacían lucir mucho más salvaje.

Ángel Gabriel, dieciséis años. El hijo menor de Alonso, tercer miembro de la familia en pertenecer a los mensajeros de la muerte, la joya de la corona decían, un prodigio; se corrían rumores que si las cosas no se iban en picada como había ocurrido con Tita, sería el sucesor de Mateo para ser la mano derecha del gobernante del plano de las almas, como hiciera una vez su abuela Teresa.

Por supuesto, también era bien sabido que diez años atrás, el día de su muerte, fue el mismo instante en el que el destino de su tía cambió completamente trayendo consigo la declaración de amor de Santos, su expulsión de los mensajeros, y el inicio de su sanguinaria reputación. Lo que a decir verdad, a ninguno de los involucrados les interesaba en absoluto.

-¿De verdad vamos a ser compañeros de trabajo?-. Ella miró de él al cantante, luego hacia Xólotl con una cara de ¿Te lo puedes creer?

-Si yo...-. Ángel, que para ese momento estaba parado entre su Tía y Santos, se quedó a mitad de la frase cuando su mirada quedó atrapada en la rebanada de panqué que tenía él, la cual lucía increíblemente apetitosa con la bola de nieve de vainilla y el caramelo. -¡Es pan de elote!-. Gritó emocionado reconociendo perfectamente el postre, y su mano se estiraba impulsada por el antojo...

-Si lo tocas te corto la mano...-. Sentenció el gobernante con un tono gutural que no dejaba espacio para creer era una broma

El chico jadeo completamente ofendido, y puso una cara de cachorro que usualmente lo dejaba salirse con la suya. No es que fuese consentido, era más bien que las circunstancias que lo habían conducido a ser lo que era hoy, provocaban que el resto lo cuidara como un tesoro preciado que tenían la certeza podían perder.

EL OASIS DE LA MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora