CAPÍTULO 1

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Pelo suelto. Un poco de corrector de ojeras puesto, ya que estaban muy marcadas. Uniforme horripilante: entre una camisa y una pollera verde oscuro, ésta con logo del colegio. Así, llegué a la institución que está frente a mis ojos.

De verdad se esmeraron en hacer feo el uniforme.

Cuando entré, a mi derecha vi un letrero que lleva escrito Dirección, fui directo ahí. Hice dos golpecitos en la puerta y un señor delgado, que lleva puesto una camisa blanca de rayas, algo ajustada a sus brazos, y jean de chupín azul y botas negras, abre la puerta.

—Hola, buenos días. ¿Necesita algo?

—Si. Soy... —Me pellizco el músculo de la mano, ese espacio que hay entre el índice y el pulgar— Mercedes Díaz, una de las nuevas inscriptas —me presenté—. En quinto año comercial. Necesito saber cuál es mi aula.

—Dame un momento —pide y yo asiento. Se da la vuelta para ir a la computadora a buscar, supongo yo, mi aula. Regresa a mí y me informa—: Piso 2, aula 3. —Sus ojos ven detrás de mí, por lo que sigo su dirección—. Ah, Emma, buenos días. ¿Me haces el favor de llevar a Mercedes —Volví a pellizcarme— al aula 3, por favor? —le preguntó a Emma.

Una morocha de pelo largo rizado con dos mechones rubios al costado de su cara. Su tez es de un color canela. No es más alta que yo, unos dos centímetros más, quizá. Nunca vi tanta perfección.

—Buenos días. Sí, claro. —Sonríe y me mira—. Vení, seguime.

Y eso hago. Cuando llegamos pasa primero ella y luego yo.

—Esta es nuestra aula —inició.

La miro con el ceño fruncido.

—¿Nuestra?

—Aja. En esta aula estoy yo.

Pero si seré tarada. Si dijo ‹‹nuestra›› es porque está también, daa.

Se aleja de mí para ir a sentarse. Yo me quedo mirando todo el aula; el piso —más bien el instituto completo— se divide en dos colores: verde y blanco.

¿No podían usar más?

Blanco y verde. Que poca creatividad. Por donde sea que mire los únicos colores que voy a encontrar van a ser blanco y verde.

—¿Querés sentarte conmigo? —preguntó Emma, sacándome de mis pensamientos.

Me ofrece el asiento que está justo del lado de la pared. Entrecierro los ojos, extrañada.

—¿Hay alguna razón por la que no te sientes de ese lado?

—Sip. Por acá salgo más fácil. No tengo que estar pidiendo permiso ni nada. —Desistí y decidí sentarme, poco convencida. Aunque lo que decía tenía sentido—. Mercedes, ¿no? —indaga. Aprieto mi mandíbula.

—Cedes. No Mercedes —le aclaré, seca.

—Okey. ¿Y tú apellido? —sigue preguntando.

—¿El tuyo? —evadí su pregunta.

—Miller. Con doble ele. Al igual que Emma con doble eme. —Puedo estar segura que esperaba pacientemente que dijese mi apellido. Entendió que no diría una palabra. Entonces siguió—: ¿Querés que después te enseñe la escuela de punta a punta? —pregunta cambiando de tema.

—No.

—¿Querés los horarios?

—No.

Una profesora canosa de pelo corto hasta la nuca, camisa blanca, donde el borde de ésta está dentro de la pollera tipo tubo gris, y unos tacones negros bajos, entra al aula saludando. Y como es obvio, algunos también la saludaron.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora