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Mientras recibía los duros y violentos embates con los ojos cerrados y los puños aferrando las sábanas, se imaginó a si mismo al lado de Sasuke. Era Sasuke y no Fugaku quien arremetía con dureza en su interior. Eran las suaves manos de Sasuke y no las ásperas y callosas de Fugaku las que lo aferraban de las caderas toda vez que se hundía, fuerte, muy fuerte, hasta que no pudo contener más las lágrimas que se deslizaron libremente hasta humedecerle las mejillas.

El sentimiento de suciedad lo acompañó horas más tarde de que todo hubo terminado.

Había perdido la noción del tiempo y de los días por completo. Asimismo, su única esperanza de hacerse con el telefono se desvaneció el segundo día de abusos cuando notó el cable troceado.

No había forma de escapar.

Como un automata Naruto bajó las escaleras, un paso a la vez, prescindiendo por primera ocasión de la ducha para ir directamente al comedor, donde yacía Itachi sentado, con el mentón apoyado sobre las manos y la mirada gacha.

Al verlo en esa postura, de perfil, los labios de Naruto temblaron al compararlo vagamente con Sasuke. El parecido entre ellos era enorme, y sin embargo, sabía que de ser Sasuke quien ocupara ese lugar en la mesa, él no estaría allí, atrapado, solo, abusado, mancillado como si fuera un despojo humano.

Con mucha precaución llegó a la mesa. No, no pensaba sentarse. No podía de todas formas. Estaba adolorido y sangrando. Se limitó a tomar el papel junto al plato de ceramica que contenía una cama de hot cakes de desayuno.

Itachi le dirigió una larga mirada interrogativa al verle sostener el bolígrafo. Lo odiaba. Detestaba que Itachi no hiciera nada para detener al asqueroso bastardo que tenía de padre.

Ni siquiera lo miró al garabatear la firma en la línea punteada. Fue apenas un trazo irregular de su numbre escrito con letras cursivas.

–Quiero irme a casa. Ahora– proclamó al borde del llanto, aferrando la tela del mantel floreado para no tener que afrontar esa penetrante mirada carmesí.

Aún incredulo, Itachi tomó la hoja para constatar que la firma fuera legitima. Sus ojos se cruzaron con los azul celeste y vio odio reflejado en ellos. Un sentimiento letal y corrosivo que ellos mismos habían provocado.

Un remedo de disculpa casi se escurrió de su boca al notar el deplorable estado de Naruto. Tenía el cuello y los brazos llenos de marcas, moretones y rasguños, cojeaba un poco al andar y sus parpados se habían hinchado y enrojecido a causa del incontrolable llanto de cada noche.

No quiso seguir viendolo. No asi.

Se retiró a la sala de estar para hacer una rápida llamada. Lo más díficil ya había pasado. Entre más pronto terminara todo, mejor. Necesitaba con ansias borrar todo recuerdo de la existencia de Sasuke, porque solo le generaba dolor.

Después de dos silencios intermitentes, la voz grave de Fugaku contestó del otro lado de la línea.

–Ya firmó el acuerdo, padre– tensó los puños al rememorar la visión tan lamentable y patetica que el cuerpo de Naruto le había ofrecido. Lo habían roto. Finalmente lo quebraron para obtener lo que querían–. Haz pronto la transacción y permite que se vaya.

Cortó la llamada antes de que su padre pudiera responder nada. Estaba harto de todo ese camino estúpido hacia la venganza.

Desesperado, se restregó el rostro una y otra vez con las manos, pensando, reflexionando.

–Sasuke...– susurró al vacío, arrastrado por la depresión y el desconsuelo que lo habían envuelto desde su muerte.

Cicatrices.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora