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Ya era un hábito el juguetear con mi rojizo cabello siempre que me encontraba nerviosa, con veintidós años se me hacía un tanto curioso y divertido el hecho que me llamaran a realizar el examen anual para adolescentes y pocos universitarios que había detrás del gran muro que nos separaba de la tecnología avanzada; la ropa sedosa; los geniales trabajos; la interacción con la realeza; de los hechos importantes y el no morir de hambre.

A pesar de que este examen se hacía solo para aquellos que estaban a punto de terminar el instituto o los que tenía la oportunidad de cursar alguna carrera universitaria,—Que solo eran aquellos hijos de duques o aquellos que ganaron el favor del rey— siendo este un número tan reducido como absurdo de estos.

—Priva—Levante la mirada al escuchar la voz de un hombre, no era mi nombre, mucho menos  mi turno,  pero a la vez la curiosidad me picaba a tal punto que siempre que esa puerta era abierta esperaba ver, aunque sea algún objeto dentro, lo cual se volvía imposible por lo poco que abrían esta para los demás.

Cuando tenía dieciséis se declaró que era lo suficiente inteligente como para graduarme, sin importar que aun faltaran do años para esto, dijeron que estaba lista para la universidad, a la cual nunca asistí gracias a los recursos casi nulos de los cuales se sustentaba mi familia conformada por nada más que diez personas.

No es que enseñaran mucho de este lado, lo básico como un poco de matemáticas, demografía, biología, lenguaje e historia, donde, cada vez que se tenía la oportunidad resaltaban como descendíamos de traidores y por lo tal ahora nos trataban como unos esclavos y debíamos sobrevivir a las adversidades al menos que pasáramos las pruebas antes previstas.

El examen, según he escuchado de todo aquel que conozco y  lo presento es demasiado difícil para poder realizar, pero la gota de esperanza para todo aquel que quisiera conocer el otro lado del muro, donde podrías progresar, comer bien y conocer a un encantador ricachón que te pueda mantener.

—Leah—se pronunció otro nombre a lo lejos logrando que me impacientaba lo suficiente como para menear mis piernas de forma nerviosa en mi asiento.

Comencé a dar suaves jalones a mi cabello en espera de no salir tarde de aquí, los autos para volver eran costosos, más que la comida y el peligro era peor que la guerra con desquiciados por doquier.

«Podrías ganar, podrías conocer, no sentir tu estómago, gruñir... no ver más pobreza y tristeza a tu alrededor» podría hacer lo que quisiera si salía de este poso de desesperanza, sobrepoblación y muerte, pero no ganaría nada dejando que los que más amo se hundieran en lo que yo prospero sola, no sabía si esta fuera una buena idea, pero a la vez, sabía que si alcanzaba a cruzar aquel gran muro y conocer a todos los preferidos de la realeza, el verdadero pueblo de su majestad, y no aquellos que tanto odiaba por tener sangre de traidores.

—Rhiannon—Al observar de quién provenía la voz que me nombró me encontré con la anciana vista del Duque Rees, el cual me sonrió con amabilidad, aquel anciano de ojos rasgados era uno de los pocos duques que conocía y, me atrevía a pensar que el más amable de todos.

RHIANNONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora