Capítulo 30

36 4 0
                                    


Después de una intensa jornada de sexo el cuerpo queda cansado, especialmente si es después de un largo viaje desde otra isla. Así que en cuanto soltaron el último jadeo se envolvieron en un abrazo, sin importar que sus cuerpos estuvieran sudados y tiraron de la sábana blanca para tapar su desnudez.

Zabdiel le acarició el cabello, se estaba volviendo una manía que le gustaba, sentir como este se deslizaba entre sus dedos era lo más relajante del mundo. Deseó poder hacerlo todo el tiempo, pero en cuanto la sintió dormirse en su pecho le entraron las mismas ganas de tirarse en los brazos de Morfeo.

No tuvo la misma suerte al despertar, intentó no hacer ruido cuando se separó de ella, el viento le soplaba en la espalda y las cortinas se movían como si tuvieran vida propia. Entonces recordó que no había dejado la puerta del balcón abierta, de hecho ni siquiera habían salido al balcón.

Se vistió con rapidez y no tardó en buscar la presencia de alguien más en la habitación. Pero no había nadie más que ellos dos.

—Mierda —maldijo antes de empezar a soltar un sinfín de maldiciones en griego que espantarían a cualquiera.

Olympia tampoco se esperaba que lo primero que viera al abrir los ojos fuera a un Zabdiel desesperado, todo lo que había hecho antes para relajarlo no había servido de nada si ahora estaba igual o incluso peor. Parpadeó, tratando de entender todo lo que salía de su boca, pero nunca había sido demasiado buena en el idioma y se confundía cada dos por tres. No obstante, era consciente de que no estaba rezando el padre nuestro y que fuera lo que fuera no sonaba del todo bien (por no decir que sonaba muy violento a oídos de cualquiera).

—Zab, ¿puedes cerrar la puerta del balcón? —cuestionó, aferrándose a las sábanas que cubrían su cuerpo—. Entra el viento y empieza a hacer frío.

El recién nombrado caminó hasta este para hacerle caso y cerrar la puerta, las cortinas dejaron de moverse al instante y Olympia soltó un suspiro casi de alivio.

—Ahora vamos a hablar de lo que está pasando —pidió, sentándose en la cama.

—Han entrado en la habitación mientras dormíamos, Olly, la puerta del balcón estaba abierta... Nosotros no la dejamos así —señaló con evidencia—. Sé que parece una locura, pero no estoy paranoico, no estamos seguros en ningún maldito lugar. Quizá lo mejor sea desaparecer del mapa e ir a un lugar lejos de aquí donde nadie se espere que vayamos.

—Dicho así sí que suena paranoico —se mofó—. A ver, has dicho que entraron en la habitación... —recordó, sus ojos fueron hasta su maleta que permanecía cerrada. Sin embargo, las dos cremalleras estaban cara el lado izquierdo, ella la había cerrado hacia el otro lado por cuestión de estética, pues así quedaba más bonito visualmente. Nadie se fijaría en un detalle tan mínimo, nadie a excepción de ella.

Se levantó con calma y tomó su ropa para vestirse, no se pasearía desnuda por la habitación, lo que menos quería era que a ese paso termina teniendo espías. Los ladrones casi que le daban igual, al fin y al cabo una vez que tuvieran lo que quisieran (siempre algo material) se irían sin más. Los espías no se conforman solo con una cosa, lo quieren absolutamente todo.

—¿Crees que han robado algo o que han entrado para poner micros, cámaras, o algo de eso? —preguntó en cuanto caminó hacia la maleta—. Porque lo único valioso que podía haber aquí...

Detuvo sus palabras al darse cuenta que había algo valioso que llevaba en pocas ocasiones. El collar de perlas que se puso para llevar a la fiesta de Folegandros.

Jadeó de la impresión y se apuró en sacar sus cosas para comprobar si seguía allí. Pero no. Solo estaba la diadema de perlas que iba a juego con el colgante, pero este, que era más valioso que todo lo que llevaba en la maleta, no estaba.

—Me cago en mis muertos —cerró los ojos, no queriendo verse como su guardaespaldas.

—Vale, confirmamos que te han robado algo —chasqueó su lengua—. ¿Era algo importante?

—Era un collar que mi madre me regaló al cumplir los dieciocho, llevo bastante tiempo usándolo para salir porque queda muy fino... Es collar vale miles de dólares, si se atreven a venderlo estoy perdida, mi madre me matará.

Zabdiel negó con la cabeza, quien había robado el collar no lo vendería, estaba seguro de ello. A veces la mafia solo buscaba algo que un familiar reconociera para enviárselo de recuerdo a la familia cuando esa persona terminara muerta. Así que no sabía si era un aviso para ellos o para la familia, ¿donde querrían atacar primero?

Se acercó a ella para explicárselo, pero la rubia no estaba lista para oír todo el drama de la mafia que se le venía encima, prefería cabrearse a tener que aceptar la realidad.

—Despreocúpate por el collar, te compraré otro para que puedas lucirlo en las fiestas como hacías con este.

—Zabdiel, no te lo tomes a mal, pero dudo que puedas comprar un collar como ese.

—Estás dando por hecho que no tengo tanto dinero como la familia real, ¿eh? —sonrió burlón—. Bueno, quizá tengo más, pero eso es algo que solo voy a compartir contigo.

—Así que todo esto ha sido para presumir de riqueza, ¿no?

—Si, me has atrapado —bromeó, atrayéndola hasta su cuerpo para abrazarla—. Ese collar no volverá a ti jamás, cayó en manos equivocadas...

—Me van a desheredar...

—Cariño, te iban a desheredar igual, de hecho creo que ya lo hicieron el día después de que te fugaras de casa —besó su frente, pues a pesar de estar en una situación llena de agobio debían de mantener la calma, o al menos no perder la cabeza.

A veces no se trataba de vivir la vida sino de sobrevivirla. Por eso pese a todo había que mantener la calma.

Los nervios nunca venían bien en situaciones así, no podían perder la cabeza cuando más la necesitaban.

Una princesa idealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora