CAPÍTULO 9

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—¿Qué te pasa? ¿Por qué me agarras así? —seria, le pregunté.

—Hay un ex, Mirco —especificó—, le puso los cuernos a Julieta (su exnovia) cuando estaba conmigo. Que sepas que yo no sabía que andaba con ella —aclaró rápido—. Después me dejó. Ella vino y me cacheteó por enterarse esto mismo. —Aprieto mi mandíbula. ¿Cómo se le ocurrió ponerle un dedo encima? Ya le puse un blanco en la espalda—. Te pido que, disimuladamente, veas... —Antes de terminar de hablar, giré mi cabeza a la velocidad de la luz, hacia donde apuntaban sus ojos.

Y el famoso Mirco, vestido con una musculosa gris, con un short de jean azul marino y unas zapatillas negras, horriblemente gastadas, estaba ahí parado, mirando zapatillas. Que casualidad.

Giré la cabeza de nuevo a Emma.

—Te avisé disimuladamente y lo hiciste, tal cual, el exorcista.

Volteé la cabeza por inercia. No iba solo. Una chica de pelo castaño, con un body negro, un jogging del mismo color y unas crocs lilas, acababa de acercarse a él y tomarle la mano. Miro a mi acompañante, pero la misma ya estaba mirando el espectáculo boquiabierta y con estupefacción. Le pregunté:

—¿Y esa? ¿Quién es? —Niega con la cabeza—. ¿Qué significa eso? ¿Que no sabes? —No responde—. Dale, tarada, habla —Me acordé de una típica frase, le advertí—: Se te van a meter las moscas si no cerras la boca. —La cierra y, todavía con asombro, pone sus ojos sobre los míos—. Que trance el tuyo —burlé.

Traga grueso y habla—: Es la ex. La novia. A la que le puso los cuernos conmigo. Es esa —habló moderada. Entonces era ella.

Un plan para molestarla se me tiene que ocurrir.

Fuimos al baño antes de irnos. Emma se sentía incómoda con la cornuda presente en el mismo lugar. Y como iba a olvidarme del tarado que lleva nombre. ¿Cómo se le ocurre engañarla a Emma con esa... cosa?

—¿Va a la escuela? —indagué.

Asiente. Entra al cubículo.

¿Cómo nunca la vi? O no le presté atención, es una posibilidad. Aunque esa perra no necesita atención.

—Los infieles siempre vuelven —concluí.

...

Cuando llego a casa me pongo a revisar los seguidores de Emma buscando al tal Mirco, sin resultado. Busco en las personas que Emma sigue por si está ahí.

Emma, no puedo creer que sigas a tu ex. No es por ahí.

Al otro día, la encontré más tranquila, sin ningún ápice de decepción, enojo o tristeza. Usualmente, las personas están tristes por una ruptura, a mí por el contrario me parece de lo más inmaduro y estúpido. ¿Cómo puede llorar por esa idiotez? Es pura pérdida de tiempo.

Hoy, como se ve, ninguno de los tortolitos vino.

—¿Fuiste su novia o solo se juntaban a hacer manualidades? —pregunté, chistosa, buscando alguna reacción de algo indefinido en su rostro.

—Pude hacer la segunda siendo la primera —respondió con claridad.

—Qué respuesta —digo grata. Me sonríe.

Estamos sentadas en los bancos, tranquilas hasta que la profesora de Economía aparece a mi lado de repente.

Nos preguntó si nos gustaría encargarnos del regado en el jardín. Emma le pidió un momento para pensárnoslo y no nos tomó demasiado tiempo hacerlo, ya que pasado un rato le confirmamos encargarnos del jardín.

Decidimos tomar el trabajo porque nos encontramos con no saber qué hacer en nuestras vidas en los tiempos libres (sin tener tarea o tener estudio por comenzar). Y la mejor idea era colaborar con esto.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora