Capítulo 25

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Para cuando llegó a la habitación la cama estaba deshecha, no había rastro de Olympia en ella, era más que obvio que se había levantado. Caminó hasta esta y se sentó en el borde, sintiendo como las sábanas todavía estaban calientes, no le fue difícil llegar a la conclusión de que hacía pocos minutos todavía estaba allí tumbada.

La puerta del baño estaba cerrada por lo que dedujo que se encontraba allí, a pesar de que no escuchaba la ducha ni nada. Eso último le pinchó la vena de preocupación e hizo un ademán de levantarse, pero justo en ese momento la puerta se abrió y salió Olympia con la tez pálida, pasándose una mano por los labios.

—¿Estás bien? —preguntó, sabiendo que el primer síntoma de la resaca ya había ocurrido.

—Si, eso creo, casi devuelvo el hígado —sonrió con los labios pegados—. ¿Fuiste a desayunar sin mi, eh?

—Solo me tomé un café, ya sabes que cuando me despierto no soy de quedarme en la cama... Y bueno, no quería despertarte —se excusó.

A ella eso le importó más bien poco, se aproximó consciente de todo lo que había pasado anoche y se sentó en sus piernas. No era de esas personas que al emborracharse no se acordaban de lo que hacían, aunque siempre deseaba que así fuera, la opción fácil siempre era borrar casete.

—Mis padres se van a divorciar —susurró entonces ella, dejándolo completamente confuso con sus palabras.

Acarició su cintura mientras la miraba a los ojos, lleno de dudas.

—Lo siento por ellos, ¿pero a qué viene eso ahora?

—Ayer me preguntaste sobre el miedo a enamorarme y te respondí que el amor es un asco —recordó, bajando la mirada a su regazo—. Me he criado en una familia perfecta a los ojos de los demás, pero a puertas para dentro solo había infidelidades, se ponían los cuernos mutuamente y nos demostraban que el amor no es más que por conveniencia. No sé si he estado enamorada antes —admitió por lo bajo, pues era la primera vez que hablaba de dichos temas en voz alta—, lo que sí sé es que en cuanto las cosas iban bien quería buscar la manera de que fueran mal. Pudieron enseñarme lo ideal en absolutamente todo, pero cuando hablamos de amor no sé qué es lo correcto y no quiero joder las cosas contigo.

Ante la reciente confesión él no hizo más que llevar sus manos hasta su rostro para acunarlo.

¿Por qué ahora que las cosas iban tan mal tenían que provocar un escándalo de tal magnitud?

Quizá para muchos no significaba nada, pero era obvio el revuelo que se armaría en cuanto anunciaran públicamente el divorcio... Y esa distracción podía ser de mucha ayuda para aquellos que buscaban hacerle daño a la realeza.

—¿Por qué me estás contando esto, Olly? —cuestionó, ladeando su cabeza—. Si algo tengo muy claro es que por suerte no somos como nuestros padres, tenemos la opción de elegir, de tomar nuestras propias decisiones y no repetir sus errores. Quiero que tengas algo en mente, si llegamos a salir en plan romántico, tú y yo como pareja, y me pones los cuernos... Espero que sea porque has encontrado a alguien mejor que yo, que separa valorarte, darte todo lo que te mereces y que esté a tu nivel. No que lo hagas por repetir los pasos de tu familia o algo por el estilo.

Olympia lo observó en silencio, sabedora de que no encontraría jamás a alguien que la valorase más que él, pues nadie hasta el momento la había tratado tanto como una princesa. Él si, sin importar su título la había tratado así desde el minuto uno y sabía que no lo hacía por trabajo sino porque le nacía hacerlo, porque era buena persona, merecedor de ella y de mucho más. Habría que estar completamente demente para ponerle los cuernos a un tipo así.

Juntó sus labios, incapaz de explicárselo de una manera diferente, y lo besó con ganas, recostándolo en el colchón. Sus lenguas se enredaron de buena manera al juntarse y un gutural sonido se escapó de su garganta.

Le habría encantado seguir pero le rugieron las tripas exigiéndole alimento, lo que hizo que se levantara con las mejillas sonrojadas.

—¡Dios, lo siento! —exclamó avergonzada, causándole ternura.

—No le pidas perdón a Dios, pídeselo a tu barriga que no le das suficiente de comer —negó con la cabeza—. Vayamos a desayunar, Olly.

—Ay, no... Necesito darme una ducha y vestirme, ¿no puedes pedir servicio a la habitación y comemos aquí?

—Lo que la princesa quiera —le guiñó un ojo—. Ahora ve a ducharte, avísame si necesitas que te eche una mano... O las dos.

La propuesta era más que tentadora pero no dijo nada al respecto, sonrió como una boba antes de dirigirse al baño. Zabdiel tenía una sonrisa similar cuando se levantó para pedir un buen desayuno que le dejara el estómago lleno.

Estaba todo tan perfecto que por un momento se olvidó de lo que había pasado instantes antes. Esa no era la única llamada que tenía que hacer así que aprovechó que la princesa estaba en la ducha y no lo escucharía debido al sonido del agua, claro que debía de explicarle a ella lo que estaba pasando, pero como la veía feliz intentaba atrasarlo lo más posible para no echar a la basura todas las sonrisas que en sus labios había dibujado.

Olympia no era tonta y más de una vez había sacado el tema, pero de ahí a que ella estuviera en peligro había una gran diferencia, por mucho que le gustasen las pelis de acción no quería vivir en una, ya había tenido mucho drama en su vida como para agregarle la complicada situación del momento.

Aunque la realidad siempre había que afrontarla, ya fuera tarde o temprano.

Porque el tiempo no es eterno, cada minuto cuenta y desaprovecharlos es de mentes inconscientes.

Por eso ella se merecía saberlo cuanto antes, pues ahorrarían en tiempo y en acciones, cuanto antes actuasen mejor resultado tendrían.

Una princesa idealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora