No me podía creer que estuviera caminando hacia el aula de los 'escarmientos'. Así llamábamos al lugar donde el director mandaba a los malos estudiantes para que recapacitasen sobre sus malas acciones.
Sin embargo, yo no había hecho nada malo. Había sido un imbécil a quien ni siquiera conocía el que había estropeado la máquina espendedora del pasillo.
Justo cuando yo iba a ir a sacar un café, el pavo la rompió y el profesor de guardia me vio a mí en lugar de a él, castigándome en consecuencia.
"No me esperaba eso de ti, Baby" me había dicho el director, a quien no me atreví a encarar por el mero hecho de que no me creería y de que además se enfadaría mucho más. Sólo mantuve la cabeza baja, dejando que me castigara injustamente a pasar una hora extra en el aula de los 'escarmientos'.
Al final llegué a la clase.
Abrí la puerta y vi a unos diez estudiantes con un profesor vigilando el panorama, sentado en la mesa sin hacer otra cosa que jugar en el teléfono. Los demás adolescentes estaban tirados sobre sus pupitres, probablemente tan hambrientos y cansados como yo.
—Apunte su nombre en la lista, siéntese y guarde silencio —me dijo el tutor sin mirarme.
Suspiré indignada pero al fin y al cabo con resignación mientras que me inscribía en esa estúpida hoja de castigados.
Después me giré para mirar qué sitios estaban libres o mejor dicho, a quién tendría al lado.
Había tíos muy mayores, tías con pinta de pécoras y niñatos babosos. Sólo había un buen sitio que se encontraba al fondo y a la esquina de la izquierda. Al lado tendría a un chico pero éste tenía los brazos cruzados sobre la mesa y el rostro apoyado en estos. Probablemente estaría dormido. Genial.
Me encaminé hacia ahí, dándome cuenta de que nadie se había sentado cerca de él, de que todos estaban ocupando tres cuartos de la clase pero nunca ningún sitio cercano a ese cuarto restante. Parecía raro pero no me imaginé nada. Tan solo fui y me senté en paralelo a él.
Todos se voltearon para mirarme, cosa que me molestó y alteró bastante.
"¿Qué miran?" Me pregunté a mi misma, colocándome bien la blusa blanca que llevaba antes de que el chico de al lado alzara su cabeza.
Lo miré un segundo con desgana pero mis ojos no tardaron un segundo más en regresar a su rostro. Oh, por Dios.
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Era Johnny, el estudiante más problemático del centro. Sólo tenía dos años más que yo pero su fama de gamberro le precedía. Nadie se atrevía a cruzarse en su camino, nadie se atrevía a meterse en una pelea con él.
Decían que siempre llevaba una navaja encima, que robaba coches, que pertenecía a una banda parecida a los de La Naranja Mecánica... vamos, que era un psicópata capaz de ensartarte en cualquier instante.