Capítulo 4

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Para cuando llegan a casa las luces todavía estaban encendidas, Olympia puso mala cara al instante y tomó sus tacones para calzarse mientras su nuevo guardaespaldas aparcaba el coche. Tras esto salió para abrirle la puerta, ella le sonrió con complicidad mientras le agradecía sus buenos modales.

—¡Olympia! —exclamó su padre, abriendo la puerta de la entrada para mirarla como si acabara de hacer la mayor estupidez del mundo—. ¿Dónde te has pasado todo el día? ¿y con quién has estado?

La chaqueta que todavía llevaba sobre los hombros delataba que había estado con alguien más. A ver ahora como le explicaba a su padre que se trataba de uno de esos hombres que trabajaba para él.

—Señor, no tiene de que preocuparse —intervino Zabdiel, dando un leve asentimiento en su dirección—. La señorita solo estuvo conmigo, como ha de entender hacía frío así que no dudé en dejarle mi chaqueta, velo por su seguridad.

Él lo observó en silencio, midiendo y analizando sus palabras para finalmente darlas por buenas.

—Bien, ese es tu trabajo —se limitó a decir antes de volver su mirada a su hija—. Devuélvele la chaqueta y entra en casa, tienes que ir a descansar, mañana llega Egon Makris y no puedes tener cara de no haber dormido.

Egon no era más que el hijo de una familia adinerada de Grecia, aunque no había parado nunca en el país pues siempre estaba de viaje gastando el dinero de sus padres, tenía una vida muy activa en redes sociales en dónde lo presumía absolutamente todo, sin pasarse por alto ningún detalle.

Olympia supo al instante la idea de su padre y resopló mientras se sacaba la chaqueta de los hombros para devolvérsela a su dueño.

—Ya que él no te ha dado las gracias voy a hacerlo yo —murmuró sonriéndole de lado—. Gracias, Zabdiel.

—Para eso estoy, señorita —le devolvió la sonrisa sin siquiera disimularla.

Él no tardó en encajar las piezas, por la mirada de la rubia y las palabras de su padre asoció que el hombre de mañana era el futuro prometido de Olympia. Un hombre que no conocía en lo más mínimo pero que según su familia le ayudaría a sentar cabeza.

Se dieron una última mirada antes de que la rubia entrara en casa y subiera directa a su habitación. Tenía hambre, pero como su padre no le había rogado con comida se haría la orgullosa y no comería nada hasta la mañana siguiente.

Le costó conciliar el sueño, pero cuando lo hizo fue casi un alivio. No soñó con príncipes, ni con castillos, ni con nada de eso. Soñó con un atardecer en California, lejos de donde estaba, con los pies quemándose en la arena y su piel tostándose al sol. Pero cuando abrió los ojos por la mañana supo que nada de eso había sido real y que a ese paso tampoco lo sería nunca.

—¡Olympia! Mamá me ha mandado a despertarte —habló Achileas al otro lado de la puerta—. Dice que espabiles.

—Pues tú dile que se vaya relajando que me lo voy a tomar con calma —advirtió, echando las sábanas hacia atrás, escuchó la risa de su hermano mientras se alejaba. Como bien chico que se guiaba por lo que le decían iba a avisarle a su madre de lo que le acababa de decir, era más que obvio.

Ella aprovechó para darse una ducha rápida para despejarse y oler a muerta ante la presentación de ese nuevo individuo. Después de echó esa crema de frutas del bosque que tanto le gustaba y que dejaba un aroma exquisito en su piel. Finalmente se puso un simple vestido de color crema junto a unos tacones del mismo color, el cabello lo había dejado suelto para que secara a su aire, a veces era esta la mejor solución.

Bajó las escaleras sin prisas, divisando cerca de la puerta al guardaespaldas que la había acompañado ayer. Él fue el primero en alzar la mirada, regalándole una sonrisa a modo de saludo, ella de la devolvió de inmediato.

—Menos mal que ya has terminar, a la próxima hay que despertarte una hora antes porque siempre vas justa de tiempo —se quejó su madre nada más verla—. Anda, ven a desayunar algo, que Egon estará aquí en menos de un cuarto de hora. Ya sabes que ese chico es muy puntual.

"No, no lo sé porque yo a diferencia de vosotros no lo conozco de nada" quiso responder, pero se mordió la lengua para no empezar desde tan temprano con las discusiones. Había ocasiones donde lo mejor era callarse y actuar como si nada, como si nadie.

No rechazó la oferta y corrió hasta la cocina para picar alguna que otra fruta, no había nada como empezar el día comiendo saludable, el azúcar ya vendría a la hora de la merienda cuando menos personas había en casa para recriminarle que eso engordaba.

—No sabía que tenías novio —murmuró Constantine Alexios, el segundo hijo de la familia.

Su hermana mayor lo observó con ambas cejas alzadas mientras meneaba la cabeza hacia ambos lados. ¿Cómo esperaba saberlo él si ni siquiera lo sabía ella?

—Oh, no me digas que... ¿Se han atrevido a eso? ¡Esas mierdas se quedaron en el siglo pasado! —gruñó con indignación—. Rebélate, no puedes permitir que te hagan esto. Eres muy joven y casarte con un imbécil puede llevarte a la ruina.

—No tienes de que preocuparte, cuida ese lenguaje antes de que te escuchen —señaló, tragando el último bocado que le quedaba—. Tengo algo en mente, pero como todas mis ideas puede salir muy mal...

—Sabes que soy todo oídos.

Ella separó los labios dispuesta a contarle de su plan pero justo en ese instante se escuchó la falda risa de su madre y poco después los pasos que indicaban que se estaba acercando junto a alguien más.

Él parecía un niño buen, pero no lo era.

Ya lo delataba la sonrisa pícara que puso nada más verla.

—Olympia, eres más guapa en persona —le guiñó un ojo, haciéndola volver a la realidad.

Una princesa idealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora