CAPÍTULO 22

31 2 1
                                    

El pecho me arde. No quiero sentirlo, no quiero que esto me toque, no quiero sentir que mi cuerpo está quemándose por dentro, como si destapara aquella capa de protección que la única función que cumplía era proteger mi corazón, protegerlo para protegerme de los sentimientos.

Me siento molesta, atacada. Toda mi piel desde dentro parece desgarrarse, y duele.

Quizás sí terminé dándoles una razón a mis papás para sacarme de mi casa —o la que ya no es—, quizás éste ya era su plan desde mis inicios, quizás lo pensaron a último momento para darme esta sorpresa, o quizás nunca fui importante en sus vidas, sería lo más lógico.

No sé por qué pongo a maquinar mi mente para encontrar alguna respuesta a ellos, a cómo se les ocurrió hacerme eso. No voy a negar lo obvio. Ni siquiera sé si en serio quiero saber por qué decidieron tenerme como para solamente hartarlos más, no le veo sentido. Pudieron haberme llevado a un orfanato y ya está, pero no. Me usaron, se aprovecharon de mí con el único propósito de si estaban cansados, descansarían contra mí.

Ahora no me queda nada. Voy a terminar siendo una vagabunda caminando en la mañana, en la madrugada, en la tarde y en la noche. No quiero eso, pero tampoco puedo hacer mucho, no, miento, sí puedo, tengo que empezar a buscar trabajo, es que no hay nada que me guste. Además tendría que ir a un trabajo informal, como trabajar en un kiosco, no te piden ningún título, ni la secundaria terminada.

Pero ese era mi puto problema ahora: la escuela. No puedo repetir dos veces solo porque en la última mis papás... bueno, no puedo quejarme al respecto, ellos sí me advirtieron que no debía irme a dormir a casa de nadie porque era su responsabilidad, y yo desobedecí. El otro problema, adentro de este, era Christian. Volvió a entrometerse como si creyera que oyó un llamado mío pidiendo rescate, y no, no le pedí nada, no le exigí nada, no le debo nada, nada más le supliqué mantener ese pequeñísimo momento en secreto, donde observó la escena entra papá y yo; ahora todo se desmoronó, ya no puedo buscar un culpable en todo este embrollo..., ahora me toca pagar las consecuencias de mis actos.

Es que no puedo, tampoco quiero echarle la culpa a él, y de hacerlo, no me serviría. Conozco las intenciones de Christian, sí es verdad que pisó la línea limitante entre su curiosidad y mi vida, si no la hubiera tocado, tal vez no estaríamos en estas condiciones, pero ni el "hubiera", ni el "tal vez" tampoco habrían tenido su efecto, porque en ambas solo se trataba de mis decisiones, hacia dónde quería ir, y lo entendí tarde.

Desde el comienzo de las clases —vamos a decir una semana— yo no me di cuenta de haberla elegido a Emma. Recuerdo cuando faltó a la escuela solo porque rechacé su amable actitud de comprarme un alfajor, después cuando me invitó a su casa y no le di una respuesta negativa, yo fui porque quería, porque me arriesgué a probar de nuevo eso de tener una amistad.

Conociéndome, ahora comprendo por qué nadie lo ve. Comprendo por qué Christian cree que quiero —o quería— quedarme en casa, y todo se resume a mi persona.

Hasta que recordé el único motivo por el que preferí no irme..., no fue solamente por el colegio y el hogar, había más, una cosa más.

—Ey. No, no, no. Basta —escuché su voz frente a mí, pero se sentía como si viniera de mi cabeza. Se arrodilló frente a mí, no logró separar mis manos de mis brazos porque no le di la posibilidad; agregué más presión—. Ce, por favor, basta. Te estás lastimando.

Le hice caso: me solté.

Cuando lo hice, mi cabeza solo creó la imagen de él apoyándome, abrazándome, y era todo lo que ahora necesitaba, pero no le pedí nada, iba a verme débil, además, no sería justo pedirle eso después de como aparecí.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora