•Capítulo treinta y dos

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Transcurrieron los minutos y nuestro placer llegó, me salí de ella y me vacié en su espalda. Sus temblores conocidos la acogieron y ella los recibió gustosa, así como yo.

•Capítulo treinta y dos

Corté el lazo que la unía al árbol, me puse de pie, me sacudí y me vestí. Empecé a caminar con ella atrás de mí, quitando la cinta de sus ojos y juntando las partes de su vestido. Por poco y llega a casa desnuda. Al llegar al auto me subí y ella hizo lo mismo, arranqué y agradecí a quien fuera por esto que logramos tener.

La velocidad del auto aumentó y yo, yo quería volver a follar con ella. Pobre. A veces la compadezco, cayó donde no debía. Podía llenarme y volver a necesitarla a los minutos, sin saberlo se convirtió en nuestro corazón, era la que nos movía cada mañana, ella calmaba ciertos problemas que sentíamos, nos daba energía y felicidad. Tan pequeña que era pero demasiado enorme para nuestras vidas. Y la odio, tanto que quiero lastimarla por hacer que sienta esto.

—¿Lo disfrutaste?—Sabía que sí pero no puedo estar tranquilo sin hacerle saber que seremos los únicos que le daremos placer en enormes cantidades.—Eres más zorra de lo que imaginé.

Ella me vio con sus cejas fruncidas y amé ese gesto. Entre enojo y confusión, quizá se preguntaba cómo podía pasar de un estado de ánimo a otro en cuestión de segundos. Le sería imposible averiguarlo, nadie lo ha hecho aún.

—Eres un cerdo.—Gritó con furia.—Y quiero que te pudras.

—Sí claro, pero tú también lo harás. Ya te hemos tocado un sinfín de veces, estás podrida igualmente.—Me gustaba hacerla enojar y hacerla sentir vergüenza de cómo podía disfrutar del sexo duro.—A la otra te follaré como una puta, ¿cuánto sería tu costo?, dime cuánto vales.

—Maldito idiota.—Susurró, esta vez no me vio. Solo cruzó sus brazos y así se quedó.

—Quizá unos cien dólares, ¿está bien esa cifra o me excedí?, tampoco eres la mejor, han habido muchas y mejores.—Dije entre risas, su odio me calentaba. Pero no solo estaba enojada, también un par de lágrimas rodaron por su mejilla lastimada con esa cicatriz.

Lloraba porque me follé a más o porque pensaba que no era buena. Solo una era cierta, he follado con muchísimas pero ninguna ha sido buena como ella, Coté es una diosa aun sin saber qué hacer en el sexo, su perfección no tenía límites pero no lo sabía y es lo único que teníamos a nuestro favor, ella podía destruirnos en cualquier momento, desecharnos y bailar sobre nuestros cadáveres mientras nos escupía.

Daba gracias que ella no lo sabía. Todas las mujeres cuando saben que tienen poder sobre ti hacen lo que esté a su alcance para joderte, burlarse en tus narices e irse como si nada a la siguiente víctima. Pero a Coté no se lo permitiríamos, jamás.

—¿Ahora lloras?, las putas no lloran, bonita.—Quise tocar su rostro con mi mano pero ella la quitó con brusquedad. Y se encogió aún más en su lugar.

—Ojalá te mueras.—dijo con odio. Sentí un leve dolor, probablemente inexistente en mi corazón. Me merecía la muerte y merecía todos los insultos que ella me regalase pero siendo sincero, no estaba preparado para recibir este.

—Ojalá te mueras tú.—Le dije sin pensar. La volteé a ver y ella hizo lo mismo.

En sus ojos veía odio e incluso dolor. Me sentí mal por soltar aquellas palabras pero jamás me disculparía o al menos aún no. Mi orgullo y odio no me permitían ahora darle un abrazo para reconfortarla y sanar lo que lastimé.

—Ojalá...—Dijo viendo el volante. Se abalanzó sobre él como una leona por su presa, lo sostuvo y con todo su peso lo giró. La velocidad que tenía no sirvió porque hizo que el movimiento de ella descontrolara más el auto.

Ocho corazones para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora