CAPÍTULO 25

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De seguro, deben pensar que estoy enferma, loca, demente o una cosa parecida. Teniendo en cuenta que ellos querían escuchar mi verdad, bien... ahí la tienen.

Como dije anteriormente, ambos quizás habrán creído que me amenazaron y que nunca se los conté tampoco. Y ¡sorpresa! Resulta que yo guardaba algo mucho más enfermo. Más enfermo que una madre y un padre golpeando a su hija.

Aquella obsesión no solo era enfermiza y perturbadora, también la vi como retorcida, pero jamás es algo que quise ver. Tal vez tampoco se lo preguntaron porque les resultaba imposible que algo así deseara yo.

Todo el mundo, o los de mí alrededor, creyeron que era la víctima, yo no me veía así. Me vi como alguien, quien de un pasado tétrico, sacó la valentía y fuerza para enfrentar cualquier obstáculo que la opusiera.

Quien diría que de todos ellos, la que más mal recibió era la más morbosa en plan, casi obsesivo-compulsivo.

Ninguno supo qué decir. Eran voz en off. Como si hubieran perdido las palabras.

Ya no sentía que estuvieran acá conmigo, era como si se hubieran transportado a otro lugar. No se escuchaban respiraciones pesadas, tampoco se sentía la presencia de cualquiera; ellos eran... fantasmas. Almas fuera de su cuerpo.

Aguardé otros segundos. Todavía no recuperaban su voz. Ninguno.

—Nunca me van a entender ni tampoco quiero. Solo que me escuchen cuando digo que así viví toda mi vida y me encontré con que cada vez que hacía una cosa mal, estaba buscando que alguien me castigara. Y, justo por eso, me fui del departamento. Necesitaba sentir otra vez esa adrenalina... —me corté al ver que Christian estaba atravesando la puerta y éste la cerró de un portazo.

Mis ojos volvieron a llenarse de gotas de agua. Todavía con todo el cuerpo adolorido, me enderecé para salir en su busca Toda la pelvis me dolía, no soportaba la molestia que provenía de ahí. Al apoyar los pies sobre el suelo casi caigo de cara al piso de no ser porque Emma llegó a sujetarme. Llevé una mano en el lugar mencionad, como si tuviera los putos poderes curativos para pasar el dolor, que estúpida.

Me atormentaba su partida.

Me lancé encima de Emma. Abrazándola fuerte, sin la intención de soltarla. Ella me devolvió el gesto. Estábamos unidas en un abrazo fuerte.

Esto es de lo que hablaba. Hacer todo mal es, consecuentemente, necesario que me castiguen. Necesito el golpe que me hace callar. Necesito el golpe que me hace arrepentirme de todo lo dicho y hecho. Necesito la energía que movía mi vida hasta en momentos que yo no quería.

Necesito la adrenalina que se incrementaba en mi cuerpo y jugaba conmigo cada vez que recibía algún golpe de ellos, sobre todo los de papá. O Antonio, como sea.

Esa adrenalina era, tan solo para mí, la cura de una infestación atrayente para la mala gente.

A las personas les gustaba verme sufrir, verme decaer, verme besarles los pies, se reían en mi cara viéndome ser manipulada, y yo como estúpida lo acepté por miedo a terminar sola, por no querer admitir que ya lo estaba, por si admitirlo generaba un cambio en mi vida. Y por muy lamentable que suene, yo les cumplí el capricho. También lamento no haberme querido alejar de una situación que padecía de una gravedad ilimitada. Haberme permitido pasar demasiado tiempo con gente soberbia simplemente abrió paso a la poca confianza que hice recaer sobre los hombros de Emma.

Ella me rearmó una vida. Ella me dio lo que nunca tuve: el amor de una familia y una amistad.

En tanto a las palizas que recibía, sentía la posibilidad de cansarme de tanta mierda, de no lidiar con el trato de sus palabras. Y con ellas podía descargarme de todo lo que llevaba cargando por años: eran mis frustraciones, mis enojos, mi odio, mi mal humor. Y pude pesar todas estas en un solo sentimiento: el dolor.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora