CAPÍTULO 20

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Me vestí con un suéter blanco y una pollera negra con un pequeño corte en cada pierna, todavía sabiendo del frío mortal que había, quise lucirme impresionante. Como calzado unas zapatillas blancas que me dan todo estilo propio, gracias al cielo Emma calza igual que yo.

Él en cambio, decidió llevar una remera manga larga bordo, arriba un abrigo azul marino, jean negro y con botas de piel negra.

Su rostro se veía tenso pero observadoramente depredador cuando salí del cuarto de su hermana. Yo, por otro lado, estaba nerviosa pero con las mismas intenciones que él ocultaba detrás de su rostro rígido. Sabía que cada vez que lo veía, ya sea con la misma ropa o siempre con una distinta cada día, él nunca va a dejar de encantarme.

Y todo se acabó cuando pasó por mi lado sin soltar palabra. Todavía está furioso, guau. ¿Cómo mierda arreglaba esto? Antes de haberme ido ayer, logré que me perdonara pero ahora sé con exactitud que la cagué muy, pero muy, feo.

Y justo ahora razoné todo. Él dejaría de estar enfadado conmigo si yo aceptó su ayuda y, sobre todo, si no vuelvo más a casa. ¿Por qué mierda caigo ahora? ¡Las señales eran claras!

Su puto asunto es que no comprende que no puedo irme de mi casa así como así; nunca entendería por qué. Y sí —bueno, detrás de las razones obvias como la escuela—, hay un jodido y expectante motivo de no poder irme. Pero si soy honesta no es que no pueda, no quiero.

Bajé donde todos, charlando en la cocina porque preparaban una comida que sonaba exquisita. Caminé a la heladera para servirme agua fría al vaso que ahora llevo a mis labios. Cuando tomé de un tirón el agua esperé a que Christian acabara de lavar las cosas que se ofreció limpiar.

—Dejalo ahí, ahora lo lavo.

—No me cuesta nada...

—Dije que lo dejes ahí —obligó, cortante.

Tragué grueso de todo el miedo que inundó mi cuerpo. Asentí. Christian en serio daba miedo enojado, mucho más que mi papá.

Rodeé la mesada del medio hasta quedar en la punta de ésta con los brazos apoyados mientras esperaba a Christian terminar.

—¿Qué te pasó en los nudillos, Ce? —habló Karina.

Estaba muy segura de querer que el piso se abriera y me llevara a donde Dios o el Diablo quisiera. Solo a mí me pasaban estas cosas. No recordaba en ese momento quién me había preguntado lo mismo, si Emma o Christian u otra persona. Entonces busqué en mis recuerdos algo mientras también idealizaba alguna mentirita para salir de sus garras.

Mi mente estaba conmigo hoy. A Christian, él mencionó algo sobre mis nudillos esta mañana y le mentí, lo cual con él no funcionó, pero quizás con ellas sí.

—Tuve un ataque de ira. —Un ruido estruendoso se escuchó desde donde Christian está, se disculpó e Irina le contestó que no pasaba nada. Lo ignoré—. Si podemos no hablar de esto se los agradecería —supliqué.

Terminó de lavar todo, saludamos a ambas mujeres y nos encaminamos a la camioneta.

—¿No vas hablarme? —lo cuestioné antes de entrar, con la mano en la puerta y él antes de entrar me miró fulminante, sin contestarme—. Increíble —murmuré.

En todo el maldito viaje se mantuvo en silencio, lo odié tanto. Pero más a mí, porque yo era la responsable de su actitud ahora, de su lejanía, de su distancia en seco.

Mi pecho se hundió en clara dolencia de haber provocado esto. Jamás en mi vida creí que saldría más dañada de sentimientos que de piel, y con absoluta certeza, preferiría mil veces la segunda.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora