Como era de esperar, cuando la noticia llegó a la casa real fue más que ignorada por parte de Pablo. Achileas, que estaba bastante preocupado preguntó a diestro y siniestro sobre lo que estaba pasando pero nadie fue capaz de decirle nada, así que optó por escuchar a escondidas las conversaciones que tenían los demás para enterarse de lo que había pasado con sus hermanas.—Tienes que hacer algo, mis hijas están en peligro —exigió su madre, que apenas había podido dormir en las últimas horas.
—Tú lo has dicho, tus hijas —señaló él, negando con la cabeza—. Hija mía solo es una de ellas así que será a ella a quien me traigan con vida, la otra bastarda no me importa, pídele a su padre que la salve.
—Pablo, estás siendo un egoísta.
—¿Egoísta? No puedes llamarme egoísta después de haber criado a tu hija y darle mi apellido, habría sido egoísta si destapara todo esto en cuanto lo supiera, pero eso te destrozaría, ¿no?
Achileas no quiso seguir escuchando la conversación, acababa de descubrir uno de esos secretos que tanto escondía su familia y parecía que el vaso se estaba colmando, habían sido tan pocas cosas en tan poco tiempo que su mundo empezaba a desvanecerse pedazo a pedazo. Es como si fuera vida fuera una mentira, una que sus padres quisieron hacerle ver de otra manera, manipulando a su manera todos y cada uno de los acontecimientos. ¿A quien debía de odiar? ¿A quien debía de creer?
Su hermano mayor lo abrazó en cuando lo vio entrar a su habitación, él ya había investigado por su cuenta, tenía la misma expresión en el rostro cuando se enteró así que no fue difícil para él adivinar que había visto o escuchado. Le acarició la espalda, haciéndole saber que pasase lo que pasase, él iba a estar ahí.
En otra isla, no muy lejos de aquella pues eran todas del mismo país, estaban aquella pareja de fugados de la que tanto se hablaba, ajenos a todo lo que estaba sucediendo al otro lado, completamente desconectados de algo que no fueran ellos dos.
Ese día tocaba compras y Zabdiel ya llevaba unas cuantas bolsas colgándole en las muñecas. Definitivamente tenía que decir menos la frase de "compra toda lo que quieras" porque la princesa se la tomaba con un sentido muy literal.
—Tienes cara de que quieres volver al hotel, ¿eh? —me mofó, mirándolo con burla.
—Parece que disimular no es mi punto fuerte —negó con la cabeza—. Tú estás sonriendo, así que tan solo por eso podría pasarme otras cuatro horas recorriendo tiendas y cargando con bolsas.
La sonrisa de la rubia se ensanchó y no tardó en dejarle un beso sonoro en la mejilla, contagiándole la sonrisa. Había que aprovechar los momentos donde todo salía tan fluido y no había necesidad de forzar absolutamente nada.
Estaban dispuestos a entrar en otra tienda cuando Olympia se fijó en aquel chico que ya había visto en la anterior, detuvo sus pasos y observó a Zabdiel de manera que él ya supo que algo estaba pasando. Tenían que ser discretos, pero para este no existía tal palabra en el diccionario cuando se trataba de Olympia.
—Ese chico nos sigue —aseguró ella—, porque dudo que le interese la nueva colección de Valentino o la de Bimba y Lola.
Volteó el rostro, cagándose en sus muertos en cuanto vio a su hermanastro con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón como si fuera un ciudadano más de la isla.
—Yo me encargo —aseguró, acercándose a él de manera poco amable—. ¿No fui lo suficiente claro la última vez, imbécil?
—Uh, ¿me darás un bolsazo si me porto mal o qué?
—Te daré una patada en los huevos para asegurarme de que no puedas reproducirte y después te reventaré la cara a puñetazos —siseó, cerca de su rostro.
—Admito que me gusta cuando te pones así, eres igual a papá aunque quieras negarlo —sonrió de manera socarrona—. Pero esta vez no estoy aquí por ti sino por ella, solo es una advertencia sobre un familiar.
Ambos miraron en su dirección y aunque la mirada de Zabdiel fue clara al decirle que no se moviera, ella no hizo ni el más mínimo caso. Se detuvo a su lado, mirando aquel individuo con desconfianza.
—María está secuestrada —le hizo saber—. La raptaron por la noche y le hicieron llegar el aviso a la casa... Pero tu padre no tiene interés en traerla de vuelta, al parecer su enfoque está en ti, parece que no sabe disimular que la bastarda no es problema suyo.
—No le llames así —espetó, furiosa de que todo volviera a salir a la luz, pero esta vez no en su casa sino en la isla entera. Si la gente se enteraba de eso se iba a armar muy gorda... Y si su padre no hacía nada podía estar pasándole algo malo a su hermana—. ¿Qué puedo hacer?
—Volver —se encogió de hombros—, eres la única que puede convencerlo. ¿Quien sabe? Quizá en el fondo puedas salvar a tu familia.
—Mi familia no tiene salvación, pero mi hermana quizá si —sentenció, desviando su mirada a Zabdiel—. Tenemos que volver, mi hermana es más importante que todo esto para mi.
—Lo entiendo, Olly, pero...
—No, lo siento pero esta vez no hay peros que valgan.
Zabdiel apretó los labios, matando con la mirada a su hermanastro, pues había conseguido lo que quería con tan solo unas simples palabras. ¿Cómo le explicaba ahora que no debía de fiarse de él? ¿Cómo lo hacía sin que su propia imagen saliese perjudicada?
No podía, no había manera de explicárselo todo sin tener que decir quién era en el proceso. Estaba en un punto complicado y Olympia tampoco le pondría las cosas fáciles, tal y como había dicho, su hermana era importante para ella y si su padre no la salvaba lo haría por su cuenta.
¿Que podía salir bien en una misión en donde ya todo iba mal desde el principio?
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Una princesa ideal
RomanceOlympia era una hija ideal. Una hermana ideal. Una princesa ideal. Al menos hasta que se cansó de serlo.