CAPÍTULO 17

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Christian, Emma y el insecto de Sofía vinieron a buscarme.

Me cambié con la ropa que Emma me trajo: una remera negra, más un buzo tipo militar, jean negro tiro alto, unas zapatillas deportivas blancas. Todo el maldito vestuario viene de ella, no es que me enoje el estilo de la ropa, no, porque está muy buena, lo que me enoja es el hecho de que me haya traído ropa ¡y, sobre todo, ropa de ella!

Fui adelante con Christian y las otras dos atrás. Hablan entre ellas mientras yo disfruto del aire que entra por mi ventana.

—¿A tu casa, no? —preguntó él, mirando el espejo retrovisor y al frente, para no chocar.

Obviamente, tenía la intensión de negarme, de hecho, todavía tengo pensado hacerlo, pero voy a esperar llegar al edificio.

—Sí, sí —contestó su hermana.

Siento la mano de Christian posarse sobre la mía, la cual está apoyada en mi pierna. Lo miro, le sonrío y él me devuelve el gesto.

—¿Lo de ustedes es oficial? —volvió a hablar la misma.

Sentí un aire frío sobre mi mano cuando Christian sacó la suya. Me muto para no quejarme de ese inescrutable movimiento, ¿acaso lo avergüenzo? No es por hacerme ilusiones, sin embargo, sí es la primera vez que aparta la mano de mí, y más de esa forma.

Mi rostro quedó intacto de gestos, pero por adentro estaba completamente indignada. Giré mi rostro hacia la ventana, e intenté concentrar mi mente en la última conversación que tuve con Emma.

Ya no sé si pueda seguir evitando su rostro visto en ansias de saber qué me pasa; ese sentimiento de opresión en el pecho cada vez que hay cosas que no encajan o que simplemente, si duelen, se trata de una angustia de cuando no tenés en tus manos las razones por las que personas que te importan no están bien. Eso se llama preocupación y no sé por qué estoy pasando por esto respecto a nuestra relación, ahora me siento pendiente a nosotras, a la... amistad.

—Pago con la misma moneda —agregó con malicia. Yo me reí porque sé a qué vino, las dos de atrás me siguieron después. El único que no entendió fue él—. Que te lo explique tu... No sé que son, pero que ella te lo explique.

Abrí los ojos con gracia. Él me mira.

—Las vi tragándose atrás de unas plantas... —me callé en cuanto pensé agregar el motivo de estar detrás de las plantas y calculé que eso me pondría en una postura egoísta, y aunque esa idea me encanta, tampoco me agrada ahora.

—¡No nos estábamos tragando! —ambas alzan el tono de voz.

—Uno. Estamos al lado de ustedes, no necesitan gritar —enumero—. Dos. Sí, se estaban tragando. No lo nieguen. Está bien que quieran comerse, pero háganlo en casa.

—¿Habló la que parecía estar a punto de coger con mi hermano en el patio de Diego enfrente de todos?

—¡Ey! —le regañó su hermano, serio.

Escupí una risa ante su arrebato. Pareció querer competir contra mí a ver quién de nosotras es la que más exageró la situación. Probablemente sí estuve por ejecutar esa excitante idea con su hermano ahí, pero no entendí su necesidad de echármelo en cara. Sin embargo, ahora pienso que si yo hubiese dicho lo que me guardé, no creo que se viera en el impulso de soltar tal comentario. De todas formas, no me importó porque comprendí sus intenciones, al final falló y, que tal vez, después se disculparía conociendo su carácter sensible, y si no, menos me importaría.

—Bueno, pero creo que nos pasa a todos eso de expresar lo que tanto disfrutamos. —Sonreí sabiendo que le cerré la boca sin siquiera tener la fuerza de enojarme, porque sí, me pareció una observación de lo más asquerosa, pero como acabo de salir del hospital tenía ganas de estar tranquila—. ¿O vas a decirme que cuando Sofía te cuenta un chiste que resulta gracioso vos no te reís?

Radicalmente oportunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora