๛ cuarenta y dos.

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Charlotte encajó la llave en la cerradura y abrió la puerta, claramente estresada debido al ajetreado día que había tenido. Aún faltaba un mes y medio para la boda, sin embargo la mamá de Jean y la propia suya la habían sacado de su cama bastante temprano para llevarla a ver algo sobre el vestido. Cerró la puerta tras de sí una vez estuvo dentro de la casa y se encogió debido al frío que había sentido afuera, el invierno había llegado con temperaturas demasiado bajas para su propio gusto a pesar de ser fan número uno del frío.

Unos pasos apresurados corriendo rápidamente desde la sala de estar fue lo primero que oyó Charlotte mientras colgaba su abrigo en el perchero al lado de la puerta, no le costó mucho adivinar que se trataba de Nathaniel.

—¡Mamá!

A pesar de haberse mudado con ellos hacía dos meses y estar oyendo a Nath llamarla "mamá" desde hace casi cuatro meses, aún sentía una leve calidez en el pecho cada vez que oía esa palabra; probablemente fuese porque adoraba a Nathaniel aún si no era su hijo de sangre.

—Hola, cielo.—dijo dejando un beso en la mejilla del pequeño y dándole una sonrisa— ¿Qué tal todo?

—Bien.—sonrió mostrando sus dientecitos— Papá cocinó lasaña para el almuerzo y luego jugamos Mario Kart un rato, pero después él se fue a hacer algo y me quedé jugando solito.

—¿Sí? ¿Dónde se supone que está tu papá?

—Arriba.

—Hm, iré a saludarlo y luego bajaré a jugar contigo, ¿bueno?

—Sipi.

Observó cómo Nath nuevamente se iba corriendo a seguir jugando y decidió que era momento de subir. Era un día sábado de invierno y para ella era bastante obvio en donde se encontraba Jean. Su lugar seguro, aquel cuarto que, al igual que su oficina, no dejaba que nadie entrase ni por si acaso.
Al llegar a la segunda planta, lo primero que oyó fue el sonido de una canción bastante conocida para ella cuyo nombre no lograba recordar, el sonido venía de aquella habitación, por lo que decidió caminar hasta la puerta y entrar sin tocar aunque se ganase un reclamo por parte de Jean. La imagen era más o menos predecible: botes de pintura y brochas y pínceles esparcidos por toda la habitación, lienzos incompletos, pinturas ya listas, libretas con bosquejos, sábanas blancas cubriendo lienzos, un delantal y cómo no, Jean pintando en un lienzo en el suelo —sin camiseta, para variar—. El castaño sostenía un pincel entre los dientes y parecía analizar lo que sea que estuviese trazado en aquel pedazo de tela, probablemente tomando medidas mientras tatareaba la canción que estaba oyendo bastante concentrado.

—Olvidaba que aparte de arquitecto también tienes vocación artística.

Al oír la voz de su pareja, Jean alzó la mirada en dirección a la puerta y se quedó admirándola un par de segundos. La punta de su nariz estaba roja debido al frío del exterior pero aún así lucía preciosa a los ojos del castaño.

—No te quedes parada en la puerta, boba.

Admiró a Charlotte hacerle caso y entrar en aquella habitación rodeada de útiles para pintar. Para él, ella era la mujer más preciosa que hubiese visto en su vida, pero más que eso, era arte, y el arte no tiene que ser lindo o feo.

El arte tiene que hacerte sentir algo, y Charlotte le hacía sentir de todo.

—¿Qué pintas? —cuestionó sentándose en el frío suelo a su lado.

—Estaba sin inspiración así que dibujé un atardecer simple, ¿crees que el boceto está bien?

Aquella pregunta sorprendió un poco a Charlotte, ¿la razón? Jean Kirschtein jamás, pero jamás pedía segundas opiniones en sus trabajos artísticos. La ojiverde no conocía la razón tras ello, pero sabía por experiencia que Jean detestaba las segundas opiniones.

troublemaker | jean k.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora