CAPÍTULO 21

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Hoy a la mañana fui a casa (confirmada la ausencia de mis papás —lo que me pareció raro, igualmente siempre desaparecen—) a buscar las cosas para el colegio: uniforme y mochila, todo mientras conseguí no despertar a Christian, que pareció haber funcionado de una forma increíble. Hasta llegué cambiada acá.

De hecho, todo salió bien dentro de lo que vendría a ser horas escolares. Aunque siendo honesta, mi cabeza hoy no estaba en las clases; mi atención iba y venía, mis pensamientos me invadían, interrumpiéndome, volviendo a los hechos del día de ayer. Por suerte, Emma no estaba sobre mí momento a momento, en este agraciado caso, Sofía lograba desviarla de mí y la morena no tenía oportunidad de cortar los instantes inesperados —deseosamente— donde Christian se infiltraba en mi mente.

Después de salir del colegio, y dejar a Emma y a Sofía en la casa de la segunda, nos mantuvimos ahí entre una charla que por poco nos arrastra a una discución de no ser porque me haya dado tiempo a aclarar...

—¿Podemos ir a mi casa... —comencé preguntando y parecía preocupado— a buscar ropa que quiero llevar a la Iglesia? —completé. Se relajó apenas terminé—. Hay mucha ropa que no uso, y además, que mamá me compró porque me veía gorda.

—¿Eso creía? —Asentí—. Lo estés o no, que nadie te diga cómo te ves.

—Eso ya lo sé, nunca me afectó siempre que me lo decía. Únicamente soy su reflejo.

Minutos después, entré a casa. Ellos seguían sin estar. Subí al cuarto y saqué toda la ropa que está sin uso en el armario —y en buen estado, claro—. La deposité en la bolsa negra grande que fui a buscar hace un momento. De hecho, necesité dos bolsas más.

Cargué una en mis brazos y descendí por las escaleras arrastrando la espalda en la pared porque si caminaba al frente, bajaba rodando. Allegada a la puerta, los brazos no me daban más y la bolsa se me soltó, menos mal se me ocurrió cerrarla con nudos. Christian que estaba en una llamada, la cortó para venir a ayudarme. Insistió y yo me negaba. Salí perdiendo. Resoplé. Volvió luego de llevarla al baúl.

—¿Hay más? —Asentí—. Voy a buscarlas.

—Te ayudo.

Fuimos a buscar las otras bolsas. Volvimos afuera y juro, por Dios, estuve a nada de soltar las bolsas cuando vi llegar el auto de mis papás. ¡Ay, que bien, ya llegaron!

Bajaron los dos, literalmente, dando un portazo en sincronía. Guau, ¿quién pudiera? Christian apoyó la bolsa en el suelo y se colocó delante mío.

—Gracias a que desobedeciste, de una manera rápida e inesperada, no vas a tener que estudiar más —expresó mamá con una sarcástica sonrisa grande.

Fue todo lo que dijo, luego de caminar hasta mí. Yo la seguí con los ojos. Mi compañero fue apegándose más a mí. Después Antonio comenzó a reírse y ninguno de los dos entendió por qué. Yo no reaccioné hasta este momento.

—¿Cómo? ... No me pueden hacer una cosa así.

—Igualmente, ya está hecho. A partir de hoy, ya no somos responsables de vos, otra cosa aparte. En fin, si necesitas más bolsas o cajas para tus cosas te podemos ayudar. En otras palabras, acá no vivís más. ¡Felicidades, Mercedes! Ya sos una mujer independiente —volvió a hablar mamá.

Siguió camino a casa, igual que papá, o el que ya no es responsable de mí.

La bolsa se me soltó de las manos. Abrí la boca. Sentía que la presión me bajaba y mi cara se tornaba blanca. Sentía que de a poco iba perdiendo el equilibrio, hasta imponer toda la fuerza requerida para no desequilibrarme.

No está pasando lo que creo que está pasando. No, es un sueño, es una horrible pesadilla de la que voy a despertar ahora.

Pero se siente tan real.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora