Capítulo 5

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Egon hablaba sin parar, los pocos minutos que se quedaba callado eran para meter algo en su boca y masticarlo. Olympia se sentía irritada con eso. A ella le gustaba hablar, pero ese chico estaba quitándole todas las ganas de hacerlo. Aunque tenía que hacer un mínimo esfuerzo solo para contentar a sus padres.

—Entonces, Egon... ¿Tienes planes de quedarte en Grecia?

Arrugó su nariz ante la pregunta y la miró con un brillo divertido en los ojos. Que pareciera tonto no significaba que lo fuera.

—Esa es una pregunta trampa —advirtió, sonriéndole—. Si digo que si estaré mintiendo y me tacharás de mentiroso; si digo que no, vas a resaltar que soy un irresponsable y que seguro lo hago para irme a Nueva York o alguno de esos lugares donde se disfrutan mucho otras cosas.

El sexo.

La conversación estaba gritando sexo por todas partes, quizá los padres no le habían prestado tanta atención, pero cualquier persona de veinte años se daría cuenta del rumbo que estaba tomando aquello.

El guardaespaldas que escuchaba con disimulo la conversación no tardó en poner sus ojos en blanco, mordiéndose la lengua para no meterse en donde no le llamaban.

—¿Crees que en Nueva York se puede disfrutar más que aquí? —inquirió, tirando del hilo que él le estaba tendiendo—. Veo que no has aprovechado mucho tu tiempo en Grecia.

—Supongo que no depende del lugar sino de la persona.

—Véndele esa frase de pinterest a otra. El lugar es muy importante, donde esté una playa de arena fina y aguas cristalinas que se olvide el ático en Nueva York con vistas a toda la ciudad.

Olympia se estaba deleitando con sus propias palabras, le gustaba aprovechar el momento de esa manera. Si Egon pensaba que se lo dejaría fácil, estaba muy equivocado.

Él la miraba con cierto nerviosismo ahora, ¿cómo respondería a eso delante de sus padres si quería conservar el respeto que le tenían?

—Si tus fantasías están en Grecia, entonces las cumpliremos aquí.

—¿Y quién ha dicho que quería cumplir mis fantasías contigo? —alzó ambas cejas, mirándolo con burla—. No te equivoques, yo contigo no quiero absolutamente nada, ni siquiera este falso compromiso que están organizando nuestras familias para beneficiarse ellos.

—¡Olympia! —gritó su padre—. Ya basta, cállate.

—No, papá, no quiero callarme, estoy harta de callarme y sonreír como si no me importara nada. Esta vez estáis yendo muy lejos, queréis atarme a alguien de por vida sin mi consentimiento. ¡Y yo no quiero eso! Me encanta la libertad, me gusta mucho vivir mi vida tal y como lo estoy haciendo. Así que si tengo que ir en contra de ti para seguir viviendo a mi manera, no dudes en que así será.

Golpeó la mesa con ambas manos y se levantó para caminar hasta la salida, ignorando los gritos de su padre nombrándola. Estaba harta. Harta de verdad. Harta de ser lo que todos se esperaban que fuera. Harta de no ser ella misma.

Le estaba cogiendo el gustillo a la soledad, a apartarse de sus padres, a encerrarse en sí misma y batallar única y exclusivamente con su cabeza. Esas eran las peores batallas, porque a veces no existía un solo perdedor.

—Zabdiel —pronunció su nombre casi sin aliento.

—A sus órdenes, señorita.

—Quiero evadirme de la realidad —soltó, mirándolo directamente a los ojos.

—¿A dónde quieres que te lleve, Olly?

—A mi habitación —admitió en un susurro ensordecedor.

Él la observó en silencio, sin saber cómo interpretar aquellas palabras. Había muchas formas de evadirse de la realidad. Si la princesa estaba insinuando que quería acostarse con él no iba por un buen camino, estaba allí para protegerla no para llevarla al mayor peligro en aquella casa, a la tentación más grande que verían sus ojos.

—Es el único lugar donde tengo privacidad en esta casa —aclaró—, por favor.

—¿Qué pensarán tus padres cuando te vean subiendo a tu habitación con tu guardaespaldas? Tienes a tu prometido en el salón —señaló, pero al decirlo en voz alta supo que se trataba de eso.

Solo quería que sus padres la vieran ser rebelde tomando sus propias decisiones. Y no había peor castigo que ver a tu hija elegir a alguien que no la merecía en lo más mínimo por no acercarse a su estatus social.

Sonrió a medias y señaló con la mirada la puerta, dejándole a ella entrar primero. Sin embargo, Olympia no se conformó con esto y lo tomó de la mano. Sudaron de inmediato. Ambos prefirieron ignorar la reacción natural de sus cuerpos y entrelazaron sus dedos mientras caminaban dentro de la casa. Su madre se asomó por la puerta pero no dijo palabra, dejó a su hija ir escaleras arriba con aquel chico que llevaba menos de una semana trabajando para ellos.

—Misión cumplida —dijo él cuando cerró la puerta de su habitación detrás de su cuerpo.

—No era ese mi deseo, al menos no el único —sonrió mientras le soltaba la mano.

Él la miró con detenimiento y alzó sus cejas a la espera de que siquiera hablando.

—¿Y si nos fugamos?

—¿Del país?

—No necesariamente, hay muchas islas griegas, ¿qué me dices de Santorini?

—Muy típica.

—¿Creta? —probó suerte por segunda vez.

—Más típica todavía.

Arrugó su nariz, estaba pensando en el destino ideal y ella quería dejar todo lo ideal a un lado. Necesitaba cambiar radicalmente.

—Folegandros.

—Una visita poco habitual en los cruceros, pero aún así muy demandado por los turistas. Acabas de dar en el clavo.

—¿Eso significa que nos fugamos...?

—Escúchame, Olly —puso sus manos sobre sus hombros y ladeó su cabeza mirándola—. No hay cosa que más desee que irme contigo de escapada, pero hay momentos que es mejor vivir sin nadie, el día de mañana cuando lo recuerdes te arrepentirás por haber ido con el pringado de tu guardaespaldas.

—O simplemente no quieres retar a mi padre.

—Tu padre me suda la polla —admitió.

—Puedo ir sola, pero no quiero, me agrada tu compañía así que más te vale no dejarme plantada. Nos vamos de madrugada, tú verás qué opción quieres tomar —abrió la puerta y le hizo un claro gesto para que saliera.

Una princesa idealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora