Al Pacino | Michael Corleone

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Narra Baby

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Narra Baby

Odiaba ponerme vestidos. Lo odiaba a muerte. Cuando estaba en casa o nos íbamos de vacaciones, la mama me permitía llevar ropa de hombre y era lo más cómodo del mundo. Nada de faldones o de un corsé que me cortara la respiración. Nada de impedimentos a la hora de correr por el vuelo de la prenda o por los delicados tacones. Los chicos y Connie se metían mucho conmigo por ello. Lo hacían por molestar y divertirse, no por vileza, pero aún así lograban enfadarme. Ese día sería un día muy duro. Y como adelanto de ese hecho, Sonny entró en mi habitación sin pedir ningún tipo de permiso. Como siempre.

-¡Vaya, vaya, pero mira lo que tenemos aquí! -levantó un poco mi falda pero tuvo que echarse hacia atrás cuando me giré con intención de abofetearle-. ¡Oye, tranquila, Baby!

-¡¿Se puede saber por qué sigues sin llamar a la puerta antes de entrar?! -le espeté, cogiendo unos delicados pendientes de aro blancos-. Ya no somos niños y necesito intimidad, idiota.

-¿Intimidad de qué? -el mayor de los Corleone alzó ambas cejas-. Si no tienes ni pizca de carne.

Iba a estallar contra él cuando alguien llamó a la puerta, la cual ya estaba entre abierta.

-¡Connie, llévate al pesado de tu hermano de aquí! -chillé, pensando que sería ella.

Sin embargo, fue el irresistible rostro de Michael el que apareció por el resquicio.

-M-Mike... -balbucí, perdiéndome ej la bonita sonrisa que me estaba dirigiendo.

-No soy Connie, pero sí que puedo sacar a este tontainas de tu cuarto -dijo, entrando para comenzar a empujar a su hermano hacia fuera-. Lárgate, Santino.

-¡Oh, vamos, Mikey! -se quejó-. ¡Sólo bromeaba con ella! -antes de que pudiera decir algo más, Michael le había cerrado la puerta en las narices.

Para mayor seguridad puso el cerrojo. Algo que yo también debería empezar a hacer. Si no lo había hecho era porque Vito detestaba que cerrásemos las puertas con pestillo. Aunque tal vez ahora que éramos adolescentes sería diferente... tendría que preguntarle al respecto. Eso me ayudaría a mantener al pesado de Sonny y a Fredo fuera de mi cuarto. Ellos eran el problema. Tom jamás me había molestado. Connie, al ser una chica como yo, no era ningún drama. Pero luego estaba Michael. Mike... a él jamás le cerraría mi puerta. Mucho menos con pestillo. A él siempre se la dejaría abierta de par en par. Y una de las muchas razones por las cuales lo haría, era que el menor de los hermanos Corleone jamás había entrado sin permiso en mi habitación. Él siempre me había tratado con respeto, educación, cuidado... y amor. Mucho amor. Todos decían que yo era su punto débil. La única que podía sacarlo de su fría, reservada y calculadora actitud. La única que lograba que riera como un loco, que sonriera como un lunático, que hablara como un loro. Yo y solo yo sacaba la parte más humana de Michael Corleone. Mi hermano mayor. Al menos de nombre pues, al igual que Tom, yo no era hija ni de Vito ni de Carmella. Ellos me habían adoptado cuando yo aún era un bebé al perder a mis padres en una de las más violentas guerras de la mafia italoamericana. Mi padre, Mario Puzzo, había sido el mejor amigo de Don Corleone y por ello, este se había hecho cargo de mí al quedar huérfana. Mi verdadero nombre era Babiella, pero todos, excepto Vito por supuesto, me llamaban Baby.

One shots 《Actores》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora