IV

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No quería estar en ese lugar. Odiaba el color gris sobrio de las paredes, lo amplio de los salones y el ambiente frío, solitario y tenso que se respiraba dentro. El día anterior no había querido moverse de donde lo dejó el hermano de Sasuke. Se había quedado dormido en el largo sofá oscuro de terciopelo, frente a una chimenea en desuso.

Las únicas palabras que Itachi le dirigió antes de subir a la planta superior de la vivienda fueron una advertencia explícita de que la policía se presentaría sin demoras si acaso se le ocurría alejarse del pórtico más de cinco metros. Para eso le habían puesto el brazalete en el tobillo, para rastrearlo y monitorear que no saliera de allí, que no incumpliera con la libertad condicional que le habían otorgado.

Había estado tan cansado que ni siquiera se percató en que momento se quedó dormido. Llevaba varios días desvelandose y pensando, extrañando y cuestionando. Solo quería regresar a su casa, pero estaba consciente de que ya no tenía una, al menos no como tal. Ahora que Sasuke había muerto su único hogar estaba con su abuela.

Si tan solo pudiera contactarla. Pero al meditarlo largamente, sabía que, de momento, era mejor así, que se supiera lo menos posible hasta que encontrara una manera de liberarse a una condena injusta que le querían hacer pagar.

El odio encendido en las pupilas de Fugaku era antinatural, desmedido, corrosivo. Ya no sabía qué esperar de nadie.

Cuando despertó, lo primero que hizo fue ir a la cocina. No tenía idea de qué hora era porque no ubicaba un solo reloj en la casa. Tampoco quería explorar demasiado, pero sospechaba que si alguna vez los hubo, los habían quitado a propósito. Lo mismo que habían retirado el buzón de la correspondencia. No querían que estuviera al tanto de las fechas ni las horas, eso debía ser. Pero ¿Para qué?

Todo lo que podía ver en algunas esquinas superiores de las paredes eran cámaras, pero resultaba un tanto evidente que le vigilarán. Ignoraba si tenían otra finalidad pero en el fondo rogaba que no.

Moría de hambre, así que decidió abrir la nevera y hurgar un poco en los compartimentos de la alacena. Estaba preparando un emparedado cuando el frasco de mayonesa le fue arrebatado de las manos. Sus ojos se abrieron en indecible pánico cuando Itachi Uchiha lo sostuvo del cuello de la camisa para elevarlo varios centímetros del suelo. La mano serpenteó de la tela frontal de la camisa hacia el cuello.

—Me haces daño— se quejó, forcejeando con aquellas manos que lo mantenían en el aire. Los ojos escarlata de Itachi emitían un destello plomizo de sagaz advertencia.

—¿Quién te ha dicho que puedes tocar algo?

Naruto cerró los ojos cuando el aire comenzó a faltarle. Sacudió los pies. La visión se tornaba borrosa, lo mismo que una nebulosa disipaba sus pensamientos. Abrió los ojos y trató de enfocar su mirada hacia el lugar en que Itachi lo sostenía, justo en el ángulo que daba hacia una cámara de la cocina. Entonces no eran de la policía.

Debió imaginarlo.

—Sueltame, maldito— pataleó y le arañó las manos. Esta vez Itachi lo empotró contra la nevera y le escupió en el rostro antes de liberarlo.

Cayó de rodillas frente a él, casi agonizante. 

Sintiendo aun la obstrucción en su garganta, Naruto tosió un par de veces y se llevó una mano al cuello, seguro de que le quedaría una marca permanente en ese sitio. Entonces elevó temeroso la mirada, comprendiendo en el acto que, si esperaba compasión, bien podría irse olvidando de ella, porque no la iba a encontrar. Al menos no en Itachi Uchiha.

Un cuenco redondo de cerámica fue puesto a su lado. Naruto miró estupefacto la lata de comida para perro que Itachi acababa de abrir. La mezcla homogénea fue vertida con prontitud. Una torre de masa marrón oscura gelatinosa que se tambaleaba sobre el cuenco.

—Cuando te lo termines, y si aun te queda apetito — murmuró Itachi, retrocediendo un paso—. Puedes comer lo que quieras de la nevera.

Naruto apretó los puños, tensó la mandíbula. No iba a llorar. No iba a romperse y menos delante de ese infeliz.

—Pudrete— lo insultó antes de levantarse para ir de regreso al sofá.

Cicatrices.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora