CAPÍTULO 4

54 8 0
                                    

Mientras personas van entrando al aula, sentía la necesidad de esperar a alguien... A Emma. ¿Por qué esperaría yo a alguien?

¿Le habrá pasado algo? ¿Se habrá enojado? ¿Estará molesta por algo o con alguien? ¿Conmigo?

¿Pero por qué me estaría importando a mí, a Cedes Díaz, si otra persona está enojada conmigo? Yo no me preocupo por nadie más que por mí.

Dejé de ver por la ventana si la misma persona aparecía y me centré en el aparato que estaba en mis manos, el mismo tenía la pantalla en negro. No vi entrar a Emma, sino que a su compañera rubiecita hacerlo.

Me acomodé apoyando la espalda en la pared. Dejé mis ojos clavados en la chica que pasó frente a mí para sentarse en su sitio. Ella hizo lo mismo de soslayo. La seguí hasta que apoyó el culo sobre su asiento. Ella apartó los ojos de mí para ponerlos en su celular, yo no paré de observarla, esperando a que hablara sobre la morocha, pero por lo que puedo entender no piensa soltar una palabra.

Observo el regalo que me dio el día que nos conocimos. Fue demasiado rápido, apresuró una amistad de la que se va a arrepentir. Y no lo digo por mí, lo digo por ella, a juzgar por mí. Y es que todavía no entiendo porque hizo lo que hizo el primer día de conocernos. Es algo que voy a preguntarle cuando la vea y espero que venga.

Bajamos para izar la bandera. En el trayecto de que la música suena y la bandera es subida al mástil, me pongo al lado de la rubia, mirando al frente.

No podía esperar más.

—¿Y Emma? —directa, le pregunté.

—Hola. ¿Todo bien? Sí, todo bien —susurra contestando con ironía.

¿Todavía no se dio cuenta de que me importa una mierda?

—¿Y Emma? —volví a preguntar.

La misma mujer de la vez pasada vuelve a acercarse chasqueando los dedos llamando nuestra atención.

—No vino —me informa. ¿Es estúpida? Ya lo sé.

—Cuanta info. Gracias —agradecí con sarcasmo, susurrando también—. ¿Le pasó algo?

Se remueve incomoda. Carraspea.

—Se sentía mal —explica—. Y creo que jamás te darías una idea de por qué.

La miré esperando información. —¿Por qué? —pregunte, intrigada.

—Chicas, la cortan —advirtió la misma mujer.

Tomó una gran respiración y comenzó—: Es que... te expresas con brutalidad. Se sintió mal creyendo que te enojaste con ella por comprarte un alfajor.

—Chicas, no lo digo más —advierte la misma mujer.

Callamos por completo. Me descolocó un poco el hecho de sentir algo de culpa ante dichas palabras. ¿En serio no vino por mí? Está pasándome de nuevo lo mismo, ¿no? Esto es como una especie de deja vú.

Tiene que estar mintiendo, es obvio. Seguramente, se enfermó. Otro chiste bien jugado para que caiga como bomba.

Después de la bandera, saludo y de más...

—Mentira —escupí.

Se da media vuelta y me mira.

—Preguntale. —Con eso último dicho, se fue. Yo me quedé en mi lugar analizando todo lo oído.

Por favor, no puede ser tan sensible. No dije nada malo. No pienso consumir más drama del que ya tengo. ¿Acaso es de papel? Es una mentirosa de entre tantas otras que conozco.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora