CAPÍTULO 8

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—Que asco dan los días de humedad —me quejo.

Emitió un "mm" de afirmación, además, asintió.

Emma y yo estamos sentadas en el banco mientras comemos un pancho que cada una compró por su lado en el bufete de la escuela.

Siempre que venimos está muy tranquilo acá. Pero odio tanto cuando otras personas vienen, empiezan a reírse y arruinan toda la tranquilidad que el jardín ofrecía.

De un momento a otro, Emma torna su cara normal a una indescifrable. Sin embargo, no le puse freno a mi pregunta:

—¿Por qué me miras así?

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Acabas de hacerla. —Me muestra su cara más seria—. ¿Cuál?

—¿Por qué Cedes y no Merced... —se corta para corregirse— tu nombre completo?

Una inesperada pregunta, de igual modo, tuve la gentileza de contestarle.

—Nunca me gustó. Decidí buscarme un sobrenombre. Y ese va a ser siempre. —Asintió.

Una idea se metió en mi cabeza. No sería justo para ella haberme enseñado su casa y yo la mía no. No es que no quiera la verdad (tampoco se trata de querer). Más viene el motivo, yo no estoy preparada para que conozca el lugar donde crecí. Por suerte, mis papás no la van a ver, están en sus gloriosas vacaciones.

Cuando quiero, me atento a la presencia de ambos como otras veces no, pero si mi plan es llevar a Emma a mi casa, debo tener ese cuidado.

Consecuentemente de poner todas mis fuerzas para invitarla: el tic en mi pierna (de aquel movimiento repetitivo de subir y bajar) apareció. El tic del pellizco en el músculo de mi mano apareció. El tic de morderme el labio inferior con fuerza apareció.

Carraspeé y le pregunté, dubitativa—: Emma, ¿querés ir a mi casa después?

Bueno, no era la reacción que esperaba, tampoco tardó tanto. Se quedó inmóvil en el lugar mirándome. El pancho a medio camino de adentrarse a su boca. Luego de salir de su trance, asintió con una sonrisita de felicidad dejando salir a la luz la fila de dientes blancos. Le anuncié sobre no hacerle el típico house tour, no pensaba hacer esa mierda. Si necesita algo que lo pida.

Había un piso más al que le prohibí subir, por si le daba curiosidad y terminara hurgando. Asintió de acuerdo. Bien, está siendo fácil, más de lo que creía.

El timbre tocó y nos dirigimos al aula. Cuando entramos, vi una pareja besándose, un grupo de chicos riendo, otro grupo de chicas sacándose fotos, entre ellas Sofía, que nos observó; por último, tres personas jugando al tutti frutti. Llegamos a nuestras sillas y nos sentamos.

Su rostro solo me muestra odio y desagrado. Y si ella siente mucho de aquellas cosas hacia mí, no sé da una idea de lo que me genera ella.

Si no le agrado, me importa un bledo. No hay que agradarle a todo el mundo. No le pongo importancia a las opiniones de afuera, son totalmente una pérdida de tiempo, tienen un nulo valor.

¿Algún día, Sofía y yo, nos llevaremos bien? Emma cree que sí. Yo estoy negadícima a llevarme bien con esa chica.

—Buenos días, alumnos y alumnas. ¿Cómo despertaron? —saluda el profesor de tutoría.

—Bien —responden algunos en sintonía, sin ganas.

—Guau, casi me contagian el buen humor —ironiza—. Bueno...

—Para. Tengo una pregunta —le interrumpe una chica rubia, levantando la mano. El profesor ríe un poco y luego asiente dándole señal a poder preguntar—. ¿Quién se encarga del jardín?

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora