Al volver con ella tomaron los helado tal y como habían quedado de hacer desde un principio. El gesto fue bonito y Olympia se lo agradeció más de alma que con palabras, quizá era poco, un detalle mínimo y para muchos sin importancia, ¡pero no todos los días te invitaban a un helado después de haber torcido el tobillo!—¿Sabes qué? Estoy bien, no me he roto nada y está todo en su lugar... —sonrió como una niña pequeña cuando llegan las navidades—. ¡Deberíamos festejar eso!
—¿Festejar que estas bien? —inquirió, alzando una de sus cejas sin comprender muy bien que era lo que trataba de decirle.
—Pues si, hombre, eso dije —murmuró con cierta gracia. No estaba acostumbrada a repetir las cosas dos veces, lo que ella decía iba a misa, ser princesa tenía también sus partes buenas—. Quiero una buena fiesta y sé que en Grecia siempre hay lugares donde se celebran fiestecitas así de noche, a los turistas les encanta y se van con un gran recuerdo, ¡esta isla seguro que tiene su rinconcito para festejar! Solo debemos de prepararnos para la ocasión, no me apetece ir con un vestido de playa ni mucho menos.
—Eso quiere decir que debemos de comprar, ¿no? —intuyó, ella fue rápida en asentir con la cabeza haciéndolo reír—. Bien, princesa, pero te advierto que no irás en tacones, quizá tú creas que estás bien pero conforme andes lamentarás haberlo dicho. El reposo es esencial, pero como sé que no te aguantas quieta... No me queda más remedio que ser tu niñero.
—Eres mi guardaespaldas, no mi niñero —señaló—. Además, el título de guardaespaldas suena mucho más sexy y tú, definitivamente, eres un tío sexy.
Zabdiel sonrió ante el halago que le acababa de soltar así de gratis. Si, debería de acostumbrarse a eso, pero no estaba mal que le tomaran así de sorpresa y le hicieran sonreír de manera inesperada.
—Quiero un vestido rojo para la ocasión, pero si no puedo llevar tacones ya me estás jodiendo el outfit por completo, ¡yo sin tacones no me voy a poner un vestido de los que me gusta usar porque no pegan!
La miró con incredulidad. ¿Acababa de decir que no pegaba? Claro, la señorita experta en moda le importaba más la apariencia que sentirse cómoda. Negó con la cabeza, intentando alejar aquellos pensamientos y se mantuvo en silencio porque nada de lo que pudiera decir le haría cambiar de idea.
Dejó la bolsa de hielo a un lado y se levantó, evitando quejarse para no darle la razón.
—Vale, quizá con unas sandalias de plataforma puedo conformarme.
—Olly...
—Oh, no. Ni siquiera pienses que voy a ir con unas planas —lo interrumpió antes de que pudiera volver a quejarse.
—Puedes ir como te de la real gana, pero te aseguro que para ir a una fiesta no es lo más adecuado si tenemos en cuenta que te torciste un tobillo este mismo día —alzó sus manos con inocencia—. Pero adelante, no tengo problema ninguno en regresar contigo en brazos al hotel, de hecho es algo que encuentro bastante atractivo y no me molestaría repetir.
Olympia sintió sus mejillas arder al escucharlo. Había disfrutado estando en sus brazos más de lo que se atrevería a confesar, pero para no darle el gusto no diría nada al respecto, había batallas que era mejor no librar.
Salieron del hotel por segunda vez, la rubia al principio cojeaba pero pronto le buscó una manera a su caminar para que no le doliera.
Zabdiel no fue muy exquisito con la ropa, le bastó con un pantalón negro y una camisa fresca, tal y como estaba el clima no era como para llevar ropa que le hiciera sudar más.
Olympia, por su parte, quería el vestido ideal y que fuera de color rojo. También unas sandalias en el mismo tono. No se conformaba con menos.
—Me gusta ese —le hizo saber él en cuanto la vio mirarlo indecisa.
—¿Seguro?
—Te verás de escándalo con él puesto.
—Cariño, me voy a ver de escándalo con lo que sea —apuntó, tirando del humor para no confesar que se sentiría insegura con un vestido que estaba hecho para ser llevado en un cuerpo curvilíneo—. No tengo caderas para llenarlo.
La sinceridad sonó con amargura y el guardaespaldas no se lo veía venir, con lo presumida que era Olympia con su cuerpo y su ropa le parecía extraño estar oyendo eso.
—Olly, tienes un cuerpazo, quizá no tengan las caderas anchas pero tienes una cinturita que resalta. Se supone que las mujeres de piernas largas, cuerpo delgado y piel perfecta no erais de envidiar a nadie —le acarició una de las mejillas con dulzura para después brindarle una sonrisa—. No necesitas tener un cuerpo "perfecto" según la sociedad, tú eres perfecta tal y como eres, no necesitas la aprobación de nadie.
Parpadeó, recibiendo todas las palabras que acababa de decirle y no supo si sonreír, darle las gracias o besarlo.
No le dio tiempo a hacer ninguna de las cosas porque Zabdiel le arrebató el vestido de las manos y lo llevó al mostrador para pagarlo junto a su ropa. Le siguieron las sandalias de plataforma que la propia dependienta de la tienda le recomendó, para su buena suerte eran del mismo color del vestido y le quedarían de fábula.
—¿Vas a necesitar algo más, señorita? —preguntó mientras tomaba la bolsa con sus prendas allí dentro.
—No, lo tengo todo —susurró mirándolo.
Él no le buscó segundas intenciones a sus palabras, porque era obvio que iban dirigidas para él y no en lo referente a la ropa. Sonrió complacido y le extendió su mano libre, Olimpia la tomó para así entrelazar sus dedos. Ella impuso el ritmo, uno lento que él decidió seguir, lo que menos quería era que el tobillo le doliese todavía más por forzar un movimiento que no podía soportar. Así, como si se trataran de una pareja normal y corriente, regresaron al hotel jugueteando con sus dedos y dedicándose sonrisas bonitas.
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Una princesa ideal
RomanceOlympia era una hija ideal. Una hermana ideal. Una princesa ideal. Al menos hasta que se cansó de serlo.