CAPÍTULO 12

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Recostada en mi cama, estaba mirando las fotos de Christian, donde es etiquetado en una foto de Emma. Bueno, hay varias en realidad. Soy una sinvergüenza por stalkear su cuenta que muy afortunadamente me llevó a la de su hermano, mi único objetivo.

—¡¿Mercedes?! ¡¿Estás en casa?! —lo escucho preguntar alzando la voz.

Rodé los ojos. Como me cansa decirles que no me llamen así.

Momento..., ¿ya pasó una semana? De hecho, creo que se pasaron de una semana. No sé, no me importa, incluso acabo de darme cuenta de que se habían ido de viaje y que lamentablemente acaban de llegar.

¿Por qué mejor no sé toman vacaciones todos los días? Y lejos de mí, claro.

Lo loco de todo es que nunca voy a saber si llegaron hoy o si ya estaban por la zona y solo se tomaron más tiempo del que querían. No es tan loco como menciono, porque nunca sé cuándo y sobre a dónde se van, pocas veces, como la última vez.

No respondí. Al instante es cuando escucho sus pasos subir la escalera hasta llegar al marco de mi puerta.

—¿Me podés responder cuando te llamo? —pregunta, enojado.

—¿Qué querés? Estoy ocupada —ignoré, seca.

—¿Agarraste mi cargador? Me di cuenta de que no lo tenía apenas llegué allá —habla, severo. Me encogí de hombros en señal de no importarme su problema—. Mira pendeja, mal educada —Se acerca y me apunta con su dedo índice, yo retrocedo un poco—, si te pregunto algo me contestas.

—Y al fin coincidimos en algo. Con lo de ‹‹mal educada››, es tan cierto. Te voy avisando que todo lo aprendí de acá porque de la casa se aprende —hablé, tranquila y con jocosidad.

—Si te anotamos en una escuela fue para que aprendas.

—Es por lo único que voy a agradecerles, porque (y lo digo muy en serio) prefiero estar en la escuela antes que acá aguantando todo este aire de mierda, insufrible. Y no, no tengo tu porquería de cargador —le respondí finalmente.

Apareció mamá enojada por mi atrevimiento, quería decirme tantas cosas que no fue capaz porque papá siempre se encarga de todo. Bajo la vista mirando cualquier cosa que no sean ellos.

Si tan solo fueran una mancha en la pared que pueda quitar con facilidad, mi vida tal vez no sea esta misma mierda. Claramente, odio vivir así —como los odio a ellos—, más bien es molesto e insoportable; si pudiera irme cuando quiera, así como ellos, es claro que podría estar en cualquier lugar y no me importaría dónde. Pero no voy a hacerlo. No, todavía.

Les obligué a irse. Antes de marcharse, mi mamá me miró con desagrado. El sentimiento es mutuo, mujer. Cuando se fue, dio un portazo. Quedé mirando un punto fijo en la misma pensando en la nada. O puede ser que pensara en lo agotada que todo me tenía. Todo con respecto a nosotros: de alguna forma, terminaba creyéndome que siempre voy a estar vinculada a ellos, que, aunque me aleje unos metros o estemos a una distancia desde un continente al otro, de ellos siempre llevo marca; siempre voy a ser su reflejo, al menos si me veo en el espejo. Voy a pensar que nunca me voy a poder desatar de ellos, y esa sería otra desgracia de para mi vida.

Escucho el tono de llamada de mi celular, lo miro.

Emma. Atiendo.

—¿Qué pasa? —pregunté directamente.

—Hola, primero. —Rodé los ojos—. Es que quería saber —comenzó con una voz calmada y luego con una quejosa con tono chillón—, ¿por qué no me contaste que te robaron? Gracias a Dios y a mi hermano que estás bien. ¿Verdad?

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora