Capítulo 2

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Abrió la ventanilla para dejar que el aire le golpease el rostro, después de todo lo que había escuchado se sentía mareada y tener a un chico de su tipo tan cerca tampoco ayudaba. Debía de comportarse, lo que menos podía hacer era perder la compostura.

Él se dio cuenta con tan solo mirarla por el espejo retrovisor, se jugaba su empleo, pero tampoco quería quedarse con la duda de qué le pasaba a la princesa. Ni siquiera habían tenido el placer de conocerse en buenas condiciones, todo había sido demasiado rápido.

—¿Puedo preguntar por qué esa decisión repentina de querer alejarse de todo, princesa?

—Llámame solo Olympia, por favor —pidió, sin siquiera desviar la mirada del paisaje que iba observando—. Necesito liberarme, suena sencillo pero cargo con tantas responsabilidades en la espalda que se me empieza a desequilibrar el mundo.

—Ser princesa no es fácil, ¿eh?

—Nadie aceptaría serlo si le dieran la opción, tenlo por seguro —alzó sus cejas, riendo de manera irónica mientras se acomodaba en el asiento.

Él alzó la mirada de nuevo, esta vez ambos lo hicieron a un tiempo y sus ojos se observaron mediante el espejo retrovisor. No por mucho tiempo, pues su prioridad era mantenerse en la carretera y no provocar un accidente solo por la mujer que llevaba consigo.

—Hay algo más y voy a presionarte hasta que lo sueltes, no es bueno que tragues hasta ahogarte, hay que saber escupir a tiempo.

—No es la mejor referencia.

—No me digas que tienes la mente contaminada...

La rubia meneó la cabeza mientras, pasando por alto aquellas palabras. Sabía que lo había hecho a propósito, pero debía de dar ejemplo como buena princesa que era, soltarse de una manera tan amistosa con un guardaespaldas que apenas conocía era dar pasos muy largos.

—Nadie toda decisiones así a la ligera, Olympia. Así que suéltalo, grita si necesitas, llora si te hace falta, pero no pretendas que los problemas se disipen con el aire fresco.

—¡Me aterra! —exclamó—. ¿Eso quieres escuchar? Pues bien. Estoy demasiado asustada. Me aterra el futuro, me aterra fracasar, me aterra tomar una decisión y después despertar cada día de mi vida y tener que afrontar ese desastre. Me han criado con la esperanza de ser quien diera la cara por el país, pero no estoy preparada, no quiero a un hombre trajeado en mi vida que llegue aquí para decirme que hacer con la mía. Crecí en libertad y me gustaría que así siguiera siendo.

Él sonrió con solo escucharla, no necesitó demasiadas palabras para arrancarle las suyas. Ya le bebían dicho en varias ocasiones que tenía esa magia con las personas, pero quizá con ella la magia iba más allá, pues aún sabiendo cuán grave podía llegar a ser el asunto, se lo soltó como si nada.

—Duele saber que te sientes así y no poder hacer nada para ese vacío —habló para llenar el silencio—. No soy el mejor dando consejos, pero no puedes calentarte demasiado la cabeza, bajo presión es cuando peor se toman las decisiones. Respira, tómatelo con calma, tu futuro no debe de agobiarte sino todo lo contrario.

—Es fácil decirlo, ¿no?

—No solo las princesas tienen problemas, sé de lo que hablo.

Olympia apretó sus labios al darse cuenta de sus palabras, tampoco se trataba de herir a alguien más con tal de sentirse ella bien. Él no tenía la culpa de sus problemas y como bien había dicho, también tenía los suyos y seguro que le bastaban y no quería más.

—Lo siento, no busco herirte —murmuró por lo bajo—. Sé que no es excusa, pero todo esto me supera.  ¿Cuál es tu historia?

—Dudo que a alguien como tú le interese le historia de alguien como yo —dejó escapar una sonrisa que le vibró en el pecho, Olympia lo escuchó con atención, jurando que a pesar de sus pintas tenía la risa más bonita que sus oídos habían escuchado en mucho tiempo—. Se trata de algo insignificante.

—Me interesa escucharte.

—No es nada interesante, no soy de esos chicos misteriosos que te atraen.

—No me atraen esos chicos —señaló, pero en el fondo si que le atraían, la curiosidad siempre era más grande que todo lo demás y le picaba por saber más de ellos.

—No tienes que mentirme, me he leído una detallada ficha de presentación para saber a lo que me enfrentaba, conozco más de ti de lo que piensas.

—¿Qué has hecho que...?

—Oh, no, no te lo tomes así... Es algo que nos exige tu padre, no puedes echarme a mi la culpa.

No le sorprendió. Si era capaz de casar a su hija con un completo desconocido, también era capaz de entregarle una ficha con detalles de a saber Dios qué cosas a los hombres que trabajaban para él.

—No te fíes de lo que él te diga o de lo que hayas leído.

—No lo hago, princesa, prefiero descubrirlo por mí mismo... Creo que el misterio en esta historia eres tú y no yo.

—Creo que tú también tienes lo tuyo, todavía no me has contado...

—Ni te lo voy a contar —advirtió con media sonrisa en el rostro.

Ella lo miró con interés, si él quería descubrir sus detalles, ella no iba a ser menos. Ambos tenían mucho por descubrir y la historia todavía acababa de empezar, lo supo en el instante en que detuvo el coche y salió para abrirle la puerta. Ella no dijo nada, solo se dejó guiar por él en aquella isla que tan bien conocía.

—Me gusta este lugar —admitió—. Grecia tiene su encanto.

—El encanto de Grecia es solo superficial.

—Hay muchas cosas que parecen sólo superficiales y en el fondo tienen su encanto en el interior, pero no te has permitido descubrirlas.

Se miraron durante escasos segundos, hasta que Olympia desvió su mirada a las aguas cristalinas de la playa, dejándose llevar por su pensamientos una vez más, olvidando por un momento todo aquello que le preocupaba.

Una princesa idealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora