Capítulo III

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El entrenador nos mandó dejar de entrenar e ir a la cabaña porque tenía algo muy importante que decirnos. El resto de elementos tenían su propia sala de reuniones, pero como la nuestra se incendió hace un par de años decidieron que no nos darían una segunda oportunidad y así es cómo nos quedamos sin sala de reuniones. El caso es que cuando llegamos a la cabaña todos riendo por una broma que había hecho Kai, nos encontramos al entrenador todo serio y eso nos preocupó. Nuestras sonrisas se borraron en un santiamén y todo el mundo se sentó en sus respectivas camas para poder escuchar mejor. Calro, mi entrenador o profesor depende del momento, tardó un poco en dirigirse a nosotros.

-Se que es preocupante pero lo tienes que decir.- dijo una compañera mía.

-¿El qué?- pregunté, parecía la única que no entendía nada.

Como siempre, pensé, al ser la pequeña del elemento no me contaban muchas cosas. La mayoría de las veces cuando eran misiones peligrosas, solía ser la última en enterarme de las cosas y lo entendía querían protegerme pero me tenían que decir lo que pasaba si no no estaría a salvo.

-Vais a tener que ir a detener a la Niebla.

-¿Qué?-bajé de la cama de un salto y me puse frente a Calro- pero si ya fuimos y casi nos matan.

-Lo sé y los intenté convencer, pero no ceden.

Los ojos se me llenaron de agua, no solía llorar en público pero es que pensar en que tendremos que volver a enfrentarnos a eso, cuando ayer mató a Roi. Calro no solo era mi profesor y entrenador, él me cuidaba como si fuera su hija. Calro era el padre que siempre quise tener. Me dio un abrazo mientras me acariciaba la cabeza.

A la mañana siguiente me preparé para ir a vencer a la niebla. Me até mi pelo pelirrojo con unas mechas castañas en una coleta, aunque había dos mechones que me quedaban sueltos en la cara. Me puse una armadura y dos dagas en un cinturón. Salimos todos, hasta Calro, por la puerta para cumplir nuestra misión. Tenía miedo, no voy a mentir, pero para no tenerlo la verdad.


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Volvía a la casa que me encontré en el medio del bosque, al entrar en ella vi que estaba echa un asco, debería darle un gran cambio de cara yeso me costaría un poco. Antes de empezar a arreglar la casa di una vuelta por ella para ver que si había algo en las habitaciones que no quería quitar.

Al llegar a la que iba a ser mi futura habitación, me encontré que aún había unas cuantas fotos. Me acerqué a la mesilla que estaba al lado de la cama y cogí una foto que estaba allí, me sorprendí con solo verla, en ella estaba un chico de unos diecinueve años, castaño de ojos oscuros con el brazo por encima del hombro de la chica con la que peleé hace unas horas.

Dejé la foto en su sitio y me volví hacia el armario para ver si había algo en él, unas cuantas prendas de ropa, no mucho más.

-¿Como es que ese chico no recogió nada antes de irse de aquí?- me pregunté a mi mismo.

Suponía que en la casa viviría el chico ese pues la chica vivía en aquel lugar que se me olvidó preguntar cómo lo llamaban.

Cuando se acercó la noche empezó a llover y a hacer frío, al tener toda la casa limpia pude encender la chimenea. Estaba leyendo un libro cuando oí un ruido fuerte fuera de la casa. Dejé el libro en la mesa y salí a fuera para ver que pasaba. Pude ver que la chica de la mañana estaba tirada en el suelo arrastrándose por el suelo para llegar hacia su daga, un poco más allá había tres cuerpos que no se movían. No sé que le pasaba a la chica hasta que vi a una sombra de un hombre que se le iba acercando poco a poco hacia ella mientras dejaba un rastro de sombras tras él. Cogí un cuchillo de la cocina y me acerqué por detrás de la sombra e intenté clavárselo, creo que es la cosa más estúpida que he hecho en toda mi vida, ¿cómo le voy a clavar un cuchillo a una sombra? Esa cosa se giró hacia mí.

La chica se levantó y cogió su daga antes de que otra sombra se acercara a ella. La chica fue rápida y se giró, esquivó una especie de sombra negra que le lanzó, pero estaba tan cansada que cuando la cogió del cuello no pudo reaccionar.

Yo aparté a la sombra- hombre que me había atacado y fui a tirar a otra que apareció de la nada.


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La sombra me tenía agarrada por el cuello y eso hizo que se me volviera a caer la daga, cómo maldigo mi mala suerte de verdad. Chasqueé los dedos para intentar hacer fuego, pero lo único que me salió fueron unos chispas. Aunque no fuera lo que estaba buscando, molestó un poco a la sombra y eso hizo que me soltara. Vi a el chico que estaba luchando contra otras sombras-hombres y le grité.

-Eh, tú- él se giró hacia mí- el fuego les molesta.

El chico giró la cabeza para señalarme un candelabro que había en la puerta de la casa. Corrí hacia él y cuando lo iba a coger la sombra me cogió del pie y me empujó hacia atrás. Lo peor de esas cosas es que si te tocan con la mano en la cabeza pueden hacer todo lo que quieran con tu cerebro hasta matarte. El caso es que la sombra me estaba tirando hacia atrás y cuando me puso boca arriba me iba a poner la mano en la cabeza. Yo intentaba alejarme de ella pero con la otra mano me estaba agarrando la cara.

El chico llegó por detrás de la sombra-hombre con el candelabro en la mano y la espantó. Me ayudó a levantarme y me giré para ver si los demás estaban muertos o también los había espantado. Sí, los había espantado a todos.

-Entra en la casa para secarte un poco- me ofreció él y yo le hice caso.

No es que me gustara mucho entrar en esa casa, me recordaba mucho a cuando mi hermano vivía allí. La gente pensaba que no éramos hermano porque no nos parecíamos mucho en rasgos físicos, pero es que yo salí más a nuestra madre y él más a "nuestro padre".

Sáterix II: Un mundo extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora