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Hacía frío, pero era preferible quedarse afuera esperando a su padre que dentro siendo un estorbo. Los trabajadores no dejaban de moverse por todo el lugar a esas horas y ocasionalmente lo empujaban o le pedían permiso para pasar a las escaleras, a los elevadores, y prácticamente a cualquier otro sitio en el que estuviera obstruyendo el paso.

Naruto se había quedado mirando absorto el campo de la universidad situada frente al despacho de su padre. El lugar era majestuosamente enorme. En comparación, su colegio no era nada.

El portón lateral ofrecía una mejor vista. Poco a poco fue rodeando la infraestructura hasta llegar de vuelta a la imponente entrada. Desde la visita pasada no había podido sacarse de la cabeza al apuesto joven que se había acercado a pedirle la hora.

Su rostro, su porte, el innegable atractivo físico.

Había estado pensando en él en días pasados, evocandole durante las noches y a veces al despertar. Tenía la esperanza de verle de nuevo. Esa era la excusa perfecta para el redil de desiciones que había ido tomando hasta llegar allí.

Enredó los dedos en una de las formas ovoides del portón y entonces lo vio. El mismo joven con el uniforme marino caminando hacia las escaleras con su maletín en mano.

Sintió que su corazón se saltaba un par de latidos al verle acomodarse un mechón de flequillo oscuro tras su oreja.

¿Qué estaba haciendo?

Se paralizó tardíamente al reparar en que no tenía ningún motivo para hallarse en ese sitio. El joven salió, sus miradas se encontraron. Naruto se mordió el labio, agachó la cabeza y comenzó el incipiente jugueteo nervioso de sus dedos. Allí estaba la razón de su desliz y ni siquiera tenía las agallas de acercarse a él.

Supuso que se iría pero una vez más el joven lo sorprendió al dirigirse hacia él.

—¿Tomas café?

En realidad no le gustaba, la respuesta brotó sola de su boca.

—Si.

Y asi comenzó todo.

El estomágo no dejaba de rugirle, exigiendole prontamente alimento. Llevaba todo un día sin probar nada. No quería denigrarse a esos extremos. No después de todo lo que había pasado. Tenía prohibido usar cualquier otra sección de la casa hasta que no cumpliera con la primera orden dada, la de comerse aquella porquería para perros.

Solo había estado en el sofá, afligido, aburrido, atiborrado de melancolía y recuerdos de su vida junto a Sasuke.

El orgullo le obligaba a mantener su postura actual. Sin embargo, ya no lo soportaba. No podía salir o la policía acudiría y todo iría a peor. Estando alli al menos era un poco más libre. No estaba en una celda y se sentía más seguro pues sabía que, por lo pronto, no le matarían.

Acaso fuera mejor a mantenerle a la expectativa todo el tiempo.

Cuando oyó a Itachi Uchiha bajar al comedor, supo que era su oportunidad. Arrastró los pies hasta la mesa. Tomó asiento delante de él. Itachi estaba atento al diario matutino, circunspecto y totalmente indiferente a su presencia. Naruto se levantó y fue a abrir la nevera. Fueron apenas un par de segundos pero bastaron para tener a Itachi a su costado, aferrandole del brazo para impedirle llevar a cabo una acción tan simple.

Quería insultarlo, empujarlo y maldecirlo hasta el cansancio, pero era batalla perdida y lo sabía, asi que juntó ambas manos, agachó la cabeza y se forzó a murmurar.

—Por favor.

—Primero debes comer eso— la sentencia de Itachi fue acompañada de un firme empujón al suelo. Naruto gimió al golpearse contra el azulejo. Miró en dirección al cuenco.

Ya había pasado todo un día desde que Itachi había puesto la comida. Se veía aún más asquerosa que antes. La carne desmenuzada sobre una cama de repugante jugo.

Naruto cerró los ojos y dirigió titubeante la mano al plato.

Recordó aquel pastelillo de moka que Sasuke le había invitado en su primera cita junto a un café americano. Se llevó la pasta a la boca y masticó aguantando la respiración para no tomarle sabor.

Dos puñados más y rompió a llorar.

Cicatrices.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora