CAPÍTULO 3

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Pocos negocios abiertos: las ventanas de los edificios iluminadas por el amanecer; la inmensa cantidad de vehículos, y demás veo a través de la ventana del colectivo.

Que imbécil.

No retuve el insulto en mis pensamientos, no luego de sentir un golpe en mi cabeza: el colectivero se tragó un pozo. Mi cabeza estaba apoyada en el vidrio, está claro que el golpe que me di contra el mismo me dejó un dolor de cabeza muy molesto. La despegué de la ventana. Ahora iba incomoda del dolor.

Mis ojos se estaban cerrando y tenía que obligarme a no dormirme.

Que puta molestia levantarse a las, casi, siete de la mañana. Lo que acabo de decir esta fuera de contexto, pero como me gusta contar lo que me molesta aproveché el momento y dije otra de las tantas cosas que me molestan.

Llegada al colegio, el dolor se había pasado un poco.

—Hola Mercedes. Perdón, perdón. Cedes —saluda y se disculpa Emma, a quien encontré hablando con la rubia de la vez pasada, que ni siquiera sé si fue ayer.

De solo mencionar mi nombre completo me dan ganas de arrancarme los oídos. Pero no entiendo porque se disculpa, si es obvio que es mentira.

—¿En serio? —le pregunté.

Ambas me miran confusas. —¿En serio qué? —me preguntó la rubia.

—¿En serio te estas disculpando? —le pregunté con una mueca de desagrado a Emma.

—¿No escuchas que se está disculpando? —preguntó de nuevo con una ceja arqueada.

—No estoy hablando con vos. Emma —la llamo a la de mechones rubios.

La rubia pensaba seguir diciendo algo pero fue interrumpida por Emma, que le apoyó una mano sobre la pierna intentando calmarla:

—Por supuesto que lo digo en serio —contesta Emma después de minutos de conversación—. ¿Por qué no lo diría en serio? —Enarcó una ceja.

—¿Por qué lo dirías en serio? —le contradigo.

Ambas fruncen el ceño. Lo siguiente que ocurrió fue que tuvimos que bajar para izar la bandera. Después subimos, nuevamente.

Me presenté, como voy a tener que hacer en los siguientes días.

Una hora pasada, ya, de matemática. Explicación y ejercicios. Ejercicios que no entendíamos, ejercicios que explicaba la profesora. Digamos que para matemática soy buena, pero acabo de descubrir que tengo problemas con los signos, no les presto la total atención, al parecer. Todo por el signo, que lo cambia todo, literalmente todo.

Bajé al recreo, luego de que el timbre tocara. ¡Oh, que bien ando sin plata!

Admito que no se qué es vivir con hambre, pero sí sé que es una tortura. Apenas sí comí ayer.

Escucho y siento mi estómago rugir —como si me faltara la señal de que se está cagando de hambre, por supuesto—. No tengo comida, ni un caramelo o alfajor en la mochila. Robarle a alguien puede ser una opción, pero no puedo hacerlo. Tengo que descartar esa idea de mi cabeza. Es que tampoco quiero pedir para después deber.

Camino al jardín que tiene la escuela. Tiene toda esa pinta de alguna manera ser tranquilo, pero es bastante difícil oyendo el bullicio desde el otro lado de las puertas corredizas.

Me siento en un banco de madera, frente al muro de alambre con enredaderas que tengo detrás de mí, el mismo que le da fin al patio de la institución. Más al medio hay tres juegos de mesas y sillas del mismo material. En los bordes, donde termina el patio, sobresale un poco más de tierra con el propósito de darle lugar a las plantas y flores que la escuela decidió sembrar para según ellos ‹‹darle más color a esta institución››.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora