CAPÍTULO 18

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—¿Y me usaste? —estudió cuando le solté mi propósito de todas las preguntas.

Su mirada era analítica como la de su hermano, idéntica, ya que sus facciones eran casi la copia uno del otro. Entrecerró los ojos e hizo un mohín de desagrado.

Pese al arrepentimiento por mis acciones, en el cuerpo invadió, añadiéndose, una sensación aterradora de la que me vi obligada a ponerme firme cuando me sentía segura de lo siguiente que pasaría. Y mi error fue removerme sobre mi lugar mientras le preguntaba:

—¿Qué vas a hacer? —Resultó tan directa la pregunta que su entrecejo se frunció.

—¿Eh? ¿Tengo que hacer algo?—Asentí, expresivamente severa—. ¿Cómo qué? —cuestionó.

—Hice algo desagradable, ¿no tenés que estar molesta conmigo, amenazarme o... alejarme? —La última palabra lo dije concierto temor mientras la voz me flaqueó. Podía entenderla si decidía hacerlo, después de todo jamás le di algo bueno que se mereciera.

Por un momento calló, estaba mirándome con duda. Igualmente sabía que detrás de esa mirada había más que no podía descifrar, porque solamente conocía ese gesto. Quizás, si pasáramos más tiempo juntas conocería todas sus miradas, pero este no era el momento correcto.

—¿Eso querés? ¿Qué te aleje? ¿Qué te amenace? Sí me molestó lo que hiciste, pero acabo de entender que no buscas eso. —Fruncí el ceño—. No voy a hacer nada de lo que esperabas, y acepto tus disculpas, pero habla con él. Esta actitud es muy de nenita caprichosa. Resolvelas como la adulta que sos. —Tuvo el ademán de abrazarme y retrocedí—. Sí que sos seca. —Bufó—. Anda a hablar con él, está en su cuarto me parece.

Antes de poder cruzar el umbral de la puerta siento como dos brazos me envuelven de atrás. Al principio mi corazón se aceleró tanto que creí que iba a escupirlo y, al final, me relajé sin chistar; no la aparté como suelo hacer, no juzgué con la mirada, nada. Dejé que tuviera esa oportunidad y yo también me di la oportunidad de, por una vez, obtener un abrazo de verdad y sin llantos, y de dar ese pequeño paso a la seguridad de que con ella nada malo podría pasar. No habló nada al respecto de mi silencio, lo cual agradecí para mis adentros, y dirigí mis pies a la puerta de Christian, que estaba entornada.

¿Habrá escuchado algo? Espero que no.

Toqué a la puerta, cuando accedió a dejarme entrar, pasé callada pero nerviosa. Cerré la puerta a mis espaldas.

Estaba sentando en el borde de la cama con el celular entre las manos, llevaba puesto una remera de manga larga gris que remarcaba sus bíceps. Y ahora tenía puesto un jogging negro.

—¿Por qué no hablas? —escupí cuando me obligué a apartar la mirada de él.

—Porque las personas que creen que pueden pasar por encima de mi hermana solo para hablar conmigo no me agradan, y te incluye —testificó.

Cuando se justificó tuve en claro que sí cayó en el juego, pero ahora que estoy arrepentida, no solo le doy toda la razón, sino que me dan ganas de estrangularme a mí misma.

—Tampoco estoy orgullosa de lo que hice, y si lo decís así termino por odiarme más.

—No me importa —espetó.

No sabía disculparme eso era obvio, porque nunca me importo nada, ni menos los sentimientos de los demás después de mi respuestas bruscas como mandar a todos y todas a la mierda. Y ahora que todo parece cambiar no tengo ni puta idea de cómo tengo que disculparme, y más si es con alguien que ya resulta importarme.

—Y tenés razón. —Apartó la mirada de la pantalla para verme directo a los ojos. Bueno, atraje su atención, creo que es un avance. Doy pasos hacia su cama—. Obviamente estuve mal, y lo reconozco. —Me paré frente a la cama—. Ya le pedí perdón y, aunque me dijo que le molestó, aceptó mis disculpas. —Por supuesto, omití la parte de las preguntas.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora