CAPÍTULO 24

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Comenzó toquetear la pulsera buscando el límite que separe los puntos ensamblados. Sé lo que está pensando hacer.

—No, Emma ¿qué hacés? No rompas esto —supliqué acercándome a ella.

El labio inferior empezó a temblarme. Estoy a punto de largarme a llorar, y ya ni siquiera me importaba que me vieran débil. Iba derrumbarme en frente de todos, y no me importaba.

Tal vez, no se trataba de que no conocieran ese gran cambio del que siempre me aterroricé, tal vez, se trataba de que yo les diera una oportunidad. Si no me negaba desde un principio a comportarme como la mierda con Emma, si me hubiera abierto como dijo Christian, no estaríamos así hoy, no estaría partiendo en retazos sus corazones, yo no tendría temor a enfrentar esto. Porque no le di la chance a nadie de tocar lo que desde un inicio ya estaban haciendo.

Mis cambios personales no sé debieron al hecho de que quisieran llegar a mí, sino que estando conmigo me desequilibraban y eso me fastidiaba. Y yo fui demasiado inútil de no darme cuenta que ya no había una muralla protectora. El problema fue que no preví nada porque estaba ensimismada ante la idea de nunca más aceptar el amor de nadie, todo porque yo, únicamente, estaba sola si no estaba con esta familia.

—Ya te encargaste de hacerlo vos. Toma —espetó tendiéndome la pulsera. No la agarré, por lo que la dejó caer—. Dáselo a alguien que tenga la confianza que vos no tuviste conmigo.

Y se va. La vi desaparecer y fue como si alguien hubiera presionado el botón a mi destrucción. Caí de rodillas al suelo. Karina se acercó a mí, Irina y Christian, en cambio, fueron a ver a Emma. Lo bien que hacían. Me senté sobre mis talones. Agarré nuestro hilo entre mis manos.

Ella se agachó y me envolvió en sus brazos, yo solo rogaba que el dolor parara, o que me hiciera desaparecer y todos se olvidaran de mí como yo de ellos

Emma tiene razón al decir que yo me encargué de romper lo único que nos unió. Solo ver la pulsera que ella llevaba me hace recordar, resumidamente, como empezó hasta como terminó la relación. Hasta como acabé con lo mejor que me mantenía de pie.

Me prestó su hombro tal cual lo haría una mejor amiga y yo lo rechacé con expresión despectiva solo por el miedo que sentí. Miedo a que me ocurriera de nuevo lo mismo.

No me había dado cuenta, incluso ahora, de lo chocante que fue, quiero decir, llegar a esto por estar afectada con lo que ocurrió en el pasado; quizás no produjo que avanzara tanto como lo noté varias veces, pero doy por seguro que es muy distinto a lo anterior. Corrijo, no es como lo anterior.

Lloré. Lloré después de muchos años. El pecho me ardía de tanto dolor; aquel sufrimiento se expandía con fluidez sobre mi órgano vital, comprimiéndolo de todo aquello que siempre reprimí porque me avergonzaba la idea de que esas personas que me conocían me vieran no siendo egoísta: no verme siendo insensible, no verme ser nada empática, no verme jamás caer con palabras, no ver mis lágrimas tristes que solo adornaban mi personalidad volviéndola más ingrata que de costumbre.

Fui esa persona que le prometí que no sería. Fui insincera con ella. Fui mentirosa. Y, por sobre todo, no fui la mejor amiga que debí ser.

Es por esto que insistí tanto en que no quieran conocer mi vida. Porque llegarían a enterarse de algo que no entenderían, más les dolería.

Si les digo por qué decidí quedarme ahí, van a querer mandarme aun loquero o a un psicólogo. Yo no necesito ninguna ayuda profesional. Las necesito solo a ellas, incluyendo a Christian.

Quiero sentir ese cuidado de madre, quiero ser importante para todas ellas, para él. Quiero sentir la protección de madre e hija. Siempre quise saberlo, entenderlo, sentirlo, proyectarlo, escuchar un ‹‹Te amo, hija››, un ‹‹Te felicito››; sentir el abrazo de mamá, ese apoyo incondicional.

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora