CAPÍTULO 13

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—¡No me vuelvas a tocar! —grité enojada.

Sentí un grueso dolor en mi mejilla proveniente de la palma de su mano. Ese mismo dolor que no para. El mismo que no hago detener. Sentía mi mejilla ardiendo. Más que eso.

De repente escuché las llantas de un auto frenar bruscamente. Me volteo. ¿Christian? Bajó dando un portazo y... ¿enojado? ¿A este que le picó ahora? Eso no era lo importante, sino ¡¿qué carajos hace acá?! Está enfermo para decidirse a venir. Diooos. Él y su hermana no pueden ser más testarudos. Los odio tanto, tanto. Se interpuso entre mi papá y yo. Le dio un empujón dejando un espacio entre ellos dos. ¡En serio, ¿está enfermo?!

—Christian, ¿te volviste loco? —le susurré.

El posó su mirada pasmada, con una mezcla de emociones: ira, repulsión, asombro (era el de menor grado).

Mi papá se ve obligado levantar la cabeza de lo bajo que es, pero no lo detiene a sacar pecho. Ambos ponemos la mirada sobre él. ¿Eso es todo? Creí que iba a intentar golpear a Christian. Claro, su único problema en la vida era, soy y seré yo, su hija. Solo se atrevería a golpearme a mí, a nadie más. ¿Por qué no me sorprende?

—No la vuelvas a tocar, ¿me escuchaste? —se dirige enojado a mi papá.

—¡¿Y vos quién sos para decirme lo que tengo que hacer o no con mi hija?! —levanta el tono de voz mi papá.

Apoyando mi mano sobre el abdomen de Christian para hacerlo retroceder, sentí su duro abdomen trabajado, pero también estaba en tensión, podía sentirlo contener posiblemente todo lo que no expuso solo para no entrar en zona peligrosa. Tomó mi muñeca y en un agarre seguro, bajó mi brazo y echó una mirada de seguridad diciéndome que todo iba a estar bien, pero él no lo sabía; al mismo tiempo, estaba cargada de enojo y puramente capaz de ir cuerpo a cuerpo contra mi papá, sin importar en donde estemos. Me puso un poco atrás de su brazo.

No iba a permitir que Christian siguiera acá, porque se armaría un caos imparable, y sobre todo debía suplicarle de rodillas que no abriera la boca, aunque tendré que obligarlo ahora de una manera u otra, digo, vio algo que no debió. No sabía que era peor: si la idea de que abriera la boca o que mi papá ya supiera de él. De cualquier forma, está todo completamente jodido, dentro del todo estoy yo, claro.

Christian retrocede obligándome a hacer lo mismo. Da media vuelta. Quise objetar, pero su mano en mi espalda derritió cualquier palabra que tenía para decirle. Llegamos al vehículo. Como caballero —y a pesar de lo enojado que está—, me abrió la puerta, así como también la cerró. Rodea la camioneta y sube al asiento del conductor. Arranca.

Estuvimos un rato en silencio hasta él romperlo:

—¿Eso es lo que pasa en tu casa? ¿Por eso querías que nos fuéramos ese día? ¿Por qué no querías que viéramos como te trata? —piensa.

—Estaba enojado, nada más —mentí, mi garganta sintió el puto es fuerzo que tuve que hacer. ¿Por qué mierda me cuesta hablar?

Detuvo la camioneta a un costado de la vereda y me miró con atención. Me recompongo.

Este era mi momento de seguridad absoluta, con rudeza y dureza para pedirle esto, y no, no iba a arrodillarme, porque una cosa me llevaría a pensar otra y... bueno, me voy a desviar como ahora.

—Prometeme una cosa.

Aprieta la mandíbula, mira al frente. Vuelve a mí. Creo que sabe qué voy a pedirle. Bueno, ¿qué no es obvio? No puede abrir la boca, pero no sé qué carajos es lo que me lleva a dudar que podría hacerlo. Claro que iba a hacerlo, es un Miller, va a abrir la boca, aunque nadie se lo haya pedido. Se me tiene que ocurrir algo para extorsionarlo.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora