CAPÍTULO 27

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—¿Qué? —Pareció causarle gracia porque rio al preguntar. Relajó sus facciones y calló cuando vio mi rostro afligido, desapareció su convencimiento de creer que hablaba en broma—. Por supuesto que sí —respondió al final. Se acercó, colocó una mano sobre mi hombro y con la otra acarició mi mejilla—. ¿Por qué me preguntás eso?

Aflojé mi cuerpo con la presión por las nubes al recibir su respuesta, pero ¿por qué estoy intranquila?

—¿Y si termino siendo peor que antes? ¿Y si después me terminan odiando?

—No, y nunca vamos a odiarte, Ce. ¿Qué te tiene tan dudosa?

—Lo que vaya a pasar después de salir de acá.

—¿Qué puede pasar que no sea volver con las chicas y conmigo?

—Que viva recordando lo feo en vez de estar en la actualidad, pasándola ¡bomba! con ustedes. —Negó con la cabeza. Y cuando menos podía aguantarlo, lloré con él frente a mí—. Tengo miedo que ya no me quieran más en sus vidas. ¿Y si hago algo que después les disgusta y los pierdo en eso?

Me atrajo a él para abrazarme, por un instante dudé en hacerlo, pero cuando recordé que ya no podía ocultar más nada, lo rodeé con mis brazos.

Quería suplicarle que nunca se fuera, que no me abandonara, que no decidiera irse por esa puerta y no volver, quería escucharlo decirme en voz alta que no iba a hacer nada de eso, que me quería, que me amaba.

Todas mis peticiones solamente se hicieron oír en mi cabeza mientras yo arrugaba en un puño su ropa porque mi mente era una tortura repleta de preguntas y deseos que no me animaba a pedírselos porque me daba miedo que, si la vida tuviera todo lo bueno preparado para mí en un futuro, cuando yo lo pida todo podía cambiar, y, nada más, me quedaba para decir que fue la mala suerte. Yo estaba harta de eso, que siempre tuviera que ser yo la de la mala suerte.

Solo rogaba a Dios que me diera la oportunidad de una buena vida, todavía sin saber cuál fue el error que cometí para pasar por una mala. Ya sé que tampoco fui la persona más buena del mundo, pero no comprendo por qué me tocó vivir de esa forma, qué había hecho yo para ganármela; si bien sabía que toda causa tiene sus consecuencias, me pregunto qué causó esa causa. Toda causa tiene su origen, pero si tengo que ser honesta no sé si quiero conocer la respuesta, y eso es justo lo que odio que me esté pasando, no quiero pensar en el origen de nada. ¡¿Por qué siempre llego a mis papás y su comportamiento conmigo?!

Mi único deseo es ser feliz con estas personas, es todo lo que pido. Ya sé que puede haber errores, confusiones, malos momentos y sí quiero pasar por todo aquello porque es lo más normal, no tener que estar recibiendo una "regañada" en cada malentendido.

Nos separamos y aplastó sus labios sobre los míos, ambos nos llevábamos las lágrimas que había llorado. No me esperé cuando su mano estuvo en mi cadera y presionó contra ella, emití un quejido de dolor.

—Perdón —susurró.

—No importa —ignoré.

Segundos breves de silencio cuando su frente y la mía estaban pegadas y nuestras narices rozándose.

Sí, tengo que admitir que ahora todo me da miedo, incluso los suspiros, el parpadeo, la manzana de Adán subiendo y bajando, un mínimo movimiento, gesticulaciones, cada una me daba miedo porque me aterraba la idea que, después de realizar cualquiera de estos, alguien tomara la decisión de arrancarme de sus vidas.

Estaba convencida de que era la única que dudaba de todo, de hecho, siempre dudé, solamente no fue algo que permití ver directamente. Pero cuando pones la seguridad en tu "dura" personalidad hechizas a la mayoría haciéndoles creer que estás segura de todo lo que digas o haces, y es mentira, una persona que se esfuerza por mostrarse de otra manera es más dudosa, desconfiada, insegura. Esas son las tres palabras que únicamente me definen ahora, soy mi propio espejo, el que ahora revela la verdad de cómo me reflejaba en otras personas, y ahora Christian se había encargado de romper el vidrio y que aceptara la realidad de mí misma.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora